No veo la luz. Estamos a la salida del túnel y esto es sombrío, sin saber qué rumbo tomar, sin ese guía que con su lámpara nos ilumine e ilumine el camino, tropezándonos a diario con los cuerpos de los muertos, con las víctimas de la violencia.

Hace dos días hallaron cinco cadáveres en Puente Nacional. Todos se hallaban semidesnudos, con huellas de tortura, amarrados, los ojos tapados y con el tiro de gracia, aunque sin rasgo de haber sido mutilados. 

Los cinco cuerpos fueron encontrados entre la maleza en el rancho El Langostino, a la altura del kilómetro 72, carretera 125, a 90 kilómetros de Veracruz.

De inmediato se realizó una movilización, acudiendo Policía Municipal, elementos de la Fiscalía General de Veracruz en aquella región y de las fuerzas armadas.

Cinco son un chingo. Y peor cuando este miércoles aparecieron otros siete cuerpos sin vida en el municipio de Rodríguez Clara, más hacia el sur de Veracruz.

Los hallaron junto a una camioneta, en un camino vecinal del ejido Casas Viejas y se presume que ahí mismo fue la ejecución pues no se advierte que los hallan arrastrado desde otro lugar.

Ese camino conduce a una gravera y fueron los obreros que laboran ahí quienes se percataron que junto al vehículo se encontraban los cadáveres, todos atados de pies y manos.

Doce asesinatos en un par de días, como recordándonos que es el Veracruz donde la muerte llegó para quedarse y la violencia es el pan nuestro de cada día.

Son 12 muertes por quién sabe qué motivos, quizá porque andaban metidos en cosas fuera de la ley o quizá porque estuvieron en el sitio equivocado y a la hora equivocada, oyendo o viendo lo que no debían.

El caso es que son 12 muertos bajo las balas de la delincuencia y esto tiende a ponerse como cuando comenzaba el sexenio de Javier Duarte de Ochoa y le arrojaron 35 cadáveres en Boca del Río, en la vía pública, a los pies del monumento a Los Voladores de Papantla, un día antes que se realizara la cumbre de procuradores y presidente de tribunales de justicia de México.

Así empezó aquello. Un par aquí, otros cinco allá, y luego las decenas de muertos, como la de casa de seguridad en Veracruz donde había otros 32 cadáveres. Y otros 14 que el gobierno no quiso reconocer. Y así, sumándole, con los que eran hallados al pie de carretera o en ranchos, ese mes, octubre de 2011, el crimen organizado realizó 100 asesinatos.

Con esa ola de violencia se inauguró el duartismo. La noticias de los muertos comenzaron a sacudir a Veracruz y ya no abandonaría las primeras planas de los periódicos, ni los canales de televisión, ni los programas de radio.

Ahora son los 12 muertos de Puente Nacional y Rodríguez Clara, pero no son los únicos casos, pues hay dos más. Más muerte y más miedo entre la población.

Este miércoles se reporta el hallazgo de un hombre asesinado a un costado de la carretera Cardel-Tolomé, en el municipio de Paso de Ovejas, a la altura de la localidad La Ceiba.

Otro más sucedió en Torrecilla, municipio de Tlalixcoyan. Jesús Enrique Zamora, de 33 años años, apareció en un camino de la localidad de Torrecilla. Fue degollado y presentaba impactos de bala y huellas de tortura. Tenía dos días desaparecido.

O sea, 14 ejecutados hasta este momento, pero en tan solo dos días, lo que ya prendió los focos rojos en el palacio de gobierno de Xalapa, teniendo colgado de las lámparas al gobernador Javier Duarte que ya no quiere que le sumen más muertos a su cuenta personal.

Y si echamos la vista más atrás, resulta que hay más casos, una mujer que recibió impactos de bala en la cabeza, dos agentes de Tránsito asignados a la Ayudantía del gobernador, que eran quienes servían de avanzada en las giras de Javier Duarte en el centro de la entidad.

Los levantaron en Veracruz y se los llevaron. Aparecieron cuatro días después, con huellas de tortura y degollados. De inmediato salió a decir el fiscal Luis Ángel Bravo que no, que no eran escoltas del gordo, que eran simples agentes de Tránsito. Ah jijuesuchi, entonces valían menos.

Estamos ante otra oleada de violencia. Ya ven lo del abogado Zapata, en Coatzacoalcos, que nomás llegaron, le dispararon y se fueron. Y ese mismo día, El Mocho fue acribillado de ocho disparos cuando acababa de llegar a casa de su suegra, aquí en Las Choapas. Ambos crímenes ocurrieron el Día de Muertos. Qué fecha, güey.

En el gobierno, de Javier Duarte para abajo, cada vez que hay asesinatos la angustia se los come. La muerte, como dijo el fotoperiodista Rubén Espinosa, escogió a Veracruz para quedarse. Gacho.

No veo la luz. Estamos en túnel y si se supone que estamos en el tramo final, debiera verse la luz. Pero no es así. Vivimos a oscuras porque al que debe iluminarnos se le perdió la lámpara.

¿Quién sigue?

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