Un mentiroso más.
Sí, uno más. Y se llama Marco Antonio Estrada Montiel.

 

Tráiganlo a la memoria. Ubíquenlo en los tiempos de campaña. Escuchen sus discursos. ¿No decía que haría un gobierno municipal diferente? ¿No criticaba las fiestas populares que usaba Renato Tronco para inundarlas de cantinuchas, en las que se escenificaban espectáculos denigrantes y hechos de violencia?

 

Pero eran los tiempos de campaña. Y así tenía a la gente para sacarles el voto, aunque tuviera que echarles rollo. Juró y perjuró que de llegar al gobierno las cosas serían diferentes. Su intención era obtener el voto a toda costa.

 

¿Y qué ha pasado en sólo dos meses y medio de gobierno en Las Choapas? Se repite la historia del Ratón Vaquero. Llegamos al Día del Grito y nos inunda con carpas cerveceras, como lo hacía Renato, valiéndole todo, o sea, valiéndole madres lo que quiere el pueblo.

 

Nadie hubiera hecho mejor este desmadre, ni Renato. Primero dejó que se instalaran los juegos mecánicos afectando espacios públicos y hasta las áreas de acceso al parque para los discapacitados; luego convirtió el parque Juárez en un mercado donde se vende de todo, se engaña al pendejo que se deja, y la prostitución se ejerce que ¡ay nanita!

 

Y digo que nadie, porque hasta Renato traía muy claro en su mente rebuscada cómo iba a hacer sus chingaderas. Marco titubea y da palos de ciego. Lo de las cerveceras es para morirse de risa. Que si en el lugar de siempre, que si mejor en el Titanic, que si otra vez por el DIF.

 

Pero lo más chingón del desmadre es cómo trae a los regidores. Un calzón de borracho se menea menos. Que si pa’llá, que si pa’cá. Y los pobres ya no saben qué decirle al pueblo. Porque son ellos, no Marco, quienes le dan la cara al pueblo. Él, Marco, no se exhibe desde que le sacaron sus trapos sucios al tesorero, el distinguido señor Güicho Panteón.

 

La primera que hizo el alcalde fue autorizar que el parque se volviera mercado. Lana es lana, y les quiso cobrar a los puesteros por metro cuadrado pero terminó haciéndolo por metro lineal. De otra manera no es negocio y nadie se instala. Y si nadie se instala, no entra lana a la Tesorería.

 

Dejó que llegaran los de la bolita y otros juegos que sólo sirven para engañar a la gente, pues lo únicos que ganan son los que organizan el atraco. En muchas partes está prohibido ese juego y aquí Marco se los permite.

 

Después lo de las prostis. Se supone que esa actividad está controlada, que sólo en las casas de cita, que en los congales donde trabajan las que tienen tarjeta de salud, pero no en el parque. Qué chido que los niños vayan a jugar y a divertirse y terminen viendo cómo se contrata la carne y se hace un faje a la vista de todos, pagadito, eso sí, si no pierde la casa. Qué moral, carajo.

 

Pero lo peor está en la instalación de las cerveceras. Las escuelas y muchos ciudadanos se quejaron porque en tiempos del Ratón Vaquero las colocaban junto al DIF y frente a los planteles escolares. Y aquello era un desgarriate. Todavía en la mañana había borrachos en las calles y le faltaban al respeto a las damas o hacían sus necesidades en la vía pública.

 

Entonces se pensó en que las cantinas se instalaran en el salón de usos múltiples Titanic. Y así iba a ser. Todavía el viernes 12 eso decían. Los que fueran por sus cervezas tendrían mejores condiciones; si llueve, no se mojan; todo en orden; no se afecta a las escuelas; no estarían cerca del DIF. ¿Entonces qué madre pasó? Pues que se impuso el negocio y el alcalde valió.

 

Ahí mandó al regidor Álvarez Yamada. Y éste puso la cara. Habló de los beneficios. Si el pueblo lo pedía, al pueblo se le cumplía. Y al final, nada. Lo dejaron como el mentiroso de la obra. El sábado 13 hubo reversazo. Las cantinas volvieron al sitio de siempre. Yamada y Urdapilleta quedaron como inexpertos y diría aquel: ¡nos chamaquearon, papá!

 

Ahí están. Las cerveceras se salieron con la suya. Se impusieron. Dejaron al alcalde como un títere. Y todavía peor, como un mentiroso. El negocio no está en otra parte, dicen ellos; está en el parque. Y que se empede la nación.

 

Marco Estrada no tuvo escrúpulos para mentir. Hizo lo mismo que Renato y que todos aquellos que se ganaron el repudio de la sociedad. El negocio sólo cambió de dueño. Renato concedía permisos a los estafadores de la bolita; Marco también. Renato hacía jugosos negocios permitiendo la instalación de cantinuchas donde se pone el peor de los ejemplos a la juventud y la niñez choapense; Marco también.

Marco Estrada miente. Mintió en campaña para tener votos. Dijo que haría un gobierno diferente, que no sería como Renato, que no haría las mismas chingaderas de Renato. Y véanlo ahora. Más de lo mismo.

 

Olvida Marco que a los hermanos Tronco —Miguel y Renato— nos les alcanzaron las carretadas de dinero que despilfarraron para tratar de comprar la conciencia del pueblo. La sociedad se cansó de tanto abuso, y sobre todo de los excesos de poder.

 

Marco apenas inicia. Ya se muestra como es. Marco tiene dos meses y medio en el poder y ya se parece a Renato. Abusa y hace negocio. Cree que el pueblo olvida. Pero el que olvida es él.

 

Olvida que está sujeto al más fuerte reclamo ciudadano. Se lo ha ganado. Así que gritemos todos:
¡Viva el mentiroso! ¡Viva Marco!
 
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