Compartían la misma mesa, uno tomaba media y el otro una caguama; tenían menos de una hora de haber llegado a la cantina del “peludo” cuando hombres encapuchados los rociaron a balazos.
Compartían la misma mesa, uno tomaba media y el otro una caguama; tenían menos de una hora de haber llegado a la cantina del “peludo” cuando hombres encapuchados los rociaron a balazos.
“Lo bueno que no mataron a gente inocente; esos cabrones vienen a lo que vienen, alguien tuvo que avisarles en qué mesa estaban”, se oye decir en una conversación entre curiosos, a un hombre de unos 40 años de edad, cuando se refiere a la doble ejecución ocurrida este lunes en el interior de la cantina del “peludo”, situada a un lado de la terminal de Autotransporte Uxpanapa.
Arnulfo Armas Ocampo, alias “El Mocho”, de 50 años de edad, era específicamente el blanco de los sicarios; la otra víctima, Rigoberto Hernández Román, “Rigo” de 54 años, tenía doble oficio; taxista y comerciante de barbacoa de borrego, pero tuvo la mala fortuna de estar sentado en la mesa equivocada, sugieren los policías que inspeccionaron la escena del crimen.
Una botella de caguama, dos de media y el sombrero blanco de Arnulfo Armas quedaron sobre la mesa donde ambos se tomaban unos tragos, los demás parroquianos, unos siete aproximadamente, en distintas mesas, cortejaban a las meseras, uno que otro estaba entretenido en su celular cuando la muerte llegó a la cantina.
Eran las 13:15 horas, aproximadamente, el cielo gris con amenaza de lluvia no hacía apetecible el alcohol, pero el destino de estas personas parecía que ya estaba escrito; una camioneta roja se estacionó frente a la cantina del “peludo”, que en realidad se llama “La Cabaña”, pero es más conocida por el apodo de su propietario, y está ubicada en la calle Huilcamina de la colonia Anáhuac, a escasos 50 metros de la avenida 20 de Noviembre.
Testimonios recopilados en el lugar, cuentan que en total eran cuatro individuos encapuchados, entraron tres y uno se quedó al volante; frente a la mesa de los dos infortunados parroquianos los sicarios abrieron fuego contra ellos, sin darles tiempo a nada.
Transeúntes y comerciantes escucharon múltiples detonaciones, los más cercanos se escondieron, imaginaron rápidamente que se trataba de un acto de violencia; los agresores una vez que se aseguraron de haber cumplido la misión, subieron a la camioneta y huyeron con rumbo desconocido.
A los pocos minutos, el lugar se llenó de curiosos, todos querían saber qué había ocurrido; los trabajadores del negocio donde sucedió la masacre entraron en pánico; ya no había nada que hacer, las víctimas murieron al instante y el dueño del establecimiento Pablo Mora San Juan, reportó los hechos ante las autoridades.
La Policía Municipal tardó en llegar, acordonó el lugar y dio parte a la Policía Ministerial del Estado. Junto a los cuerpos quedaron regados cartuchos percutidos de arma calibre .45, .380 y de fusil AK-47, conocido como “cuerno de chivo”, de acuerdo con la información de las autoridades.
En seguida comenzó a trascender que uno de los muertos era “El Mocho” de la Zaragoza, refiriéndose a que vivía en la calle Guadalupe Victoria de la colonia Ignacio Zaragoza; su mote sobrevenía precisamente porque no tenía su brazo derecho, siempre usaba camisas de manga larga, botas y sombrero. El domingo todavía se le vio caminar en el centro de la ciudad.
Rigoberto Hernández, era un trabajador del volante, con domicilio en la calle Ignacio de la Llave número 602 del Barrio Las Flores, el cual fue llevado por su propio hijo a la cantina del “peludo” porque siempre que terminaba de trabajar, gustaba ir por una o dos cervezas.
Cada 15 días vendía barbacoa y los días que había juego de fútbol en el campo La Sabana, era el encargado de la venta de cervezas.
“Es mi viejo, me lo mataron; por qué, si no hace mucho lo traje apenas; él no se metía con nadie”, exclamó en medio del llanto el hijo menor de la víctima tras enterarse que uno de los cuerpos tirados dentro de la palapa era el de su padre, se abrazó con una de sus hermanas que también lloraba desconsoladamente.
Cuando se enteraron a través de las redes sociales que en dicha cantina había ocurrido el asesinato de dos personas, de inmediato se trasladaron sus hijos al lugar, pues sabían que Rigoberto minutos antes había entrado ahí; los policías municipales impidieron el acceso, no les daban ninguna información y estaban llenos de angustia, hasta que finalmente, se les mostró una fotografía de las víctimas y reconocieron a su padre, soltaron el llanto, era bastante doloroso.
Después de estos hechos, al menos tres patrullas de la Policía Municipal se quedaron en el lugar, mientras que Seguridad Pública del Estado más tarde envió un grupo a tomar datos; operativo de búsqueda no hubo en esta ocasión. Todos los uniformados se enfocaron a estar de curiosos viendo los cuerpos y contaminando la escena del crimen.
Los familiares de las víctimas al no tener acceso ni contacto físicamente con sus difuntos, decidieron retirarse del lugar, toda vez que las autoridades encargadas de las diligencias para el levantamiento de los cuerpos tardó cuatro horas en llegar, pues se encontraban en otras actividades afines a su labor en la zona rural, de tal forma que no había comunicación con ellos.