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Juan Ciudadano

Los Gobernados

Entre Dios y los malosos

15/10/2015 09:39 a.m.
Golpe de pecho, agua bendita, el sermón del cura y la bendición plenaria. Y así, protegidos por el Arcángel Miguel, se revisten de Dios los mandos y elementos de la Policía Estatal que, junto a las fuerzas federales, hacen suyo el Blindaje Coatzacoalcos.
 
¡Hombres Santos, pues, id y en el nombre de la justicia, aplacad a los malosos, a las bandas que secuestran y extorsionan, a los que roban  y matan, y traed para este pueblo que sufre y teme, la paz que es reclamada!
 
Han recibido la gracia de Dios. Se les confiere a ellos y también al alcalde de Coatzacoalcos, Joaquín Caballero Rosiñol, que es devoto, devoto; que siempre invoca a Diosito chulo, aunque en el ayuntamiento haga tropelía y media, le retenga el salario a sus empleados, les baje el sueldo, le dé obra a sus cuates, pasee y pasee mientras Coatza anda sumido en el atraso.
 
En la catedral de San José, la que está en el centro, frente al parque y cerca del palacio municipal, se respira la gracia divina, porque ellos, aunque muchos los vean con recelo y hasta con sospecha, también son hijos de Dios.
 
Y de que les llegan las palabras del padre Miguel, les llegan. Ellos escuchan, calladitos, porque el momento así lo exige. Y no sólo la tropa, también sus jefes, los mandos, aunque ya se sepa de qué pata cojean los vatos.
 
Hacía tiempo que no se les veía así, súper solemnes, una persignada al principio, otra persignada a media misa y una persignada más al final. Que si el Yo Pecador —y ellos bien confesos, bien pecadores—, que si el Credo, que si el Santo, que si el Padre Nuestro, y la paz, y la comunión, y los mejores deseos del mundo.
 
Oyeron al padre Miguel y al concluir la celebración, la foto del recuerdo. Pa’ que todos sepan que también van a misa, que tienen sentimientos, que buscan a Dios, que tienen a un ser supremo que les marca la ruta y les dice qué camino seguir.
 
Unos comulgaron, otros no. Allá cada quien con su conciencia, con lo que traen en su interior. Allá los que andan en buenos pasos y los que no. Dice otro padre, Santiago, que el que comulga está bien con el Señor, cumple sus mandamientos y su vida no tiene mancha. Pero el que no, por algo será.
 
“Mujeres, hijo, mujeres”, me decía un día el padre Domingo. “¿Dónde, padre, dónde”, le contesté. Y volvió a lo mismo: “Mujeres, cuántas”. Y explicaba este hombre de Dios que basta con voltear a ver una, con ganas de comer y hasta de cenar, para que el pecado haga acto de presencia.
 
Uta, pues ya me condené. Si no hay cómo evitarlo. Las mujeres están ahí para admirarlas, mimarlas y amarlas. Claro, dice Domingo, pero una sola y como si fuera una santa. Y pues nomás le dije que sí. Una y ya.
 
Ahí en la catedral, los policías fueron ese día por su dotación de espiritualidad. Que Dios los bendiga. Que dios los proteja. Que Dios guíe sus pasos.

Y el padre Miguel los encomendaba a su tocayo, el Arcángel Miguel, el jefe de los ejércitos del Señor, el cuidador de la Iglesia, el que porta armadura romana y que se enfrenta al mal, el que usa su espada para acabar con el demonio y sus aliados.
 
Salieron de ahí bien potenciados. Son policías y deben cuidar la seguridad y la integridad de los ciudadanos. Y todos dijeron que sí. Luego la foto. El alcalde Caballero, el padre Miguel, el jefe del Mando Único y la tropa, todos en las escalinatas del altar.
 
Claro que no falta quien haga escarnio de los pobres poliches. Muy santurrones en la catedral y una vez que ponen un pie fuera, incluso estando en el atrio, les sale lo diablillos.

El pedo es que mientras ellos andaban conviviendo con los santos, los arcángeles, el padre Miguel y sus acólitos, en Minatitlán una abuelita y su nieto eran acribillados a balazos por un par de malosos.

La abuelita, doña María Carolina Hernández Ortega, de 73 años de edad, y el menor Cecilio Flores Hernández, de 16, se hallaban cenando junto con otros parientes. Ellos vivían en el ejido Cazones, a 60 kilómetros de la cabecera municipal.
 
Un par de sujetos llegó. Dicen que había poca luz y comenzaron a disparar a diestra y siniestra. Supuestamente la víctima debía el padre del menor, pero los asesinos sólo lanzaron los disparos sin percatarse de quien caía.
 
Ahí acabó su vida. La ancianita murió en el patio. El chamaco fue llevado a un hospital donde dejó de existir.

Obvio, se armó el desmadre. Lo menos que uno dice es que mientras la policía se da golpes de pecho, se redime entre oraciones, da y recibe la paz, y toma la comunión, la violencia sigue.
Qué bueno que vayan a misa. Qué padre que Dios los proteja. Pero que no la jodan, la inseguridad cada vez es peor, cada vez hay más muertos, cada vez hay más extorsión, cada vez hay más secuestros, cada vez hay más asaltos.
 
Como dijo Ruiz Massieu: “Los demonios andan sueltos”.
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