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Salvador Muñoz

Los Políticos

Hambre

07/11/2012 06:37 p.m.
Intento escribir... pero un aullido o llanto me distrae... Para. Así, de imprevisto, tal cual surgió. Pero me llena de dudas y además, me impide que me aplique en la columna del día...
Mi intención de escribir sobre temas políticos como la posibilidad de que Alberto Silva llegue al CDE del PRI o Erick Lagos a la secretaría de Gobierno se ve impedida por ese gusanito que se introdujo en mis oídos en forma de aullido... o llanto.

Cuando lo escuché, pensé en el perrito que recién llegó al departamento de arriba... tendrá como una semana que empezamos a escuchar sus uñas cuando camina o corre por esa casa... ¡no! en lo absoluto... no nos molestan sus patitas, más bien nos intriga saber cómo es, de qué color es, si es macho o hembra, porque sencillamente, al parecer, los vecinos no lo sacan... al menos cuando estamos nosotros en casa.
 
Calculo que es pequeño por el sonido agudo de su ladrido, y también lo defino como un excelente guardián ante quien se acerca a la puerta de la que hoy es su casa...

Pero descarto que ese aullido que oí... o llanto, sea del perrito vecino porque cuando agudicé el oído, parecía más un gemido de niño que de animal.

Intento concentrarme de nuevo en esa conjetura sobre Silva Ramos y la posibilidad de que abandone Tuxpan para llegar a Xalapa. No sé... lo sigo viendo como un potencial precandidato a la Gubernatura junto con Héctor y Pepe Yunes, claro, cada uno en su circunstancia...

¡Y otra vez! Ese “¡Uuuu!” o “¡Buuu!” se vuelve a oír, suave, quedito, como si pretendiera que sólo yo y mi soledad en casa lo escuchara... No creo que sea el niño de la vecina de enfrente que a todo pulmón, exigía comer a su hijo, un pequeño que nunca vi, pero que oí llorar la cantidad de veces ante la desaforada desesperación de lo que creo, era su madre... pero no... lo descarto, tiene rato que esos inquilinos se fueron y ahora la casa la habita un par de señores cincuentones...
Me asomo por una ventana... pelo oreja por la otra ventana... jalo la cortina y trato de encontrar, ya no con el oído, sino con la vista, el origen de ese “¡Uuuu!” o “¡Buuu!” que me distrajo... pero ya se hizo el silencio... y a fuerza de ser sinceros, a punto estuve de “hacerme” yo...

No por miedo, no... no hay porqué... aunque coopera mucho la soledad de esta casa y su santa paz...
Trato de retomar el tema con Erick y su intención de pasar por polígrafo y antidoping a quienes pretendan ser candidatos por el PRI... respetable su posición aunque en el caso del polígrafo, me pregunto, qué político no miente y más en aras de defender a su partido, a su alcalde, a su gobernador o su presidente... conste que dejé a un lado “sus intereses”...

¡Chingada...! Otra vez ese “¡Uuu!” o “¡Buuu!”... ¿es un niño? ¿será el de los tamales? Y es que me acabo de comer dos, reservando uno más en el altar de muertos por si más al rato siento un huequito en la panza...
Perdón... ¿Se sabe esa leyenda urbana? A mí me la contó un amigo, de ésos que en su mirada hay nobleza y su decir carece de dobleces... creo que fue ayer que, igual, entre tamalito y tamalito, salió el tema del niño de los tamales...

Me dice Rafa (realmente no se llama así, pero por alguna falla en mis neuronas, olvido su nombre y siempre le digo Rafa, sin que él tenga a bien corregirme y sólo se ría de mi enésima necedad por cambiarle el nombre) que hubo una familia donde la mayoría de los hijos les gustaba “la uña”. Tan era así, que asegura que el piso de la casa que rentaban tenía por mosaicos tarjetas bancarias, producto de su robo y al no entender el mecanismo para usarlas, les dieron un uso de duela plástica. Sí, era una familia de malvivientes... a excepción del benjamín que contrastaba con el aspecto “malandro” de sus hermanos al tener una cara suave, dulce, de niño bien... por supuesto, ¡era el consentido de todos!

Una tarde de diciembre, después de que los rapaces regresaran a casa tras aplicar el “dos de bastos” a los parroquianos descuidados, resolvieron salir a cantar la rama ¡para ver si obtenían unos pesitos! Los contrastes de la ilusión decembrina con su triste realidad.

El pequeño llevaría el bote para recaudar con la idea de que su carita de ángel lo haría más fácil... pero porque estuvo jugando, distraído o lo que quiera, el benjamín no comió. Su madre sacó de entre su pecho el monedero y le extendió un billete de 20 pesos y le dijo: “Toma, vas con la señora de los tamales, y te compras tres... ¡para ti!”

Por supuesto, no hubo recelo de los demás hermanos porque muy aparte de que ellos ya estaban comidos, lo querían y procuraban mucho.

La rama entonces cantó por el Macuiltepec y las calles de Nuevo León y Progreso hasta que iniciaron el descenso a la avenida Xalapa, allá por la facultad de Economía... por allí estaba la señora de los tamales que decía su mamá y el hambre hizo presa al niño, cosa que a sus hermanos, enfrascados en una buena noche de colecta, le decían que se aguantara porque por él, las personas cooperaban al ver su carita de ángel...

Cuando se estuvo cerca de la tamalera, el pequeño se separó un momento del grupo, se acercó a la señora, y pidió sus tres tamalitos. Con el alimento en la mano, se reagrupó donde estaban sus hermanos: en el puente peatonal que cruza a la facultad de Economía. En ese momento, un rechinido de llantas estremeció a los pocos transeúntes que por allí circulaban. Un conductor perdía el control de la unidad y se impactó contra el grupo de niños... ¡era una tragedia!

Las malas noticias corren tan rápido como si el mismo viento se encargara de llevarlas... cuando la madre llegó al lugar, justo en ese momento, desprendían de la pared y parte del puente, el carro y allí, entre piedra y sangre, estaban los hijos de la señora, llorando, gritando, gimiendo con un brazo roto y un hueso expuesto... pero para la madre de éstos, sólo la mirada buscaba con insistencia al pequeño, al consentido... un respiro de alivio con el que sentía que el alma se le desprendía, dejó escapar cuando vio al niño, limpio, sin ningún rasguño, en cuclillas, ovillo, y entre sus manos, un tamalito sin hoja, como si estuviera a punto de comérselo. Cuando ella lo tomó en sus brazos sintió ese frío que sólo la muerte es capaz de ofrecer... sin ningún rasguño ni daño aparente, el pequeño estaba muerto... Por supuesto, entre las mujeres que vieron al pequeño con su tamal en la mano, se escapó una frase: “¡Murió con hambre!”

Agucé el oído... El “¡Uuu!” o “¡Buuu!” ya no lo escuchaba... quise entonces retomar el tema de Alberto Silva y Erick Lagos pero había perdido totalmente la concentración, no así el apetito... resolví ir al altar de muertos por un tamal, pero ¡demonios! sólo encontré la hoja vacía... entonces comprendí que no era un “¡Uuu!” lo que escuchaba, sino un “¡Buu!” de un niño, que al parecer, había saciado su hambre...

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