Ahí estaban. Reían, corrían, gritaban con la alegría que sólo ellos, a su corta edad, en su mundo arcoiris, pueden proyectar. Y yo ahí, testigo de una escena tan conmovedora, de pie, inmóvil, en el parque infantil Diana Laura, viéndolos jugar alrededor de una estructura oxidada de un portacolumpios.

 

Frente a mí, queriendo trasladarme en el tiempo, retroceder 20, 30 años, vi a los pequeños divertirse de lo lindo con el mecer de las cadenas con sus manos. Y yo de mirón advirtiendo lo que para ellos pasaba inadvertido. El ingenio infantil implicaba cierto riesgo de golpearse con los eslabones metálicos.

 

La misma escena de ingenio y peligro se repetía en el parque convertido, gracias a la negligencia del gobierno municipal, en un cementerio de chatarra de estructuras de juegos, y que hoy ponen en peligro la vida de niños y familias que llegan ahí —como en todos los parques de la ciudad, porque la situación es generalizada— en busca de esparcimiento.

 

No concibo a un gobierno que se dice popular, populista, populachero, populatonto, con tal desprecio por la niñez; que no se preocupa por atender un renglón que es básico: el esparcimiento.

 

Lo veo como un Grinch, que hace todo cuanto puede por amargarle la vida a los niños, por no generar las condiciones para que existan parques decentes, con un permanente mantenimiento y con los elementos mínimos de seguridad.

 

Renato Tronco, el alcalde de Las Choapas, es pues un Grinch ensombrerado, un ratón vaquero, que no les roba la Navidad pero sí confina al olvido a los parques infantiles, que son un oasis para los pequeños, un mundo aparte, su espacio de fantasías, donde se juega hasta donde la imaginación se los permite.

 

Un día, todos lo leímos, una niña tuvo que ser atendida porque la resbaladilla en la que se había subido se vino abajó y le fracturó un brazo. Otro día, en el parque México, un menor quedó atrapado entre láminas de los juegos. En la canchita de la colonia Anáhuac, la resbaladilla tiene fierros expuestos que se convierten en una auténtica arma mortal.

 

Renato Transa no hace nada por los parques ni por los espacios deportivos. Así, reducen áreas de esparcimiento, pero también evidencian que no existe proyecto para las nuevas generaciones. Renato Grinch quisiera, siento yo, amargarle su infancia a los niños.

 

En cambio, mientras los parques son arrumbados en el olvido, nuestro flamante ratón vaquero anuncia, muy pagado de sí mismo, muy Grinch, con toda una suerte de irresponsabilidad, que prefiere construir un nuevo parque infantil con costo de 2 millones de pesos.

 

Me pregunto yo, y te preguntas tú, y se pregunta él, qué caso tiene crear algo nuevo cuando la ciudad sufre el estancamiento, está en el abandono, le falta mantenimiento a las calles, a las áreas de equipamiento urbano, a los recintos infantiles, o sea los parques.

 

No todo son vacas y caballos finos. Tampoco uniones ejidales que sirven de fachada a una constructora de medio pelo, cuyas obras son un compendio de mala calidad.

 

Antes que esas terquedades, está el compromiso social con nuestros niños. Ellos se merecen áreas de juego, una resbaladilla, un columpio, un sube y baja, pero sin óxido, sin que represente un riesgo a su integridad. No es mucho pedir. Es simplemente asumir una actitud sensata.

 

Lo que no quiero es que el Grinch choapense, nuestro ratón vaquero, nos salga con que no, que si por él fuera, que se frieguen los niños.

 

Eso sí que no.

 

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