Nunca me cayó Amadito Guzmán. Lo vi verde, cosmético, superfluo, repelente al pueblo. Lo vi junior. Lo vi refractario a cualquier compromiso.

No erré. Amadito Guzmán se empeñó en ser candidato, ser diputado federal. No sé, no me imagino qué le pudo haber dicho al PRD, qué le pudo dar –quizá toloache, quizá dinero— a los líderes perredistas, a cambio de una candidatura que de inicio se veía muerta. Amadito los encantó, pero hoy, a media campaña, a diez días de la elección, los tiene con los pelos de punta, hartos de sus desplantes, de su parsimonia, de su desinterés por cosechar votos.

Don Amado Guzmán García, su padre, es otra cosa. Don Amado es un ícono, un fenómeno político. Lo recuerdo, bonachón, fraterno, respetado, pero antes que nada, querido por el pueblo. Fue alcalde de Minatitlán y lo hizo bien.

Don Amado no entró a la alcaldía por el PRI sino por ese partido, tormento de muchos, que se llama PRD, el de la Revolución Democrática, la mayor fuerza de izquierda en México y que en 1997 tuvo su momento de esplendor —un orgasmo político— en Veracruz, ganando presidencias municipales, entre ellas la de Minatitlán, con don Amado Guzmán en el cuarto de mando, con el timón en la mano y el rumbo firme.

Me da el pálpito que Amadito Guzmán Alemán ha querido revivir una historia de éxito que de entrada, no es suya. Por su padre votaron a ciegas y lo hicieron alcalde de Minatitlán, pero por él, esta nueva versión del hijo pródigo, no votarán ni los perredistas.

Luego de obtener la candidatura poruna encuesta de popularidad que ganó, gracias a que lleva el mismo nombre de su padre, vino el desencanto, la sorpresa de que el PRD se había hecho el hara-kiri, porque vendrían en cascada una serie de disparates que sólo a Amadito se le podrían ocurrir: dijo, por ejemplo, que no arrancaba su campaña porque no contaba con recursos, con dinero; después le cayó la polémica cuando no se le veía y al reaparecer no faltó quien afirmara que había recurrido al bisturí, perfilando facciones, rejuveneciendo, y ahora simplemente no hace campaña.

Los perredistas no lo ven y los electores tampoco. Antier, Fernando Alvarez Yamada, presunto suplente hasta que así lo determine el IFE, hoy reñido con el proyecto de Amadito, ha pintado su raya, describiendo un panorama fatal para el PRD a partir de la apatía, falta de compromiso, irresponsabilidad y desinterés del candidato de la izquierda a la diputación por el distrito XIV, el distrito de Minatitlán.

No les queda más que trabajar por su candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, y dejar a Guzmán Alemán a su suerte.

Amadito ha provocado la decepción y también la furia de quienes vieron el repunte de la izquierda y una sólida posibilidad de triunfo frente al poderío de los líderes petroleros, suponiendo, tan sólo con ganas de ser suspicaz, que el candidato perredista se rindió antes de tiempo.

Amadito, con ese ímpetu que le distingue, con ese brío que contagia, prefiere nadar de a muertito, al amparo del efecto López Obrador. Si gana, qué suave, si no, algo le deberán los líderes petroleros.

Por eso nunca me cayó Amadito. Por atenido.