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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

¿El pueblo tiene la educación que se merece?

16/01/2012 08:22 a.m.
Al politizar la educación y optar por la cantidad en lugar de la calidad, el gobierno vende espejitos en la educación, condenando a miles de estudiantes a ser los profesionistas frustrados del futuro
 
En Veracruz, los gobiernos estatales, ayer y de hoy, han politizado la educación al extremo. Las universidades populares, los colegios de bachilleres y los tecnológicos están bajo el mando de políticos inescrupulosos y bandas porriles, diestros ambos en el discurso demagógico que utiliza las demandas de la educación como carnada, para obtener privilegios y amasar capital económico y político.

Para la intelectualidad veracruzana resulta un mal chiste que las universidades “populares”, sin experiencia ni trabajo académico que las respalde, oferten cientos de carreras con maestrías y hasta doctorados.

Un gobierno irresponsable responde con ilusiones y falsos sueños a las masas. Les ofrece carreras “universitarias” que no están en demanda por el sector privado, ni siquiera en el sector público, que carecen de mercado de trabajo, de plazas laborales, de oportunidades profesionales.

Incapaces, pero sobre todo corruptos, quienes tienen a su cargo la educación optan por la cantidad y hacen a un lado la calidad.

Sin investigación de por medio, toman decisiones ligeras, catastróficas para la educación de miles de veracruzanos. Son los gobernantes  “que eligió el pueblo”; es, en consecuencia, la educación “que nos merecemos”.

Es una ecuación sin lógica, o mejor dicho, con una lógica absurda. Sin calidad moral para vigilar las escuelas privadas, a las que le endosa la responsabilidad de impartir educación, la que el estado es incapaz de otorgar, el gobierno tolera desmanes académicos y financieros en ese tipo de instituciones, que son auténticos mercanchifles que venden educación como los merólicos venden medicinas milagrosas por las calles.

Los resultados, como es de esperarse, son desastrosos.
La escuela popular politizada y la privada en manos de comerciantes de la formación universitaria, son una fábrica de frustaciones en miles de jóvenes. Estudiantes para quienes no hay futuro, que dedican tiempo y esfuerzo para finalmente convertirse en desempleados, subempleados o aprendices de todo y maestros de nada.

Hará una semana, el Presidente Felipe Calderón Hinojosa anunció un programa mediante el cual el cual se otorgarán 23 mil créditos a jóvenes estudiantes para financiar estudios de licenciatura o posgrados. Tendrán el beneficio de realizar su formación universitaria y una especialización, con fondos de hasta 2 mil 500 millones durante 2012.

El estudiante beneficiado contará con 280 mil pesos del costo de una carrera o posgrado, pero deberá liquidar el crédito en máximo 15 años con un interés del 10 por ciento fijo.

Lo irónico es que el egresado dispondrá de un costo de gracia adicional de seis meses “para ingresar al mercado laboral”. ¿Cuál?

No sabe uno si el programa calderonista es un alarde de demagogia o un sueño guajiro. Financiar al estudiante universitario e incluso a quien aspira a cursar un posgrado, es condenarlo a hipotecar su futuro. Contraer una deuda estudios profesionales, sin posibilidades de obtener un empleo medianamente pagado, es suicida.

Es parte del paisaje social ver al médico, al abogado, al ingeniero o a cualquier profesionista, conduciendo un taxi, despachando en el puesto de tacos, convertido en un burócrata de medio pelo, en un empleado del sector privado, frustrada su vida, sin alcances, muriendo sus expectativas cada día.

Aquí, como en cualquier parte, se ha generado una sobreeducación entre la sociedad. El individuo estudia, se titula y cursa posgrados. Al final, ante un mercado laboral raquítico, sin plazas de trabajo, sin opciones de empleo, se provoca una infraocupación.

Como se sabe, la educación se adquiere en las instituciones universitarias. En cambio, la formación se realiza en el puesto de trabajo, en las empresas, en las organizaciones o en las instituciones de gobierno.

¿Pero qué ocurre cuando un individuo se encuentra sobreeducado y no tiene acceso al mercado laboral o no logra el logro ocupacional? A menudo trabaja a disgusto; transmite esa incomodidad a la organización a la que pertenece o provoca su renuncia; aporta menos rendimiento del que se espera de él; proyecta descontento y suscita la incomprensión de quienes le rodean.

Saberse mejor preparados que otros, pero no ocupar cargos relevantes en una estructura administrativa, social o política, genera reacciones diversas. Entre los profesionistas frustrados, derivan en una radicalización de sus percepción ante diversos factores de la vida. Unos las canalizan hacia la política, incluso por la vía violenta para “hacer valer sus derechos”; otros hacia la religiosidad y a una vida de resignación.

Son esas, formas de evidenciar el descontento del individuo, insatisfecho ante la falta de expectativas, incapaz de canalizar sus potencialidades hacia la empresa u organizaciones en que trabaja, y frecuentemente culpan de su situación al Estado o a la sociedad.

Resulta, por tanto, un proyecto de riesgo el programa de financiamiento a nivel de educación universitaria o de posgrado, cuando el mercado laboral está abatido; mientras las universidades persistan en su afán de incrementar la matrícula o abrir carreras que no tienen futuro.

Irresponsablemente, año con año, sexenio tras sexenio, los gobiernos federal y estatal insisten en el otorgamiento de acuerdos a favor de universidades privadas, instituciones con fines de lucro y semillero de profesionistas para quienes, desde ahora se sabe, no habrá empleo.

Ocurre así, también, con la Universidad Autónoma Popular de Veracruz, invento del gobernador Javier Duarte de Ochoa, creada por decreto, sin instalaciones propias, rentando locales o usando inmuebles prestados, un engaño más para maquillar la estadística que nos sitúa en un deprimente nivel en educación superior.

Y así andan los tecnológicos, en manos de políticos, convertidos en refugio de operadores partidistas, en fábrica de profesionistas frustrados.

Ante ese panorama, lo que asombra es la pasividad del pueblo, indiferente a todo, incapaz de exigir mejor educación y un mercado laboral estable.

Por insólito que parezca, la demagogia oficial y el conformismo popular han conformado la educación que nos merecemos.
[email protected]
Twitter: @moralesrobert

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