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Juan Ciudadano

Los Gobernados

Chespirito y Peña Nieto

01/12/2014 09:55 a.m.

Ya ni extraña que haga eso. Es muy de él, de Enrique Peña Nieto, que exalte sólo las cosas que le ocupan y deje de lado las que son verdaderamente de interés nacional.

Se tomó 12 minutos para reaccionar ante la muerte del comediante Roberto “El Chavo del Ocho” Gómez Bolaños, cuando que tuvieron que pasar 12 días para que reaccionara, de manera sosa y obligada, ante la desaparición de 43 estudiantes de la escuela normal Raúl Isidro Burgos, en Ayotzinapa, Iguala, en el estado de Guerrero.

Doce minutos para uno y 12 días para los otros.

Peña Nieto es un producto de Televisa: superfluo e ignorante, tragicómico y telenovelero, amante del espectáculo y la propaganda.

No lee. No sabe siquiera los nombres de tres libros. Recordémoslo en la Feria Internacional del Libro. Ahí se pintó de cuerpo entero. Es un inculto. Y es producto de la mercadotecnia política. Televisa le hizo imagen, lo vendió e hizo creer a muchos que era la solución para México.

Es parte de Televisa y se debe a Televisa. Por eso, al morir “Chespirito”, no dudó en expresar su pésame y cuanto antes lo hiciera, mejor.

“Chespirito” no surgió de Televisa, pero brilló en el consorcio de los Azcárraga y cada uno de sus programas le daba a la televisora un alto rating. Fueron una buena fórmula y cosecharon éxito. Con sus personajes —El Chavo del Ocho, el Chapulín Colorado, el Chómpiras, Chaparrón Bonaparte, el Doctor Chapatín—. Gómez Bolaños se volvió un ícono de la comicidad. Sus programas fueron vistos en decenas de países y se tradujeron a más de 50 idiomas.

Pero eso no le da argumento al Presidente de México para hacerlo una prioridad nacional al conocerse su muerte, y en cambio, se negaba a que su gobierno se pronunciara frente al caso de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, los seis asesinados y los más de 20 detenidos y golpeados.

La muerte de Roberto Gómez Bolaños le duele a un gran sector de la población, que lo vieron y rieron con él, que disfrutaron sus programas, que solían identificar a los personajes de Chespirito con personajes de la vida real, con el hermano, con el hijo, con el amigo, con el profesor, con el cartero, con la vecina estirada, con el niño mimado, con el niño olvidado o con la niña precoz.

Pero la desaparición de los normalistas le duele a todos porque es un acto de brutalidad que refleja la prepotencia de un alcalde, el de Iguala, y los vínculos de los políticos con la delincuencia organizada, al grado de reprimir a los estudiantes y que esa policía los haya entregado a sicarios del narcotráfico.

Y para eso, cuando ya el escándalo estaba en su mayor nivel, Peña Nieto se resistía a que el gobierno federal tomara acciones para dar con los responsables materiales e intelectuales de la muerte de seis personas y desaparición de los 43 normalistas, ocurrida la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre.

Peña Nieto es de acción retardada. Pasaron los días y no actuó. Toda la prensa informaba de los 43 desaparecidos y cada vez más testimonios implicaban a la policía de Iguala. Se hablaba del acalde y su mujer, la pareja imperial. Y Peña Nieto seguía insistiendo que el asunto era de responsabilidad local, o sea del gobierno de Guerrero.

Cuando llegó el día 12, cuando todo mundo se la refrescaba, cuando se demostró que el alcalde y su vieja eran los operadores de la banda Guerrero Unidos, entonces Peña Nieto reaccionó.

Doce días para los normalistas de Ayotzinapa y 12 minutos para Chespirito. Está cañón.

Chespirito murió por sus afecciones físicas. Nadie lo mató, ni lo desapareció, ni fue víctima del crimen organizado, ni fue objeto de represión, ni en su muerte participó la policía, ni fue levantado y luego entregado a los matones del narco, ni fue torturado, asesinado y luego calcinado.

En cambio, los normalistas de Ayotzinapa cayeron en manos de criminales, se los llevaron y todo indica que los mataron. Y de eso ya hace dos meses, sin que el gobierno de Peña Nieto haya logrado aclarar los hechos, hallar a alguno de los sobrevivientes o encontrando los cuerpos sin vida y demostrando que se trata de ellos.

El contraste es terrible. Ningún presidente sensato se habría tardado 12 días en pronunciarse y tomar cartas en el asunto, sobre todo ante un hecho criminal de tal magnitud, y en cambio, expresa su tristeza 12 minutos después que se sabe que un comediante como Chespirito había muerto.

Pero el pueblo ya se cansó, ya se hartó de estar abotagado, cómodamente, esperando que las historias bobas de Televisa y Peña Nieto les resuelvan sus problema. Por eso hoy salen a las calles, y exigen que el Presidente renuncie, pues ya nadie le cree, ni quieren creerle.

Los 12 minutos para el caso de Chespirito y los 12 días para los desaparecidos de Ayotzinapa, nos dice qué clase de presidente tiene México.

(Comentarios y tips a: [email protected])


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