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Agua Dulce, Ver.-

“Fue la noche más larga”: a 15 años de la inundación Agua Dulce no se recupera

La economía decayó al generarse millones de pesos en pérdidas, cerrar negocios y a la migración de decenas de habitantes. Desde entonces, la ciudad no ha vuelto a recuperar su auge
28/09/2015 09:57 a.m.
VIOLETA SANTIAGO
Diario Presencia

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La "Gran Inundación" de Agua Dulce

A las 20:00 horas la lluvia comenzó. Era miércoles 27 de septiembre del año 2000 y la Tierra había ‘sobrevivido’ al cambio de milenio. Pero en Agua Dulce, una fuerte catástrofe estaba a punto de desatarse. De llevarse todo. Y desde entonces, la ciudad no volvería a ser la misma.

Aquel miércoles había amanecido con una copiosa lluvia, típica de la temporada, pero al aproximarse la noche, las precipitaciones aumentaron hasta los 270 milímetros por segundo. Desde las 8 de la noche hasta la mañana del día siguiente, la lluvia ya no se detendría.

Apenas un par de horas más tarde, un policía tomaría el radio y avisaría a las autoridades municipales: “El río está subiendo demasiado, ya se va a desbordar”. Inverosímil era el hecho de que, en apenas unas horas, la capacidad del arroyo “Agua Dulce” se hubiese saturado. Mientras tanto, la ciudadanía dormía en sus hogares, sin imaginar que el terror apenas se desataría.

La noche más larga
Poco antes de la medianoche, el agua comenzó a desbordarse y a inundar las partes más bajas de la ciudad: la colonia Cuatro Caminos, Puebla, Pajaral, “El Repasto”. Pacientemente, los ciudadanos subían sus cosas —si tenían segundos pisos— de la forma en la que ya estaban acostumbrados y es que ¿Cuándo se iban a imaginar que el arroyo subiría tanto?

Patricia Dámaso se disponía a dormir, cuando el repiqueteo en su puerta la liberó del entresueño. Su casa, en la colonia El Pajaral, se encontraba a un costado del margen del arroyo y cuando el agua comenzó a aumentar en la zona, los habitantes de la planta baja subieron sus cosas al segundo piso. Bendita costumbre.

Abrió la puerta, somnolienta, cansada de la ardua tarea física que representa cargar todos los objetos hasta el segundo piso. A pesar de la oscuridad, abrió los ojos como platos. El río, aquel remanso de agua que a veces parecía desaparecer por el calor, era una gran masa negra que comenzaba a colarse por entre la rendija de la puerta de la segunda planta. “Entraba como hormiguitas y entonces no lo podíamos creer, venía el agua por todos lados”.

Eran las 12 y apenas la pesadilla comenzaba, sí, pesadilla, porque, como lo describiría el escritor Dan Simmons, causaba “la misma sensación de incomodidad que causan las pesadillas infantiles cuando son recreadas y ajustadas a la vida de adulto”.

Al mismo tiempo, en Cuatro Caminos, decenas de familias se aprestaban a subir a las partes altas de sus hogares: algunos, con suerte, contaban con dos o tres pisos, pero otros más no tuvieron más remedio que pasar la noche bajo el golpe húmedo de la lluvia inclemente, mientras rezaban para que el agua no rebasara el nivel de la losa de sus casas, pues entonces ya no tendrían a dónde escapar.

Muy cerca de la casa de Patricia, regresando a la colonia Puebla, un maestro que vivía solo regresaba de una noche de bebidas en los centros de vicio de la zona, cuando el agua lo encontró. Su cuerpo sin vida fue encontrado, cuando el agua, algunos días después, bajó de nivel.

Para los 2 de la mañana, la ciudad ya era un caos. Un ciudadano, rodeado por el agua hasta el cuello, subió al pórtico de la entrada de la escuela Secundaria Federal 1 y permaneció ahí mientras el agua continuaba avanzando. Entre la oscuridad, un niño de unos 10 años de edad luchaba por zafarse de un cerdo que traía amarrado con una soga a su tobillo. El agua se llevaba al animal y este, con él, al niño. Moriría seguramente.

El hombre alargó sus brazos y ayudó a desenredar al niño para luego subirlo a la estructura de concreto. Las bardas alrededor se desplomaron. “Que no se caiga este lugar”, pensaban. A pesar de que el resto de la barda perimetral sucumbió al agua, el pequeño espacio permaneció de pie.

A pocos metros de la escuela, trabajadores de la terminal de ADO fueron sorprendidos por el agua. Vecinos de la zona abrieron las puertas de sus casas para refugiar a otros habitantes y ciudadanos, mientras miraban todos juntos, como nunca antes, cómo las calles, monumentos, plazas, escuelas, casas, puentes, edificios y más, desaparecían bajo la hambrienta masa de agua café, que rugía y se movía, cual monstruo cruel.

Para ese tiempo, Patricia, quien vivía en la calle Artículo 123, a un costado del puente que unía esa calle con la escuela del mismo nombre, ya tenía el agua hasta la cintura y no tuvo más opción que refugiarse en el techo de su casa —el techo del segundo piso—, pensando que, debajo de ella, ya no había espacio firme. Sólo agua. Mucha agua.

Las causas
Cuando la lluvia comenzó a las 8 de la noche, el agua comenzó a buscar su camino y encontró refugio en una especie de represa que se había formado gracias a la construcción de la carretera a Ocozocoautla. Es justo por ese tramo, sobre la Costera del Golfo, cerca del kilómetro 17, en donde el arroyo “Agua Dulce” tiene su nacimiento, siendo apenas un arroyuelo más que un río.

Pero la lluvia siguió y siguió. El volumen aumentó rápidamente y, del otro lado de la carretera, la presión generada en la represa de tierra cedió ante el poder del agua y esta rompió las paredes de su prisión, liberando millones de litros de agua con un poder similar al de varias toneladas de TNT.

Elementos del Ejército Mexicano que se encontraban por la zona huyeron al ver la pared de agua acercarse, cual tsunami, hasta que la pared de agua encontró el lugar perfecto para fluir: el arroyo “Agua Dulce”.

“Es por eso que Agua Dulce se inundó como nunca antes, porque no nada más era lo que llovió, sino toda esa agua que se acumuló en la carretera y llegó a través del río. Por eso subió tan rápido y por eso el gobernador —en ese entonces— Miguel Alemán Velasco no declaró a la ciudad como zona de desastre, mientras que la secretaria de Gobierno en ese entonces dijo que ‘Agua Dulce se había inundado por cochino’”.

Desamparados
Tal como se observan las costas después de un tsunami, el agua golpeó a la ciudad con una gran fuerza —pues además del líquido también había tierra, árboles, basura, autos— a los puentes y edificios, destruyéndolos a su paso. Los tres puentes de la ciudad, en ese entonces, colapsaron: el puente abulón, el puente de la colonia Obrera y el puente del Artículo 123.

Y con la misma rapidez con la que el agua llegó, cerca de las 10 de la mañana, con un Sol que parecía burlarse de los acontecimientos, el nivel el líquido comenzó a bajar lentamente, hasta poco después de la tarde del 28 de septiembre.

Patricia Dámaso, quien observó cómo el puente que pasaba justo frente a su casa se lo llevaba el río en pedazos, no logró bajar del techo de su segundo piso —en donde se refugiaba con algunas personas de edad avanzada— hasta la mañana del 29 de septiembre.

La comida, entonces, se encareció: ¿Una reja de huevos? Cien pesos. “En la calle todos nos veíamos las caras y nos decíamos ¿Qué nos pasó? Había animales muertos en la calle, basura, restos de casas... fue horrible”. Si la destrucción tuviera un olor ese sería el del agrio olor a lodo que emanaría de comercios y casas en las horas posteriores: un olor agudo, agrio, de una sustancia que manchaba de la misma forma que echaba a perder.
Casas que se encontraban a la orilla del arroyo fueron arrancadas de sus cimientos. Los puentes cayeron o se debilitaron. Sólo quedó en pie el puente “Manuel Delgado”, de lo contrario, Agua Dulce se hubiera quedado partido en dos y sin comunicación vehicular.

Las estadísticas recabadas en aquel entonces estimaron que cerca de 4721 familias, que corresponden a poco más de 18 mil habitantes, resultaron damnificadas por la inundación del 28 de septiembre del año 2000.

“A nosotros los comerciantes no ofrecieron un préstamo de 30 mil pesos al 12% de interés anual, por parte del Gobierno del estado”, recuerdan comerciantes locales. “Muchos lo tomaron y no lo pagaron, mejor se fueron”. Esa fue prácticamente toda la ayuda ofrecida por el Gobierno estatal, en ese entonces liderado por Miguel Alemán Velasco, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), quien decidió no declarar a la ciudad como zona afectada por los desastres naturales.

15 años más tarde
A 15 años de aquella inundación, la ciudad se ha recuperado poco, aseguran sus habitantes, puesto que desde entonces la economía de la ciudad no volvió a ser la misma: con cientos de negocios afectados y de ciudadanos que perdieron sus casas, la capacidad económica de los hidrómilos decayó seriamente.

El centro de Agua Dulce, otrora zona de amplio movimiento económico, se contuvo después de la inundación. Poco a poco, los comercios tradicionales cerraron o se redujeron, mientras las casas de empeño se apropiaron del primer cuadro.

Petróleos Mexicanos también sufrió fuertes estragos. A partir de entonces, aseguran trabajadores, decenas de talleres quedaron cerrados: la excusa perfecta para comenzar la reducción de personal, que ya se orquestaba y que se mantiene hasta estos días.

“Nosotros ya no invertimos tanto porque la gente ya no compra igual, además de que tenemos miedo a volver a perder todo”, señala la representante de la Cámara de Comercio (CANACO) en Agua Dulce, Guadalupe Palma de la Cruz.

Para miles de ciudadanos, aquellos días sus vidas quedaron marcadas. Muchos se fueron, muchos se quedaron y volvieron a empezar. A 15 años, el temor a una gran inundación prevalece ante cada temporada de lluvias fuertes.

No obstante, en la ciudad un nuevo temor se ha arraigado y desplaza a las fuerzas de la naturaleza: la violencia. Las muertes y la sangre superan los miedos generados por el agua y el viento. Y es que, aunque poco predecible, las fuerzas de la naturaleza pueden tener un límite, pero los actos del hombre no. A 15 años, el temor de Agua Dulce se ha diversificado, aunque aquella inundación todavía guarda un espacio en los corazones y las pesadillas de los hidrómilos. ¿Balas o agua?
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