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Juan Ciudadano

Los Gobernados

Una chispa, un agitador y el palacio se incendia

01/09/2014 10:59 a.m.

Subámonos a la máquina del tiempo. Imaginémonos en Las Choapas de ayer, cuando el cacique era Onésimo Escobar y no había más ley que la de él, la del líder petrolero, ese que un día declaró que tenía ranchos, granjas, casas, autos y hasta avión... y hasta le aplaudieron.

Veámonos ahí. Las Choapas, hace 30 años, un pueblote que no se desarrollaba porque los líderes petroleros se quedaban con toda la riqueza. Y eso hartó a los choapenses, que así nomás, cuando les prendieron una chispa hicieron estallar todo.

La gente estaba intranquila. Habían matado al estudiante del Tec de Minatitlán, Gustavo Reyes del Valle, y se responsabilizaba a la policía. El 8 de noviembre de 1984, los estudiantes protestaban y llevaban con ellos el cadáver de su compañero muerto.

No faltó el agitador. No faltaron las causas. No faltó la irritación popular. Y a una voz, se fueron sobre el palacio municipal. Lo incendiaron. Lo saquearon y aquello fue para no dejar de recordar.

De ahí se pasaron a la casa de Onésimo y a la del alcalde Roberto Cayetano. Entraron, las saquearon y el cacique quedó reducido a nada. También atacaron la tienda de consumo de la Sección 26. O sea, le pegaron al poder petrolero. Así se le acabó la cuerda a Onésimo y Las Choapas comenzó a cambiar. Un cacique que es tratado así por su pueblo, no es cacique. Onésimo entró en decadencia.

Aquello comenzó con un hecho policíaco y degeneró en una revuelta popular, mal encaminada porque partió de una violación a la ley, delito de motín y daño en propiedad ajena.

Ocho años después, en 1992, lo mismo: otro enfrentamiento entre la policía y un grupo de alcoholizados en pleno carnaval. Y de la gresca pasaron a la violencia. El saldo: un muerto. Y de ahí, el palacio en llamas.

Son hechos que sirven para decir que una pequeña chispa puede incendiar un pueblo.
Bajémonos de la máquina del tiempo. Es Las Choapas, hoy.

Un llamado de auxilio mueve a la policía municipal. Hay una riña marital en la colonia Carmen Romano.

La esposa es golpeada por el marido, según denuncia la tía. Llega la policía y es recibida con una lluvia de escombros que sirven de proyectiles a los vecinos. Finalmente detienen al esposo, Daniel Vidal Morales, pero son echados de mala manera. Sólo faltó que a los policías les dieran una patada en el trasero. ¿O sí se la dieron? Huyeron como cobardes o como cucarachas fumigadas.

Al rato regresaron por la revancha. Era el equipo antimotines. Marchaban por el lugar del incidente y uno exhibió una ametralladora Uzi, según se ve en las fotografías que consignaron el hecho. Otros amedrentaban a la gente. Se cuenta que hubo disparos al aire. Los vecinos dicen que fueron los policías; los policías dicen que fue la gente.

Las reacciones no se han hecho esperar. Los comerciantes, el cronista de la ciudad, los masones por voz de su venerable maestro, han condenado el hecho. La gente debe respetar a la policía y la policía debe actuar como tal, no como una banda que anda en busca de camorra y con sed de venganza.
El caso está cañón. Esa policía no está bien depurada y el que la dirige simplemente no la dirige bien. Todavía hay tronquismo ahí.

En seguridad pública municipal el principal responsable es el alcalde Marco Estrada Montiel. Pero ahí no hay pies ni cabeza. Por eso la torpeza con que actúan sus elementos y que podrían desencadenar un estallido social. El director de la policía es el operativo, pero el mero, mero, es el presidente municipal.

Un conflicto vecinal, mal manejado, terminó en una gresca en la que los policías tuvieron que salir huyendo. En el colmo de la estupidez como si se tratara de un grupo de pandilleros, en mayor número, armados hasta los dientes y apuntando temerariamente hacia los vecinos, regresaron a “lavar su honor”.

Marco Estrada tiene enemigos al acecho, guerrilleros del cacicazgo que solo esperan una oportunidad, una sola, para convertirle en un polvorín el municipio.

Que Marco amarre a su policía. Que los adiestre y los someta a criterios claros sobre cómo actuar. La prepotencia sólo incuba violencia. Y cuando el pueblo se levanta, no hay poder que lo pueda sofocar.
Ningún particular puede incurrir en resistencia de particulares a la autoridad. Eso es un delito.

Pero tampoco pueden recibir a los policías con proyectiles porque eso también amerita cárcel.
Menos todavía, que los policías regresen mejor armados apuntándole a los ciudadanos, así se éstos hayan sido los agresores. En un 1-2-3 se prende la chispa. O mejor dicho, alguien la prende. Y comienza la revuelta que se vuelve motín. Y de ahí al palacio quemado.

O la policía recompone el rumbo, o Marco Estrada va a tener que despachar en el parque Juárez cuando le incendien la presidencia municipal.
Los guerrilleros del cacicazgo están al acecho.
 
(Comentarios y tips a: [email protected])

 


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