Los pecados, dicen, se expían con fuego. Y así, con ese espíritu incendiario, se pasaron a la hoguera a miles en la Inquisición, unos por herejes, otros por brujos y otros simplemente porque le caían mal a sus verdugos.

 

Los pecados políticos son otra cosa pero hay quienes creen que con fuego se extinguen y si no, cuando menos una buena hoguera permite borrar huellas de corrupción.

 

Así nos las traemos en Las Choapas. Apilaron cientos de expedientes, los llevaron a la Comandancia de Policía, los treparon en un camión, los vaciaron en el basurero municipal y les prendieron fuego. Y ¡sopas! Que la lumbre del chamuco cargue a su cuenta la extinción de los pecados municipales.

 

Dicen en el ayuntamiento que eran “archivos muertos”. ¡Ah sí! Y entonces por que hacerlo con tanto misterio, sin enterar a nadie y hasta con vigilancia policíaca para que nadie se acercara.

 

Yo no me la trago. Usted y usted y usted tampoco. A eso se le llama desaparecer las pruebas de las tracaladas de Renato Tronco, el ex alcalde que sigue siendo alcalde a través de la alcaldesa de opereta que tiene en la presidencia municipal de Las Choapas, doña Yazmín Cano, fanatiquísima del movimiento centroamericano, casi nuestra canciller de aldea.

 

Quemar documentos oficiales no es como enchílame la otra. Hay un procedimiento que debe cumplirse. Pasar a cabildo y que sean los ediles quienes autoricen o no, o cuando menos que sepan qué es lo que se va a incinerar. Pero, sobre todo, por qué se ha de quemar y si existe justificación.

 

Si no pasa por el cabildo, cuando menos debe saberse qué razones hay para deshacerse de la documentación oficial. Mínimo enterar a la concurrencia para que nadie se diga sorprendido.

 

Pero aquí los tronquistas se pasaron de galletas. Dicen que fue documentación sin importancia. Yo me pregunto, si no era algo relevante, por qué hacerlo casi clandestinamente.

 

Si no eran documentos delicados, por qué enviar una patrulla de policía al basurero y mantener a raya a cualquiera, que nadie se acercara y que nadie hurgara entre la pila ardiente. Eso cuando menos mueve a sospecha.

 

Los choapenses no éramos ariscos pero Renato nos hizo a fuerza de tantas transas, de usar los recursos públicos para sus asuntos personales, para hacer campaña, para enriquecerse de manera descarada. Por eso desconfiamos. Porque en casa de ladrón hay que cuidarse los bolsillos.

 

La quema de los documentos oficiales ya puso a pensar a muchos. Yo digo que ahí había pruebas de las raterías del ratón vaquero, los contratos de obra a favor de sus compañías y las empresas de sus amigos, o los gastos de campaña con recursos públicos.

 

Lo más cañón es que hagan esas quemas de documentación oficial casi clandestinamente, que no le digan a nadie, que le pongan guaruras a la quemazón y que no permitan que nadie se acerque. Ni siquiera se levantó un acta, como dice la ley. Hay gato encerrado.

 

Por esas y muchas otras cosas el gobierno de Renato, con él al frente o con su marioneta Yazmín en la alcaldía, carece de confianza. Los delincuentes actúan así. Los tramposos no le dan explicaciones al pueblo. Los pillos le dan a la ley el mismo uso que al papel de baño.

 

Esta vez se pudo dejar testimonio de la quema clandestina. Ahí están las fotos y los testimonios de los pepenadores. No sé cuántas veces habrá ocurrido lo mismo antes, otras pilas de documentos ardiendo para borrar huellas, o cortados en tiritas o convertidos en confeti. No sé, pero me imagino que así lo ha hecho Renato para que no haya por dónde agarrarlo.

 

Es como si quisiera expiar sus pecados. Quiere al fuego para exorcizar sus corruptelas. Cree que la lumbre sirve para ocultar sus culpas. Pero no. Lo que hizo con Las Choapas ahí queda, grabado en la mente de todos, no sólo el atraso sino el abuso, el descarado enriquecimiento, el cotidiano atropello a la ley.

 

Eso no se borra con fuego, aunque Renato crea que sí; aunque crea que ya quemó sus pecados.

 

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