Salvó su vida por salir antes de tiempo. Las fugas son constantes y ya se habían suscitado incidentes, relata un obrero de la planta en donde ocurrió la explosión.
Salvó su vida por salir antes de tiempo. Las fugas son constantes y ya se habían suscitado incidentes, relata un obrero de la planta en donde ocurrió la explosión.
José trabaja en la planta de Clorados III, la misma que explotó hace 25 años, la misma que explotó el 20 de abril del 2016; la misma, también, que en días y semanas anteriores registró diversos incidentes, sin que la empresa hiciera algo al respecto.
Oriundo de Agua Dulce, el muchacho labora desde hace varios meses en una compañía de instrumentación, que se encarga de darle mantenimiento a las válvulas y a otros aparatos. Están ahí contratados de fijo, “por si algo se ofrece”.
Menciona que Lexer Industrial de México S.A de C.V, la alemana Siemens, API, JC Instrumentación o Emerson son algunas de las compañías que ofrecen distintos servicios, especialmente de mantenimiento, a la Petroquímica Mexicana de Vinilo (PMV), propiedad de Mexichem, de Juan Pablo del Valle.
En donde ahora la industria privada opera, por 50 años se alzó Pajaritos, el complejo más rentable de Petróleos Mexicanos “Todo Pajaritos era de Pemex, pero vino una compañía externa, Mexichem, y ahora ellos son los encargados de darle mantenimiento a la planta. Los de Pemex son poca gente, trabajan más las compañías y se está intentando rescatar lo que se pueda. Antes eran 11 plantas, ahorita nada más funcionan clorados 1, 2, 3 y etileno”, explica José.
Aunque se estaban instalando 3 torres nuevas, prácticamente todo Pajaritos estaba en reparación. Sin embargo, producía importantes cantidades de cloruro de vinilo, que se obtiene al bombear cloro en un horno o reactor que calienta el gas a grandes temperaturas.
En estos últimos días, el grupo con el que trabaja Juan y que se encargaba de los tanques de almacenamiento, dejó de darle el mantenimiento por órdenes superiores y, en cambio, los mandaron al área eléctrica. También se le dejó de dar mantenimiento a las válvulas, al menos por la compañía en la que él está.
De hecho, abunda que apenas se le iba a dar mantenimiento al horno, punto en el que ocurrió la explosión, pero les dijeron que todavía no. “Hay muchas fugas en esa planta, apenas el lunes me llegó el olor a gas de dicloretano y había compañías que estaban sandblasteando, lo cual es peligroso porque puede provocar chispas y el área es de alto riesgo de explosión, pero la gente es muy valemadrista, a veces no se fijan, no miden el riesgo”.
En diciembre se intervino una línea. A principios de año registraron una fuga importante. En febrero, un par de trabajadores murió porque estaban sopleteando un tanque con ácido, que causó un flamazo. Tres incidentes en Clorados III que marcaron un precedente, pero que no evitaron la explosión que dejó como saldo, preliminar, de 13 muertos y más de 100 heridos.
Lo que sea que ocasionó el chispazo en el horno donde se bombea el cloro, señala José, debió haberse identificado, prevenido. “En el cuarto de control se mandan señales. Si hubiera una sobrepresión o si descendiera la presión indicando una fuga. Pero todo es una incertidumbre”.
De las cuatro plantas que funcionan, Clorados III es la peor. “Las otras funcionan bien”. José asegura que entre las irregularidades y la falta de precaución de los trabajadores, “esa planta es una bomba de tiempo”.
La tarde de la explosión, José miraba el cielo permanentemente nublado por los gases de desecho que se vomitan a la atmósfera. Aunque el horno necesitaba de trabajos, no les habían ordenado iniciar, por lo que estaban detenidos, sentados como a 100 metros de la planta, sin hacer nada.
El dicloretano es tóxico, que incluso estando ahí, si lo hueles, te da náuseas, por lo que hay que usar mascarillas. Se tolera poco, pero en extremo no. Desde que José empezó a trabajar, notó ese olor escondido en el ambiente y descubrió que abundaban las fugas, pero en los últimos días, olía más de lo normal.
Cansado, abochornado, el obrero, que siempre se queda hasta que el jefe ordena que se pueden retirar, esa tarde desobedeció entre un instinto rebelde y un grito del destino: “Siempre me quedo, pero estábamos sentados sin hacer nada, perdiendo el tiempo. Me rebelé y me salí antes, dije que no me iba a quedar ahí sin quehacer, así que tomé el ADO y llegué a mi casa. Entonces, escuché la explosión”.
De haberse quedado, José probablemente estaría calcinado entre los fierros o, al menos, hospitalizado con graves quemaduras. “El taller donde estamos nosotros está como a 100 metros, no me hubiera salvado”.
El jueves no fue a trabajar. De Agua Dulce, conoce al menos a 10 compañeros que trabajan en Pajaritos, pero asegura que hay muchos más que están contratados en otras compañías, además de los sindicalizados de Pemex.
“Vamos a esperar a que la empresa nos llame, pues hay que ir a recoger la herramienta de la compañía. Me imagino, espero, que se va a reconstruir”, dice, con la esperanza de mantener su trabajo, junto con otros cientos de obreros de la región.
Sobre la Reforma Energética, la misma que Enrique Peña Nieto presentó con días de diferencia, luego de la desincorporación de Pajaritos por parte de Pemex y su entrega a Mexichem, José dice: “Lo que quieren es ingresar con nuevas compañías y llegar con su gente y a los mexicanos los van a hacer a un lado”.
José, quien no se llama José, pide no revelar su nombre por miedo a perder su trabajo. Tiene la incertidumbre de qué pasará con todas esas plazas laborales, la suya incluida, con todos los obreros que arriban día con día enfrentándose a un ambiente tóxico, enfermo, rudo, casi cancerígeno a cambio de un trabajo que —en estos tiempos— resulta un privilegio en el sur de Veracruz, de pago que sirve de sostén para su familias y de una estabilidad que existió, sólo hasta el día que el fuego calcinó sus esperanzas.