Díganselo, alguien dígaselo. La sumisión, en política, es torpeza. Los serviles, los lacayos y los que tienen espíritu de tapete y alma de trapeador; los abyectos o los esclavos; los que a todo dicen sí; los que callan y no saben cuándo alzar la voz; esos no tienen derecho a nada.

 

Díganselo a Marcos Estrada, que ahora renuncia al PRI porque no le dieron la alcaldía de Las Choapas, despotricando porque ni lo pelaron, lo hicieron menos y descubrió que en el PRI ni hay democracia ni se escucha a la bases priistas.

 

Pues llegó tarde al reparto de memoria. En el PRI nunca ha habido democracia. Las decisiones son de arriba hacia abajo. Mandan las cúpulas y la militancia a lo suyo: a pintar bardas, a colocar pendones, a armar espectaculares, a promover el voto, a caminar por las calles, a sonar la matraca, a lanzar porras, a robarse las urnas, a echar montón a los de la oposición, a lanzar cohetes cuando ganan y a irse a la cantina cuando pierden.

 

Dice el diputado que mucha gente anda indignada porque no se le tomó en cuenta, que los líderes priistas en Veracruz ni siquiera les permitieron participar en la selección del candidato a la alcaldía con una convocatoria para aspirantes que no consideró a Las Choapas.

 

Dice que se demuestra la complicidad de mantener secuestrada la gobernabilidad y la tranquilidad de todo un pueblo, o sea el minicacicazgo de Renato Tronco, y hasta reclama que se le haya excluido cuando fue su votación, en 2010, la que le dio el triunfo a Javier Duarte de Ochoa para que llegara a la gubernatura de Veracruz. ¡Guau! O sea, que se la debían.

 

A qué la desmemoria, don Marcos. Se le olvidó decir que en aquellos días, fue pescado en una llamada telefónica con el ex gobernador Fidel Herrera Beltrán donde lo instaba a que se pusiera las pilas porque su campaña andaba floja.

 

Como diputado, Marcos Estrada fue sumiso. Creía que así iba ganando su candidatura a alcalde de Las Choapas. No le levantó la voz ni a Fidel ni a Javier Duarte. Alzó la mano cuando se lo ordenaron. Y fue uno de los diputados más grises del Congreso.

 

La política es de fuerza, de presión, de chantaje. Los priistas que piden son ignorados; los que reclaman, los que toman sedes del PRI, los que acusan a sus dirigentes, los que bloquean caminos, los que amenazan irse a la oposición, esos terminan siendo candidatos.

 

Dice que el PRI es antidemocrático porque el dedazo no lo favoreció. Si hubiera sido el candidato a la alcaldía, hoy estuviera diciendo que el PRI es chido, que Erick Lagos es sublime y que Javier Duarte es un estadista.

 

Ahora coquetea con la oposición. Se puso la camisa azul a ver si el PAN lo volteaba a ver. Eso es de niños. Llora para que le den su chupirul. Los panistas le dijeron que sí, si acaso una regiduría. Y que mejor se va con los del PRD, a quienes urge un candidato para levantar algo de votos y una que otra regiduría.

 

Pero hay algo que no me cuadra. Me late que ahora su misión es fracturar a la oposición, restarle al PAN, donde también sus pleitos de mercado los tienen al borde de una fractura. Los votos que les va a quitar Marcos Estrada y los que van a perder ellos por andar a la greña y soberbios van a ser clave el día de la elección.

 

Pero a esos, los panistas, me los como en la próxima.

 

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