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Juan Ciudadano

Los Gobernados

Los que lucran con las inundaciones

23/10/2015 08:54 a.m.
La tragedia tiene dos caras: la de los que la sufren y la de los que lucran con ella.
Díganme si no. Llueve, se inundan las colonias, muchos pierden sus pertenencias, otros deben dejar sus viviendas. Sigue lloviendo, se desbordan los ríos, más gente pierde su patrimonio, sus enseres de casa, su ropa, sus bienes, a veces su casa, a veces la cosecha o los animales.

Llueve a mares. Otros dicen que llueve a madres. Y sí, ha llovido sin parar, provocando que los drenajes, donde los hay, se saturen y el agua de lluvia, muchas veces mezclada con aguas negras, corra por las calles y llegue a los hogares. ¡Guácala!

Y una vez ahí, arrasa con todo, se lleva todo, mientras sus moradores ven cómo salvar lo que tienen, primero su vida, claro, y luego lo más necesario.

Pero por mucho que traten de salvar, siempre se pierde algo. Vemos colonias enteras anegadas, el agua a media pared, y los muebles de sala, el refri, la estufa, la lavadora, lo que había en el patio, el carro de los que tienen carro, la bici o el triciclo, todo convertido en pérdida total.

Esa misma tragedia se vive en el campo, en las zonas rurales. Son áreas olvidadas, donde el gobierno no invierte o hace como que invierte sólo para sacarle su voto a los campesinos.
 
Ahí también se inunda, sea por los constantes aguaceros o porque tanta agua desborda los ríos y las lagunas, o de plano satura los pantanos, que son vasos reguladores, pero con tanto relleno autorizado por las autoridades para construir fraccionamientos habitacionales, ya no cumplen su función.
 
Lo cañón es que con tanta lluvia, con el crecimiento de los ríos, con los pantanos a su máximo nivel, a todo mundo le toca su pedacito de tragedia. Y eso, la verdá, no se vale.
 
Ahí está lo de Minatitlán. Crece el río Coatzacoalcos y se van a pique los del Playón Sur y colonias bajas. Se esperaba para esta madrugada el desbordamiento, aunque ya muchas calles comenzaban a inundarse, brotando el agua entre las losas de las avenidas.
 
En Agua Dulce lo mismo, creciendo el río Aguadulcita, que siempre da problema, que pese al dragado y a todo lo que se ha implementado, alcanza su nivel crítico y a correr todos porque la inundación se pone de pelos.

A veces ni siquiera se requiere que el Aguadulcita haga de las suyas. Basta con que pegue el aguacero y a los del Repasto los ve uno bajo el agua, salvando sus cosas como Dios les da a entender. Algunos habitantes ya tienen tapancos para trepar ahí lo necesario y que no les vaya tan mal.

En Las Choapas se van a retrasar obras, como en la Solidaridad, donde ya no les preocupa que avance la introducción de drenaje como que rellenen las calles que han sufrido algún estrago.

Y así todo el sur de Veracruz, donde los frentes fríos se ensañaron, provocado aguaceros que parecía que no fueran a terminar.

Y sí, ahí hay tragedia porque el que tiene y pierde lo que tiene, vive su propia tragedia, reclamándole al gobierno porque no hacen obras que eviten que se queden sin nada.

Pero mientras para ellos es tragedia, a la gente del gobierno le viene de maravilla los daños que causan los fenómenos meteorológicos. Unos lloran y ellos se enriquecen.

Lo primero, lo primero, es la declaratoria de desastre. Hay que pedirla. Y luego hay que presionar, que la evalúe el gobierno federal y que haga la declaratoria oficial. Es la parte chida de una inundación y la tragedia. Es a lo que tiran los políticos porque representa dinero.

Las obras que destinen a subsanar lo afectado y lo perdido, no están sujetas a procesos de licitación, se asignan de manera directa, a los cuates o a los conocidos, y son por muchos millones de pesos.

Sin que la ley los obligue a nada, el gobernador, los secretarios de Infraestructura y Desarrollo Social, los alcaldes, los amigos de los diputados, todos tienen vara alta para asignar obras. Dice la ley que se evita la licitación porque deben ser obras inmediatas para que subsanen los estragos provocados por los fenómenos naturales.

Pero lo peor es que las obras se pagan pero las dejan a medias o de plano no las realizan. Y uno se pregunta cómo rechingaos le hacen. O qué se necesita tener en las venas para cobrar por una obra que era necesarísima para la población y simplemente no la ejecutaron pero sí pasaron las estimaciones y hasta los finiquitos.

Estas tragedias —porque son tragedias cuando se pierde todo— le vienen bien al político, que se frota las manos y que sonríe mientras ve que poblados enteros son arrasados por el agua del río o por los torrenciales aguaceros.

Cuando ve uno que se reúnen los políticos y que realizan la solicitud de declaratoria de desastre, piensa qué buena onda. Pero cuando pasan los años, las obras no se ejecutan y las cobran, dice uno qué poca máuser.
(Comentarios y tips a: [email protected])
 

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