Pellízcome para saber si estoy dormido o a medio anestesiar. Leía que el PRD (el Perderé, pues) va a iniciar próximamente cursos de su escuela de cuadros políticos, filtro obligado para quienes pretendan sacrificarse por el pueblo siendo alcaldes, síndicos o regidores.

Lo dijo Juan Vergel, mandamás de los perredistas del sol azteca en Veracruz, que de su ronco pecho sacó la sutil advertencia de que quien no pase por la Escuela de Gobierno Municipal, quedará vetado para aspirar a la correspondiente candidatura.

Me fui pa’tras cuando el buen Juanito, Marqués del Vergel, decía que el PRD sólo postulará a “ciudadanos comprometidos con gobiernos honestos y con capacidad para administrar correctamente los recursos públicos”. ¿On’tan esos seres que no conozco?, me dije, divertido.

Y que se me cae el boxer al saber que tan ilustre dirigente del rijoso Perderé, asegura que tiene como prioridad la formación política de los perredistas que aspiran a ser buenos servidores públicos, que en enero arranca la escuelita, y dejó en claro que quienes quieran ser ediles tendrán que pasar por esa aduana o que se olviden de sus sueños.

Sabrá Dios qué se trae entre manos el líder del PRD, pues de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

Me recuerda a la Escuela de Cuadros del PRI, ahora llamada Instituto de Capacitación Política, el mentado ICAP, al que acuden los ratones tricolores sólo por cubrir el requisito pero que no les sirve para una pura y celestial fregada, pues salen de ahí a hacer todo lo contrario a lo que es el servicio a la sociedad.

Hace tiempo, creo que de toda la vida, la verdadera escuela de los priístas han sido las elecciones. Ahí se robaban las urnas, las actas de escrutinio, la tinta indeleble, el padrón electoral, las boletas y hasta los pollos y los refrescos que les repartían los del IFE para que no anduvieran diciendo que los querían matar de inanición.

A los priístas les enseñaron a hacer el carrusel, el ratón loco; a amedrentar votantes, a comprar representantes de la oposición y a funcionarios de casilla; a repartir despensas y cemento. Esa es la verdadera escuela del PRI.

Una vez capacitados y adiestrados en el robo de la democracia, ya eran dignos de ser candidatos a la presidencia municipal, a una sindicatura o a una regiduría. Los méritos, decían, tienen cara de mapache.

Tan finísimos priístas, sólo necesitaban llegar a un ayuntamiento, al gobierno estatal o federal, a la Cámara de Diputados o al Senado, y no había presupuesto que se les fuera vivo. Acaparaban obras, cobraban diezmos, extorsionaban a contribuyentes que tenían adeudos de predial o que construían sin permiso de Obras Públicas. Raterazos con mención honorífica y doctorado.

Tenían escuela los desgraciados. Por ahí vimos a La Quina, un gángster que durante 30 años saqueó al sindicato petrolero; a Fidel Velázquez, un líder obrero con carita de pendejo pero que se mandaba construir sus aviones a Italia; a Barragán Camacho, que era un naco muy simpático, borracho, prepotente pero chistoso, al que lo vestía Cristian Pior pues le gustaba usar la guayabera debajo del saco; a Díaz Serrano, que traía contratos petroleros multillonarios siendo él director de Pemex; al pelón Salinas, que saqueó a México y nos hizo soñar que éramos ricos y cuando despertamos nos dimos cuenta que el cabrón ya se había llevado la lana; a su hermano Raúl, un pillo disfrazado de pillo, que extorsionaba a banqueros y empresarios, y a quien no se ponía con su 10 por ciento lo perseguía y lo hacía encarcelar; al tarugo de Zedillo, que mantuvo el conflicto con la guerrilla zapatista pues su hermano era el encargado de instalar los campamentos para los soldados; a Fidel Zeta Uno, que dejó secas las arcas de Veracruz mientras la delincuencia se apoderaba de todo y él se paseaba hasta en el Vaticano con la Mily.

Los perredistas no cantan tan mal. Se me pone que en la escuelita del Perderé debiera ser rector René Bejarano, el Señor de las Ligas, al que agarraron con las manos sobre los billetes; y para profesor de ética apunta Fernández Noroña, el que le mienta la madre a los funcionarios de gobierno; y para maestra de moral Dolores Padierna, la que vendía permisos chuecos a antros en el DF; o Monreal, quien anda inventando muertos luego que sus hordas desatan violencia contra policías; o Muñoz Ledo para la cátedra de derecho constitucional, luego que de Estados Unidos lo echaron por andar pedo golpeando policías cuando era embajador de México en la ONU.

Quién sabe qué les pueden enseñar a los perredistas en la escuelita de Vergel, porque la otra escuela, del sol azteca, ha sido apoderarse de las calles y mentar madres a diestra y siniestra, quizá con razón pero a grito pelado, insultativos y excesivamente léperos.

Puede que la escuelita de Vergel sea como una versión jarocha de Loca Academia de Políticos o Escuela de Rateros, ya que los perredistas, al igual que los priístas y panistas, cuando llegan a los ayuntamientos, incurren en disparate y medio, mienten y no solo se roban el presupuesto sino las rosetas de las líneas telefónicas y hasta el papel sanitario.

Vergel les está queriendo ver la cara a los perredistas. Las candidaturas no se ganan por méritos, mucho menos por honestidad. Se otorgan por negociación, porque una tribu tenga estructura electoral, porque tienen dinero para untarle la mano al dirigente o porque ya pactaron con el PRI para perder.

Una escuelita de rateros puede que sirva para fines más precisos, pero no una escuela de honestidad como la que el Marqués del Vergel se acaba de inventar.

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