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Juan Ciudadano

Los Gobernados

Ganaban poco y los sorprendió la muerte

25/04/2016 08:38 a.m.

​Su tragedia no inició el 20 de abril con la explosión en Clorados III. La venían arrastrando de tiempo atrás, cuando la pobreza los lanzó a buscar una chamba pagada apenas dignamente, o quizá ni eso, y ahí, ahí se les acabó su vida.

Fueron a trabajar a la industria porque lo que ofrece la congregación o el ejido no deja. Hay chamba pero ocasional y a veces ni eso. O lo que produce la parcela apenas si da para el autoconsumo. Así que lo mejor fue emigrar y pedir chamba en las empresas que le trabajan a Pemex.

Los de Mundo Nuevo, donde radicaba más de una docena de obreros que perdieron la vida en Clorados III, no tuvieron de otra. O se iban a la industria o se morían de hambre. Y fueron a su cita con el destino.

Hoy están muertos. No se sabe cuántos son, pero sí se sabe que eran chavos de origen humilde, sin estudios, que perdieron la vida por una miseria que cobraban a la semana.

Rescatamos sus historias en el mar de información que está fluyendo desde el día de la explosión en la planta Clorados III, el 20 de abril, y que va desmenuzando lo que es la industria petroquímica, la ambición de sus dueños, la irresponsabilidad de quien ordena trabajar en condiciones de altísimo riesgo, el accidente que se anunciaba por todas partes y la identidad de esos mártires que hoy deben estar con Dios.

Sus historias nos conmueven y nos enchilan. En un vivienda humilde, muy humilde, se ve un féretro con los restos de uno de los trabajadores muertos. La pobreza se percibe en esa imagen y ni qué decir de los rostros de los familiares del obrero.

Lloran desconsoladas las mujeres de ese hogar. Llora la madre, la abuela, la hermana. Lloran los varones también porque es válido sacar el dolor y la tristeza de saber que ese ser querido un día se fue a trabajar y regresó sin vida, en un ataúd, quemado o severamente golpeado, quizá hasta mutilado.

De uno de ellos se cuenta lo bueno que fue. Muy pequeño se puso a trabajar, dice la madre. Muy pequeño tuvo que hacerlo porque la necesidad apremiaba y con lo que ella ganaba apenas si alcanzaba para medio comer.

Entonces el chiquillo comenzó a mostrar que era bueno para el trabajo. Se olvidó de la escuela, apenas terminó la primaria, agarró por su cuenta el primer oficio que pudo. Se convirtió en el motor de su hogar, pero con las limitaciones que se dan una población pequeña, sin grandes expectativas.

En otras viviendas de lámina y de madera  llegan las carrozas. En ellas van los restos de los obreros que perdieron la vida en esa terrible explosión.

Se repite el drama. Se abrazan los deudos. Se escuchan llantos y gritos de dolor. Es una escena que quiebra a todos, sí, a todos, hasta a los reporteros que van por la nota y luego cuentan que se les estrujaba el corazón.

A otros los lloran en ausencia. No aparecen por ningún lado, pese a que dice Pemex que las labores de búsqueda no cesan. Los buscan también los trabajadores que se hallan cerca de la planta Clorados III, sin que haya resultados.

Los muertos y los que no aparecen han descorrido el velo de sus vidas. Fueron a parar a la plana petroquímica porque en casa la necesidad los obligó a buscar trabajo y el presupuesto no daba. Se volvieron soldadores, electricistas, carpinteros, andamieros, tuberos, ganando una miseria esperanzados a que el tiempo extra, si es que la compañía contratista así lo estimaba, les procurara un poco más de salario.

Unos eran de Mundo Nuevo, Villa Allende, de los ejidos Manuel Almanza y Cangrejera, pero el común denominador es el mismo de toda tragedia: el infortunio y la pobreza.

En Tabasco ya protestan porque no les dan razón de los muchachos que vinieron a trabajar a Clorados III. Lo mismo pasaba con los de Puebla pero este domingo hallaron los cuerpos, los identificaron y se los llevaron.

Si nos introducimos en la vida de cada uno nos daremos cuenta que todos tienen algo de ejemplar, de ser imitada. Pobres la mayoría, mostraron que estaban hechos para el trabajo. Eran gente buena. Si hubieran sido cabeza dura, habría tomado el camino del mal, quizá se hubiera ido con el hampa y a fregar a quien fuera. Pero ellos no. Pobres y todo, decidieron trabajar aunque no les pagaran mucho pero con honestidad. Sí, eso, pero con mayúsculas: HONESTIDAD.

La explosión de Clorados III les quitó la vida. Ahora hay que ejercer presión todos para que sus familias no queden en el desamparo y que tragedias así no se vuelvan a repetir. Lo que haga la sociedad por ellos es lo que dará medida de si los demás tenemos o no, nobleza de corazón.

Sus familias lo necesitan. Todos debemos aprender de esos jóvenes trabajadores que buscando  el sustento para sus hogares, dejaron la vida ahí.

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