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Juan Ciudadano

Los Gobernados

Duarte, la anarquía nuestra de cada día

28/10/2014 09:42 a.m.

Acultzingo sí cuenta. Por muy pequeño que sea, por muy abandonado que esté, perdido en la sierra central de Veracruz, Acultzingo sí cuenta.

Hace unas semanas todos hablamos de él. Hallaron ahí un campo de entrenamiento de sicarios del crimen organizado y fue noticia nacional.

Ahora es la más viva expresión de la anarquía al estilo Javier Duarte, reflejo del régimen de terror que se sufre en la gran mayoría de los 212 municipios del estado.

Mientras que Duarte y sus favoritos viven y gozan de la opulencia, del oropel de las cumbres internacionales y de los Juegos Centroamericanos, sin que les importe saber, porque no tienen la capacidad para atender los altos niveles de la violencia, que hunden a cientos de miles de veracruzanos en la anarquía y la miseria, Acultzingo se erige como la cuna del desastre.

En Acultzingo dejó de haber autoridad. O mejor dicho, al poder constitucional se lo llevó la madre por unos días.

El ex alcalde Cándido Morales Andrade fue ejecutado; el alcalde actual, Salomón Cid Villa, anduvo desaparecido y luego oficializó su licencia al cargo; el síndico Cándido Carrillo Altamirano no quería asumir la presidencia municipal por ministerio de ley y el Congreso de Veracruz se mantuvo en el limbo sin nombrar al sustituto. ¿Alguien duda que esto es el caos?

El vacío de poder es evidente. Pero hay que saber las causas que lo provocaron y tratar de explicarnos qué le espera a Acultzingo.

Hay quien dice que el hallazgo del campo de entrenamiento de sicarios es el motor de todo. Hubo pitazos, hubo alertas, se enteró al gobierno y el narco se cobró la factura.

La respuesta es un ex alcalde ejecutado y otro al que nadie volvió a ver desde el 16 de septiembre, cuando culminaban las fiestas patrias. Y un Congreso que en los próximos días debe designar al síndico como sustituto de Salomón Cid Villa, para que asuma la presidencia municipal de manera temporal.

Es el estado de terror que poco a poco se va imponiendo y que va sometiendo a la sociedad ante la pasividad de las instituciones.

Hoy, en Acultzingo hay un ex alcalde asesinado y uno presidente municipal que se separa del cargo cinco semanas después de que se hizo ojo de hormiga.

El síndico Cándido Carrillo dice que no desapareció el alcalde y desmintió a la presidenta del Congreso estatal, Anilú Ingram Vallinas, quien así lo había afirmado. Pero no explica el edil por qué Salomón Cid se ausentó, nadie supo de él y cuando estalla el escándalo, asegura que la licencia la solicitó desde el 23 de octubre. ¿Y será que firmó la solicitud de licencia o alguien le falsificó la firma?

Yo no lo creo. Yo veo un caso de desaparición o la huida de Salomón por miedo al crimen organizado que está cobrando la factura por el hallazgo del campo de entrenamiento de sicarios. Y ahora, cuando asesinan al ex presidente municipal Cándido Morales Andrade, comienzan a reconstruir todo. Pero de que es un caos, es un caos.

Y cómo no, si Veracruz es uno de los cuatro estados con más ediles y funcionarios afectados por el crimen organizado. Es otro signo que distingue al duartismo.

La estadística es contuendente. En los últimos cuatro años, 11 alcaldes y ediles han sido asesinados en Veracruz; tres sufrieron atentados a manos de comandos armados y cuatro ex alcaldes fueron ejecutados. Ocho ediles del PRI y siete del PAN fueron ejecutados.

Lo de Veracruz es barbarie. El tesorero de Coatepec, Guillermo Pozos Rivera, es el quinto funcionario asesinado en lo que va del año.

En febrero de 2014, fue ejecutado a las puertas de su hogar el alcalde de Pueblo Viejo, José Luis Cervantes Cruz. En marzo, Efraín Márquez Cruz, síndico de Filomeno Mata, a quien emboscaron cuando se trasladaba en su vehículo junto con su esposa.

En junio, mataron al síndico de Tlachichilco, Manuel Ríos Santiago. Su cuerpo fue arrojado a un barranco de la zona. Hace algunas semanas, el alcalde suplente de Pánuco, Teódulo Gea Domínguez, fue hallado sin vida en un camino vecinal. Era el representante del senador José Francisco Yunes Zorrilla.

La violencia está más cabresta de lo que parece. En 2013, el alcalde de Aquila, Gerónimo Manuel García Rosas, fue ultimado por el segundo comandante de la Policía Municipal, Adán González Vega.

En 2012, la alcaldesa de Tlacojalpan, Marisol Mora Cuevas, fue secuestrada y su cuerpo hallado sin vida días después con huellas de tortura.

Ese año mataron al alcalde suplente de Atzalán, Rafal Landa Fernández, y al síndico de Pueblo Viejo, Jaime Lladó Delgado.

También fueron asesinados el ex alcalde de Isla, Nahún Tress Mánica, y su hijo Oscar Nahúm Tress Pintado, por negarse a ser extorsionados por Los Zetas.

En 2011, el 22 de febrero, al alcalde priísta de Tampico Alto, Saturnino Valdés Llanos, desapareció en Ciudad Madero, Tamaulipas. Lo hallaron muerto en un basurero, el 3 de marzo, junto con 10 cadáveres más.

En 2010, Gregorio Barradas Miravete, alcalde electo de Rodríguez Clara; su secretario particular Ángel Landa Cárdenas, y el ex alcalde Omar Manzur Assad, fueron secuestrados y más tarde ejecutados. Sus cuerpos fueron abandonados en Tuxtepec, Oaxaca.

La violencia no cesa. Cada vez es más intensa. Ahora le toca a Acultzingo pagar su cuota de sangre. Hoy no hay autoridad: un ex alcalde fue ejecutado; el presidente municipal que pide licencia cinco semanas después de ausentarse. Y el Congreso en la babia.

Acultzingo hoy sí cuenta. Es la expresión más viva de la anarquía al estilo Javier Duarte.

(Comentarios y tips a: [email protected])

 


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