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Agua Dulce, Ver.

En AD, inundación reavivó los recuerdos de hace 14 años: ciudadanos

En cada ocasión que el río crece, recuerdan cómo aquella noche del 28 de septiembre del 2000, sus vidas cambiaron por completo.
17/10/2014 11:37 a.m.
VIOLETA SANTIAGO
Diario Presencia

Sigue la cobertura especial:

La "Gran Inundación" de Agua Dulce

Los ciudadanos afectados por el aumento de los niveles del río “Aguadulcita” y la falta de capacidad de los drenajes urbanos, coincidieron en una cosa: después de la inundación del 2000, cada creciente resulta ser intensa, respecto a años anteriores.
 
De modo que los habitantes de toda la ciudad viven en un constante estado de terror, pues en cada ocasión que el río crece, recuerdan cómo aquella noche del 28 de septiembre del 2000, sus vidas cambiaron por completo y temen que se vuelva a repetir.
 
En la colonia El Pajaral, el agua permanece encharcada debido a la falta de drenajes, a pesar de que el río no se desbordó. Sin embargo, eso no fue necesario para que sucediera la contingencia, pues por los mismos registros el agua emanó e inundó las calles y callejuelas de esa y otras zonas aledañas.
 
Hay una casa beige, morada y naranja cuyas escaleras empinadas revelan que la mejor opción fue habitar arriba, por aquello de las inundaciones. Quien limpia dentro de la casa tiene la mirada triste. A través de la ventana se pueden ver sus muebles de madera mojados, inservibles, y cómo la marca de lodo empaña el color y anuncia que hasta ahí llegó el agua.
 
El hermano de quien limpia vive enfrente y observa el agua, melancólico. Se llama José Fonseca Lara y recuerda que durante la gran inundación del 2000 él no se encontraba en casa, pues estaba trabajando, pero cuando llegó todo su patrimonio se había venido abajo.
 
El peor día de su vida.-
“Nos dice el municipio siempre que a nosotros no nos afecta porque vivimos arriba”, comienza su relato Patricia Dámaso, quien tiene 27 años de habitar en Agua Dulce.
 
Ella es originaria del Distrito Federal y, a pesar de los constantes encharcamientos e inundaciones de la capital, asegura que jamás había vivido una situación como en el municipio hidrómilo.
 
Patricia cuenta que en los primeros años que vivió en Agua Dulce, el agua durante las inundaciones siempre llegaba más abajo, pero todo cambió después del 2000 “y cada vez es más”. Y entonces, recuerda aquella noche.
 
Su casa, ubicada en El Pajaral, al final de lo que alguna vez fue el puente que conducía a la Artículo 123, al margen del río, es de dos plantas y —en otra época— ambas eran habitadas. Cuando el nivel del “Aguadulcita” comenzó a subir, quienes le rentaban el piso inferior subieron sus cosas creyendo que entonces estarían a salvo. Pero no fue así.
 
Apenas se había acostado a dormir a la medianoche, cuando un “toc-toc-toc” apresurado resonó en la puerta. ¡El agua comenzaba a alcanzar la segunda planta! “Entraba como hormiguitas y entonces no lo podíamos creer, venía el agua por todos lados”.
 
En cuestión de dos horas el agua les llegó a la cintura y entonces se vieron obligados a irse al techo, pues ya no tenían forma de escapara del río. “Ya no sabíamos ni qué”. Entonces comenzó el viacrucis: toda la noche y todo un día, diecisiete personas —entre ellas dos ancianas y dos niños— estuvieron atrapadas en el último lugar posible.
 
Sin comer, sin agua, sin techo, sin ropa seca, sin ni siquiera un baño, los refugiados se mantuvieron casi veinte horas bajo la tempestad mientras el agua a su alrededor destruía todo lo que alguna vez habían conocido: “Se llevó el puente de aquí y se trajo el de allá —el de Pemex—”.
 
Patricia narra cómo observó cuando unos vecinos suyos sacaron a una anciana ciega dentro de un refrigerador viejo; las lanchas del Ejército Mexicano, quienes activaron el plan DN-III-E rescataron a otros pobladores en las cercanías, pero a ellos no.
 
Para ir al baño dispusieron de unos hules en una esquina y aguantaron precariamente, pidiendo al cielo que la inundación se detuviera y el agua bajara para poder salir de ahí. Pero el agua no bajó tan rápidamente como siempre sucede. Se dice que el “Aguadulcita” es un río de respuesta rápida, que así como aumenta su volumen, disminuye; pero en aquella ocasión la cantidad de agua era tanta, que para que regresara a sus niveles normales tardó horas y, en ciertas zonas, incluso días.
 
Un cerdo que estaba amarrado al puente se ahogó y el dueño lo destazó y repartió la carne, pero nadie la podía cocinar. No había más estufa, sartenes, insumos, tanques de gas. Simplemente, no existía nada.

 “¿Qué nos pasó?”
Cuando el río regresó a su cauce, ellos salieron a buscar comida y se encontraron con exorbitantes precios, pues algunos comerciantes se quisieron aprovechar de la tragedia: “La reja de huevo estaba a cien pesos en la Casa Gallegos”, negocio que después fue clausurado por la Procuraduría Federal del Consumidor (PROFECO) por esa razón.

 “En la calle todos se nos veíamos las caras y nos decíamos ¿qué nos pasó? Había animales muertos en la calle, basura, restos de casas... fue horrible”, narra con un hilo de voz Patricia Dámaso.
 
Después de aquel día, tuvieron que pasar cinco años para que pudiera dormir bien cuando el río volvía a cubrir la ciudad, pues siempre temía que el agua fuera tanta que tuviera que esperar en el techo por un milagro que nunca llegó.
 
A pesar de todo, no se cambia de casa no porque no quiera hacerlo, sino por la falta de recursos económicos. Sabe que su propiedad, cuya primera planta está deshabitada e inutilizada, no vale mucho por estar a orillas del “Aguadulcita”. “Aquí nos vamos a esperar hasta que Dios nos levante”.
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