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Juan Ciudadano

Los Gobernados

El falso perdón de Peña Nieto

19/07/2016 08:14 a.m.

Hasta para pedir perdón hay que tener gracia. Hay que saber convencer, ser sinceros, que te la crean, que te compren el cuento. Y Enrique Peña Nieto, con el asunto de la Casa Blanca, no la tiene.

Su “humilde” perdón llega tarde, en el lugar menos apropiado, en un evento anticorrupción y dejando en claro que el hallazgo de la mansión de 86 millones de pesos provocó una “percepción negativa” y que generó “indignación”.

Peña Nieto seguramente ha de suponer que así se lava la mancha y la sospecha de corrupción, pues el sentir de la población en general es que la constructora Higa le entregó el inmueble a cambio de los jugosos contratos que el gobierno del Estado de México le asignó cuando EPN era gobernador de aquella entidad, y los que se acumulen en este sexenio en el gobierno federal.

Yo me pregunto, y muchos lo han de pensar igual, si no calculó el presidente el error de ofrecer un “humilde perdón” cuando echa a andar las leyes anticorrupción.

El escándalo de la Casa Blanca, la residencia privada de Peña Nieto y su familia, marcó al presidente por la incredulidad de la gente a que esa mansión fue comprada de manera legal.

Con la Casa Blanca fue sepultado el último vestigio de honestidad de Peña Nieto, si es que la tuvo, y la turbiedad que envuelve la operación de compra-venta lo sigue golpeando hasta nuestros días.

El enredo es fenomenal. La Casa Blanca aparece a nombre de su esposa, la ex actriz Angélica Rivera Hurtado, de acuerdo con la investigación del equipo de reporteros de la periodista Carmen Aristegui. Está ubicada en las Lomas de Chapultepec y es un verdadero insulto a la gente que menos tiene.

Angélica Rivera inicialmente se defiende. Admite que es suya y echa un choro que nadie le cree. Dice que la adquirió con el dinero que Televisa le dio a manera de liquidación por muchos años de trabajo. Claro, respingaron otras actrices con mejor trayectoria, más taquilleras, mejor cotizadas, diciendo que a ellas ni soñando les habrían pagado tal cantidad por su retiro.

Después se explica que la Casa Blanca es en realidad la fusión de dos viviendas en un super terreno, y que la propietaria real es la constructora Higa, propiedad de José Armando Hinojosa, que le habría reconstruido el inmueble y que la primera dama no es realidad la dueña.

Así se fue enredando la pita. Pero fue tal es escándalo que la esposa del presidente tuvo que salir a decir que ante la reacción de la sociedad, había determinado deshacer la operación con Higa, vender los derechos y recuperar lo invertido.

Con la quijada endurecida, se observaba a Angélica Rivera en un video expresar que salía a “defender su integridad, la de sus hijos y la de su marido”. 

Ahora se sabe que no vendió los derechos sino que Higa convino devolverle lo pagado con intereses y que ella a su vez entregaría una cantidad por concepto de renta por el tiempo ahí vivido.

El caso es que la Casa Blanca de Peña y su Gaviota se convirtió en el símbolo más visible de la corrupción de su sexenio. Nadie creyó que a Angélica Rivera le hubieran pagado tal cantidad en Televisa y que con ella hubiera adquirido los inmuebles que fueron objeto de remodelación.

Nadie se tragó el cuento de que la verdadera propietaria de la Casa Blanca es la constructora Higa. Y peor cuando se trata de la empresa más favorecida con contratos cuando Peña Nieto era gobernador del Estado de México y con un número considerable de obras asignadas en el gobierno Federal actual y en algunos estados del país.

Si de por sí el escándalo de la Casa Blanca debilitó la credibilidad de Peña Nieto, peor ahora que usa ese caso para pedir perdón a los mexicanos en pleno acto de promulgación de las leyes anticorrupción.

Las palabras de Peña Nieto suenan a cuento de fantasía. No dice que haya violado la ley. Al contrario, enfatiza que se mantuvo dentro de los límites de la legislación, y que el problema es que provocó una mala percepción entre la sociedad. Y pidió un “humilde perdón” por “haberles causado esa indignación”.

¿Quién diablos le habrá aconsejado que el tema de la Casa Blanca lo ventilara en el acto de promulgación de las siete leyes anticorrupción?

¿Y quién habrá sido el genio que le sugirió que lo dimensionara  como un asunto de percepción social que provocó indignación?

La verdá no es así. Si a Higa le da contratos de obra y a cambio recibe una mansión de 86 millones de pesos, es corrupción.

Y qué jodido que, así sea presidente de México, Peña Nieto esté en el ánimo de los ciudadanos como un corrupto porque primero están sus intereses y sus amigos y luego la nación.

El perdón, en el que pocos creen, llega tarde. Se tardó dos años en expresarlo y lo vino a hacer en el lugar y momento equivocados. Un acto de corrupción no puede ser el eje del d¡scurso en el máximo evento anticorrupción del sexenio peñista.

(Comentarios y tips a: [email protected])



Roberto Morales ​


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