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Juan Ciudadano

Los Gobernados

La bala en la espalda

03/09/2012 07:48 a.m.
Creo, no sé ustedes, que hay una sensible diferencia entre la bala que pega de frente y la que entra por la espalda. Una me hace pensar en aquel que se enfrenta a su suerte, que reta y que encara, y la otra en la traición o aquel que huyendo siente el impacto y muere.
 
Todas esas tribulaciones vienen a mi mente, no porque haya tomado un curso de criminalística sino porque el sentido común —que suele ser el menos común de los sentidos— me dice que en el caso del chatarrero asesinado en instalaciones de Pemex, hay alguien con virtuosa inclinación a la impunidad.
 
Dígame si la estoy cajeteando o ya me falla el sexto sentido. Yo creo que no, pero ustedes dirán. El 10 de abril, fueron sorprendidos varios sujetos en las instalaciones de la factoría de Pemex, en la colonia Huapacalito. No creo que anduvieran realizando alguna inspección de rutina, y menos cuando tenían fama de chatarreros, revendedores de fierro y todo lo que parezca metal, que se compra bien o que da para comer, para pasar bien el día.
 
Uno de ellos, José Alberto Silván González, resultó muerto. Le decían “El Gato” aunque no tuviera siete vidas. Era pescador y también chatarrero. Fue sorprendido por agentes de seguridad de Pemex, los agentes especiales, famosos por sus arbitrariedades y porque con una pistola al cinto o un rifle en la mano, son la ley. Y ser la ley en Pemex es casi como ser dueño de ese territorio federal.
 
“El Gato” apareció muerto con un balazo en la espalda. Ese día, los balazos alertaron a varios trabajadores de Pemex, que dieron aviso a la policía. Cuando los uniformados de la Estatal y de la Agencia Veracruzana de Investigación llegaron, el personal de vigilancia de la paraestatal les impidió entrar.
 
Les dieron acceso cuando quisieron, cuando los mismos agentes llamaron al Ministerio Público. Pero se pelaron y no se les ha vuelto a ver. Y Pemex, que reconoció que sus agentes dispararon, los reubicó en otras instalaciones o fuera de Veracruz. O sea, les dio la aviada, como dicen el bajo mundo.
 
Por testimonio de los trabajadores de Pemex y por hallazgos del MP, se establecieron dos cosas: que “El Gato” Silván recibió un balazo en la espalda, proveniente de un rifle semiautomático, calibre 9 milímetros, de los que usan los guardias de la paraestatal, y que su cuerpo fue arrastrado hasta el río y dejado sobre la maleza.
 
Ya ahí los agentes especiales están metidos en la bronca de su vida. El principal sospechoso es Francisco Manuel Sarabia Tonatiu, a quien identifican como el que realizó el ataque. Disparar por la espalda presupone un crimen, no un acto de legítima defensa. Arrastrar un cuerpo herido o muerto, es alterar la escena del crimen y con ello violar la ley.
 
El MP consignó el caso y un juez emitió una orden de aprehensión contra los agentes especiales.
 
Las tribulaciones vienen cuando hay quienes justifican a los agentes de Pemex. Dicen, con una profunda falta de respeto a la vida, que ellos cumplían con su deber. ¡Qué, qué qué! ¿Acaso su deber es asesinar a alguien por la espalda, así fuera un chatarrero que robaba metales, o no, en la factoría? Ahí no hubo defensa propia ni se sabe que “El Gato” estuviera armado y les hubiera disparado primero. Y en todo caso, ¿por qué movieron el cuerpo y lo dejaron entre la maleza? Actuaron como delincuentes.
 
Lo menos que pienso es que lo mataron porque se excedieron en sus funciones. Siempre ha sido así. Son prepotentes. Son cabroncitos porque traen un pistola o un rifle. Ah, y porque Pemex los solapa. Pero quíteles el arma y son gallinas pirujas.
 
Por cierto, no he sabido que Pemex haya interpuesto una denuncia por el robo de fierro, lo que supuestamente hacía “El Gato” en la factoría. O sea, no hubo robo, pero sí muerto.
 
A mí me enchilan estas noticias. Qué buenos son los agentes especiales para perseguir y matar a quienes se roban trozos de fierro, tubitos, metales para sobrevivir, pero nada hacen, hasta se arrodillan y se bajan la tanga ante los chatarreros mayores, los jefazos de alto nivel, funcionarios del Activo, que sacan camiones cargados de partes, válvulas, tubotes, con la complicidad de trabajadores, guardias y hasta soldados.
 
Para ellos no hay bala qué disparar.
 
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