​Seguimos mal y creo que vamos a estar peor. En Oaxaca, el conflicto magisterial, los muertos y los heridos, el desalojo; en Veracruz, el apoyo que se traduce en bloqueos carreteros y amagos de parálisis económica. Y el discurso de unos contra otros, los anti reforma y los caciques que no quieren que nada cambie.

A todo esto me pregunto: ¿Y los niños, los alumnos, los de primaria, los adolescentes, los que quieren prepararse para ser alguien en la vida?

Y nosotros, la sociedad civil, que no nos metemos en el embrollo, pero cómo la sufrimos, sobre todo los que se quedan varados a media carretera, porque los señores maestros y quienes los apoyan deciden que de alguna forma tienen que presionar al gobierno de Enrique Peña Nieto para que la reforma educativa sea anulada.

A media carretera, las mentadas resuenan con mayor fuerza. Ellos, los que bloquean, esgrimiendo que es en apoyo a los maestros de Oaxaca, a los de la CNTE, los que se oponen a la reforma educativa porque no contribuye a mejorar la calidad de la educación y sólo servirá para sacar a los buenos y que se queden los malos.

Pero eso no lo entienden, y tienen razón, los que quedan atrapados a medio bloqueo. Para ellos, la lucha es entre dos bandos, los maestros y el gobierno, ¿y la sociedad qué? La sociedad termina enfrentando las consecuencias de la tirantez y la radicalización de ambas posturas.

Bloquear carreteras, cerrar accesos a las ciudades, establecer cordones humanos para que la gente no pueda acceder a las oficinas públicas a realizar ningún trámite, son acciones cargadas de impopularidad porque desquician todo y perjudican a las mayorías que, repito, no tienen por qué salir afectadas.

Si los maestros dirigieran sus acciones contra la reforma educativa a los que la implementaron y quienes la están operando, seguro es que irían a los domicilios de los políticos, a sus oficinas, a propiedades o empresas y ahí harían su mitote. Y verán qué respuesta lograrían.

Aquí cerca, en Minatitlán, ¿qué le hicieron a la ex alcaldesa Guadalupe Porras? No atendía el problema de la recolección de basura y la basura se acumulaba en casas y comercios. Iban al palacio municipal, le exponían el problema. Al principio los escuchaba, luego ni los pelaba.

Pensaron dónde asestar el golpe y lo dieron. Fueron a su casa, le tiraron la basura en la puerta de su hogar en tal cantidad que no podía salir. Los empleados municipales fueron en su ayuda y recogieron los residuos. Sin embargo, los inconformes le dijeron que o resolvía o resolvía; si no, volverían con más basura al fin que era lo que más sobraba en Minatitlán. Asunto arreglado.

Si bloquean carreteras, al gobierno no le afecta. Le parten el queso a los ciudadanos, que se irritan tanto contra los maestros como contra el gobierno, pero no a los políticos que provocan el conflicto.

Si bloquearan los accesos a las viviendas de los políticos, a sus negocios y a sus oficinas, de inmediato los buscarían para dialogar y hallar soluciones.

En parte los maestros tiene razón, en parte no. La reforma educativa es laboral y muchos de los que sean sometidos a la evaluación se irán, sean buenos maestros o no, por disidentes y contestatarios. Otros no tienen derecho a llamarse maestros porque no tienen vocación para enseñar. Son grillos y farsantes.

Peña Nieto está en una cerrazón total. Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública no cede y además envía a la policía a darle duro a los maestros, alegando que la reforma va. La CNTE tampoco cede y ahí se traba el conflicto. 

Hoy, los mismos maestros expresan que no hay una reforma educativa que pueda ser efectiva si no se tocan los cacicazgos que vienen manejando al gremio magisterial como si la educación fuera de su propiedad.

¿Sirve de algo la reforma educativa cuando Juan Nicolás Callejas Arroyo, el líder de la Sección 32 del SNTE, le hereda el cargo a su hijo Juan Nicolás Callejas Roldán, el que le pide nachas hasta a la prima y ésta lo exhibe y denuncia en la Legislatura estatal, o a la maestra Patricia Peña, ex diputada federal por Coatzacoalcos, que lo trae bien acelerado?

Para que una reforma educativa funcione, hay que evaluar maestros; echar a la calle a los golfos que cobran sin pararse por las aulas; cesar también a los que en sus protestas rompen cristales de negociaciones y queman edificios y oficinas; acabar con líderes charros y zánganos que los acompañan.

Lo que no se vale es que mientras las partes se radicalizan, el gobierno no cede y apenas escucha, y los maestros disidentes toman carreteras y paralizan el sur de Veracruz, la que paga los platos rotos sea la sociedad, quedando a medio camino, incluidos los camiones de mercancías y pasajeros, con sus consabidas pérdidas económicas.

Ninguna lucha es popular si perjudica al pueblo. Y ninguna reforma educativa es genuina si los caciques son intocables.

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