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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

La lección del Papa

12/02/2013 09:42 a.m.
¿Te imaginas lector, que un buen día, sin decir agua va, nuestros políticos, los que consideraran que han cumplido su ciclo, anunciaran que se retiran porque ya no son capaces de servir como debieran?

Más allá de cualquier consideración espiritual o religiosa, creo que eso, exactamente, con toda honestidad y ética, es lo que acaba de hacer el Papa Benedicto XVI.

Cuánto favor le harían a la sociedad los políticos si, como lo hizo el Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, realizaran ante Dios (o ante su dios político) un examen reiterado de conciencia y llegaran a la certeza de que por su avanzada edad (como Benedicto) o por su incapacidad, ya no tienen fuerzas o de plano no pueden ejercer la función para la que fueron designados o elegidos.

Como servidor de la Iglesia Católica, me gusta cómo resolvió su retiro el todavía Papa. "Soy muy consciente -dijo al Consistorio- de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando".

Me llama mucho la atención su argumento para considerar que debía irse del cargo:
"Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado".

¡Carajo, Papa, qué bien! ¡Cuánta honestidad personal! ¡Qué lección le dejas a la humanidad, en especial a nuestros políticos gobernantes -me centro en ellos, porque tienen la conducción y el destino de pueblos enteros, como la Iglesia Católica, a los que muchas veces suman en la desgracia a causa de su incapacidad o de su deshonestidad, pero no se van con tal de seguir medrando en el presupuesto y gozando de todas las canonjías.

Benedicto no dejó de considerar para su gran decisión el mundo de hoy tan cambiante, sujeto a rápidas transformaciones, argumentó. Sin duda, era un Papa con los pies bien puestos en la tierra, que se mantenía al tanto de la realidad. Quizá eso fue lo que lo llevó a abrir una cuenta de Twitter, la que empezó a usar hace apenas dos meses, el 12 de diciembre de 2012.

¿Acaso, precisamente, fue el uso de esta herramienta lo que lo puso a reflexionar de que debía irse y usó la palabra vigor metafóricamente, es decir, que ya no estaba para la nueva feligresía, para el nuevo mundo que ha hecho del Facebook y del Twitter su forma de comunicarse?

En lo personal, debo confesarlo, Benedicto nunca me entusiasmó, nunca me cautivó. Acaso lo vi muy terrenal y, para mí, no tenía el halo de su antecesor Juan Pablo II, quien siempre me cayó muy bien. En el aspecto terrenal, insisto en destacar su honestidad. Pero tan pronto leí la noticia, me asaltó una duda: ¿No debió agotar, hasta el último aliento de su vigor, su entrega a Dios, a la causa de su Iglesia (mi Iglesia), de su pueblo? ¿Si Cristo se sacrificó por nosotros, no debemos nosotros hacerlo por su causa? Que haya decidido renunciar, me lo hace más ser humano. Pero menos guía espiritual. Qué Dios lo guarde en vida muchos años. No cabe duda, la Iglesia también cambia.
De nuevo: si el Heredero de San Pedro, el representante del reino de Dios en la Tierra, renuncia, se va, porque ya se siente cansado, porque ya no tiene vigor, porque considera que no puede gobernar más como se debe, el que se supone que es infalible porque está iluminado por la Gracia Divina, ¿por qué no deben hacerlo los simples mortales, falibles, pecadores, hoy en el poder terrenal, algunos aunque ya hayan disfrutado y hecho mal uso del poder? De ésos, Dios, apártanos, ponnos a salvo, bendícenos, agárranos confesados. Amén.

***
He aprovechado el puente de descanso (dos días laborables) que tenemos en Xalapa por el Carnaval de Veracruz para subir al altiplano (alguna autoridad debería llenarse de valor y acabar con ese absurdo, es una verdadera huevonería; en Coatepec, Banderilla y Dos Ríos, municipios conurbados con la capital, sí hubo clases y todos trabajaron).

Mi acompañante al volante, apenas saliendo, me propone irnos hacia Perote por la carretera libre. Le digo que no se preocupe, que yo pago los cien pesos de caseta por la autopista. Me dice que no, que si acaso nos haremos diez o quince minutos más pero que no tendremos ningún problema por la vieja vía. Sale. Acepto.

Antes de entrar a Perote, tomamos el entronque con la autopista y seguimos nuestro trayecto hacia Tlaxcala, Puebla. Lo mismo hacemos de regreso a Xalapa. En realidad, es cierto, no sufrimos mayor problema.

Cuando vamos bajando por Las Vigas me recuerda que me ahorré 200 pesos. Le digo que sí. Entonces me recomienda que con eso mejor me compre unos buenos y sabrosos quesos de La Joya. Cuánta razón tiene. Compro fresco (de esos que rechinan hasta los dientes cuando uno se los come), de trenza tipo Oaxaca o quesillo dicen en Puebla, ahumado, botanero con jamón y botanero con epazote y fresco para asar. ¡Qué tesoro para el paladar!

La experiencia me ha gustado. Salvo en caso de verdadera extrema necesidad, he decidido no volver a utilizar la autopista Perote-Banderilla, ahorrarme ese dinero, no alimentar a los pillos estos concesionarios extranjeros que nos quieren sangrar asaltándonos cobrándonos un dineral por pocos kilómetros y hacer causa común con los queseros de La Joya que verdaderamente lo necesitan y que nos ofrecen verdaderas delicias.

Pero creo que no sólo lo he decidido yo. Por la carretera libre me encuentro con que sube el transporte pesado, autobuses, unidades de conocidas empresas, familias en sus camionetas o sus coches, quienes también hacen un alto en La Joya. Que a este pueblo no le pase lo que a Rinconada.
 
 

 

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