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Juan Ciudadano

Los Gobernados

El crimen nuestro de cada día

09/11/2015 10:07 a.m.


Como si fuera “Salvajes”, o como si fuera “El Padrino”, o como si se tratara de “El Señor de los Cielos” o “El Patrón del Mal” o “Narcos”. Con la salvedad de que esto no es ficción o un acercamiento a la realidad. Esto es asunto de sicarios y de impunidad.

Los muertos aquí son reales y nos los están acumulando de a tiro por viaje, como si fuera el crimen nuestro de cada día.

Y es como si fueran oleadas de sangre que se ven venir allá, a lo lejos, como la mar crecida y que viene y viene hasta alcanzarnos, pegándonos y atontándonos, sacudiéndonos como sociedad, sin darnos chance de salir del asombro y así, medio golpeados, medio entre estamos y no estamos, cayendo en la cuenta que esta es la violencia que llegó y no se va a ir.

Los del sur estamos que no nos la acabamos, llorando a nuestros muertos y llorando también porque el miedo nos cala y ya lo piensa uno para salir a la calle sin tener la seguridad que va a regresar.

La ejecución del abogado Rodolfo Zapata Carrillo, en Coatzacoalcos, fue como la chispa en el barril de pólvora. Un impacto, otro, otro, otro. Se desploma. Aquello se convierte en una charco de sangre y sobre él el abogado, cara al piso, bien muerto, mientras los sicarios huyeron campantemente sin que hubiera policía que los alcanzara.

Pasó en la mañana del Día de Muertos y en minutos ya se sabía y corría por Facebook y en Twitter, con las fotos de la tétrica escena. Lo agarraron los portales de los medios de comunicación y horas después ya era noticia nacional. Otra vez Veracruz. Otra vez un activista ejecutado. Otra vez alguien que denunciaba la pasividad del gobierno de Javier Duarte y hasta la complicidad con su frase: “Parece que el secretario Bermúdez le dijo a los delincuentes que que chingaran Coatzacoalcos”.

Ese día le quitaron la vida a Omar Domínguez Benítez, El Mocho, que acaba de llegar a la casa de su suegra, en la colonia Aviación, en Las Choapas. Bajó del auto su esposa y se internó en la casa cuando se escucharon las detonaciones. Ocho disparos y el ganadero dejó de existir. Sicarios otra vez.

Pero no son los únicos. Al día siguiente, Miguel Levandis Hernández se encontrabaa sobre un puente cuando dos sujetos llegaron hasta él y le realizaron varios disparos. Se ve que no eran profesionales sino matarifes porque de todos los balazos sólo atinaron uno que le dio en el abdomen. Está herido pero vivo.

Miguel Levandis es dueño del bar Miki’s, por lo que se infiere que no pagó la cuota o no dejó que los narcos hicieran negocio, o dejó que otra banda disputara la clientela.

El jueves 5, Gabriel Piñones Osorio fue ejecutado afuera de su hogar, en la colonia J. Mario Rosado, en Las Choapas. Se ve que lo tenían vigilado. Su esposa salió a dejar a su nieto a la escuela y fue cuando lo abordaron y le quitaron la vida, asestándole cuatro balazos.

A Melesio Moreno Alegría lo mataron de cinco balazos, el viernes 6. Llegó a su local de bisutería en la colonia La Cuevita, cerca del mercadito, donde dejó a su esposa. Dos sujetos a bordo de una motocicleta se acercaron y lo ejecutaron.

El más reciente ocurrió ese mismo viernes 6, sobre la autopista Coatzacoalcos-Minatitlán, a la altura del paraje denominado Las Matas, cuando dos petroleros viajaban a bordo de un vehículo. Un auto se les cerró. Bajaron algunos sujetos y dispararon contra Mario Moisés Calles Montelongo, quien recibió por lo menos cuatro impactos de bala. Su acompañante, Mateo Arias López, sólo fue herido en un brazo.

Existen muchos casos más. Hay gente que apareció en las playas de Coatzacoalcos y Agua dulce. Muchos otros a orilla de carretera. Algunas son mujeres, pero invariablemente hay signos de tortura, lo que liga los casos al crimen organizado.

¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué tantos crímenes y tanta violencia en tan breve lapso y qué razones pudieron haber tenido los sicarios para ultimar a estas personas?

Ocurre todo cuando se supone que se han reforzado los operativos de seguridad, cuando hay blindaje del Ejército, la Armada, la Policía Federal y la Policía Estatal, cuando llega la batería pesada del gobierno de Veracruz, con Fuerza Civil y equipamiento motorizado.

O sea, vivimos una contradicción. Cuando había menos seguridad, no había tanto crimen. Apenas se refuerza la seguridad, se multiplican las ejecuciones.

Esto se ve en las películas. Los sicarios van por sus víctimas y las ejecutan. Al día siguiente van por otras y les quitan la vida. Y así le siguen. Pero eso es ficción.

Lo cañón está en que lo que vivimos en el sur de Veracruz no es ficción, es una maldita realidad en que los sicarios ya caminan entre nosotros, comen entre nosotros, pasean entre nosotros. Luego reciben su orden. Van por su víctima y se la echan.

Y otra vez regresan en las calles, como si nada, como si fueran ciudadanos honorables, quizá acuden a misa, quizá van al templo, quizá hacen vida social.

¿Y todo por qué? Por la méndiga impunidad.

(Comentarios y tips a: [email protected])



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