Un cuarto angosto y alargado de la iglesia Nuestra Señora de la Merced, en el puerto de Veracruz, ahora es una sala de espera. En ella están sentadas decenas de personas. Algunas de ellas forman familias enteras. Pero no es una sala de espera cualquiera donde la gente bostece o se enoje por esperar. Están atentas, esperando a que dos peritos forenses de la Policía Científica las llamen por su nombre y apellido.
Todas esas decenas y decenas de personas, como casi muchas en Veracruz, tienen a alguien desaparecido y el trabajo del Colectivo Solecito, una agrupación de madres que reclama los derechos humanos de las víctimas con desaparecidos, les ha devuelto un poco la esperanza para encontrarlos.
Hombres, mujeres, ancianos, niños, esperan a que esos dos solitarios hombres de la Policía Científica les piquen los dedos para sacarles gotas de sangre que embarrarán en pequeños reactivos que se depositarán junto a una hoja de formulario y una copia de credencial de elector en sobres cerrados.
Todo con la finalidad de crear, al fin, un banco de perfiles genéticos mediante el ADN. El mismo que debió haberse creado desde el año 2013, cuando la Ley General de Víctimas se promulgó.
El miércoles 24 de agosto, el día fuera se dibujaba seminublado y el tráfico corría con naturalidad. Dentro, al escurrir el tiempo de la espera, las personas platicaban mientras aguardaban a que se les tome una muestra para el perfil genético. Otras reconfortan a otros que apenas van a pasar.