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Juan Ciudadano

Los Gobernados

El jilguero de Renato también atropella

24/09/2013 09:23 a.m.
Se necesita ser jijo, muy jijo, para enviar a un inocente a la cárcel. Se necesita tener corazón de piedra y entrañas de animal, vivir sin alma y sentir un profundo desprecio por los demás; ser frustrado y descargar tus iras con cualquiera; ser maligno y reventar a quien sea, para actuar con tal maldad.
 
Pues así se las trae ese sujeto que se llama Martín Pablo Lázaro, periodista diesel —porque dice él que es periodista— y que va por la vida jodiendo al vecino, al amigo, al empleado y todo aquel en quien puede vaciar su inmundicia interna.
 
Explícome: uno de sus trabajadores, Lorenzo Ramos López, encargado del taller del periódico La Voz del Sur, propiedad del susodicho Martín Pablo, quiso cobrar su salario de una semana, o sea, un pago ya vencido. Requería el dinero, le urgía, no sólo porque es a lo que tenía derecho sino porque su hija se hallaba enferma y debía ser atendida por un médico.
 
No era la primera vez que se retrasaba su pago. Siempre ocurría pero esta vez, por la enfermedad de su hija, no podía esperar. Por eso acudió a La Voz el domingo pasado, por la noche, y requirió al director.
 
Lorenzo Ramos pidió su salario. Martín Pablo le esgrimió que carecía de dinero, que sería el miércoles siguiente. Lorenzo Ramos insistió. Pidió que hiciera una excepción, que debía llevar a su hija al médico.
 
Martín Pablo estalló en insultos. El prensista de La Voz no cejaba en su intento de cobrar lo que ya había trabajado. Fuera de sí, Martín Pablo enfurecía. Luego trató de encerrar a Lorenzo Ramos en una oficina, lo que provocó un forcejeo. Lorenzo trató de salir pero ya la policía municipal lo esperaba.
 
Martín Pablo se hizo el ofendido. Dijo que su prensista lo había insultado y amenazado y así, sin más, hizo que la policía tronquista lo detuviera. Fue trepado en la batea de la patrulla y remitido a la cárcel municipal.
 
Ahí pasó una noche, incomunicado. Su familia no lo pudo ver. Le violaron sus derechos, como acostumbra la policía del ex alcalde de Las Choapas y ahora diputado electo, el Ratón Vaquero, don Renato de Tronquilandia.
 
Nada pendejo, Martín Pablo se hizo el ofendido. Fue al MP, presentó una denuncia y volteó las cosas a su favor. Cosa de cobardes, de aquellos que ofenden a los demás y luego le faltan yemas para enfrentar las consecuencias.
 
A los pocos minutos, Lorenzo Ramos quedó libre. Su abogado lo sacó. No había delito que perseguir. Todo consta en la declaración que realizó ante las autoridades.
 
Lo más condenable y hasta cómico es que después de su chingadera, Martín Pablo le pidiera a Lorenzo Ramos una prórroga de 15 días para pagarle su liquidación. Y quiere que en ese tiempo el prensista le siga imprimiendo su pasquín para no dejar de circular.
 
Se necesita carecer de madre para encarcelar a alguien y luego pedirle que se quede a trabajar en lo que consigue a quien lo sustituya. Martín Pablo es de los que medio matan a la vaca y todavía le piden que les dé unos litros de leche.
 
Lorenzo no está obligado a cumplir con el acuerdo. Desde el momento en el director de La Voz lo encarceló, la relación de trabajo terminó y debe ser liquidado conforme a la ley.
 
No es la primera vez que Martín Pablo se pasa de berenjena. Ya en 2008 hizo lo mismo con un diseñador al que agredió. Fue denunciado y tuvo que liquidarlo.
 
De gente así se puede esperar todo. El salario de los trabajadores es sagrado. Y cuando no se puede pagar a tiempo, hay formas de entenderse, hallar una solución. Pero encarcelar a un empleado por exigir su salario, es una atrocidad.
 
No es raro en Martín Pablo. Es su condición. Abusa de los demás, seguro porque así lo hace su patrón, Renato Tronco. Atropella a la gente, manda a golpear inocentes y usa a la policía para encarcelar.
 
Eso ocurre porque en el pueblo algo anda mal. Renato Tronco y Martín Pablo son como Tarzán y Chita. Lo que hace el dueño, lo repite el chango.
 
Martín Pablo es el periodista —si a eso se le puede llamar periodista— que ha venido avalando la calidad moral de Renato. Y cómo no, si son igual de jijos, corazón de piedra, abusivos, prepotentes, malaleche. Y así seguirán hasta que la raza diga, ¡ni una más!
 
(Comentarios y tips a: [email protected])

 

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