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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

Marcos Theurel, la doble moral

06/02/2012 10:41 a.m.
Usa al DIF y su noble objetivo como escaparate propagandístico para fabricar una imagen a su esposa, Guadalupe Felix; mientras que solapa y fomenta el alcoholismo, prostitución y drogadicción en el malecón.
 
Entre lo que pregona el DIF de Coatzacoalcos y lo que hace el gobierno municipal con la juventud, hay desde un doble discurso hasta un acto de perversidad política.
 
Día a día, el discurso de la presidenta del DIF, Guadalupe Félix Porras, gira en torno a la renovación de los valores familiares; el impulso al deporte; el sano esparcimiento; la creación de espacios en que el joven ha de desarrollarse, y el mejoramiento del entorno social para construir mexicanos de calidad.
 
Habla y habla Lupe Félix en espacios pagados, lo mismo en radio que en televisión, prensa escrita e internet, en un proceso de construcción de imagen, trepada en la estructura del DIF, con falsa palabrería y, sobre todo, sin un compromiso real hacia la juventud.
 
El DIF es el organismo noble de todo gobierno. Lleva alivio a los pobres, medicinas a los enfermos, despensas a los hambrientos, alegría a los niños y programas sociales para elevar la calidad de vida de los más necesitados.
Sin embargo, no es una dádiva ni un gesto generoso. Es la obligación de quienes conducen al DIF.
 
En contrasentido, el Ayuntamiento de Coatzacoalcos, presidido por Marcos Theurel Cotero, esposo de Lupe Félix, hace lo que no debiera con la juventud, en lo particular, y con la sociedad, en lo general.
 
Permite e incluso fomenta el vicio y los antivalores entre los jóvenes. Contra lo que debe ser su compromiso y su obligación legal, el gobierno municipal ha venido tolerando la proliferación de actividades nocivas para la juventud y, peor todavía, auspicia la existencia de una zona de riesgo social, de grave inseguridad y de alta vulnerabilidad frente a la delincuencia.
 
De tiempo atrás, el malecón de Coatzacoalcos, más que ser un punto de reunión para una diversión sana y familiar, se ha convertido en una cantina gigante en la que se permite, con descaro y con sobrada impunidad, el consumo de bebidas embriagantes en la vía pública, a la vista de todos y en agravio de las leyes y reglamentos.
 
Pero hay algo peor, algo más grave. El malecón de Coatzacoalcos es territorio del crimen organizado. Lo del consumo de alcohol es apenas la cara visible de un problema mayúsculo para la sociedad; es el rostro de un monstruo al que se ha dejado crecer y que devora a la juventud que a falta de espacios de diversión, suele acudir a ese supuesto lugar de esparcimiento.
 
Al malecón de Coatzacoalcos acuden jóvenes con su cartón de cerveza, sus “güiskis” y brandis, en hielera o sin ella, la música de escándalo en el auto y las ganas, frenéticas ganas de bailar, bromear, increpar, insultar, provocar, ligar y también fajar; tirar dos que tres madrazos, dueños del mundo, de su perdido mundo, amos también de sus frustraciones y malditos complejos.
 
Ahí llegan otros peligros, camuflados como carnet de diversión. Llegan las prostitutas y los prostitutos, los colocadores de polvo, de tachas y carrujos de mota, vendedores de un pasaje a otra dimensión, efímera diversión, evasión de la realidad, del veneno juvenil que mientras agrada, destruye el interior, incendia por dentro y finalmente mata.
 
Es el malecón de Coatzacoalcos territorio del crimen organizado, pero también de policías corruptos. Cazadores de víctimas, los cuerpos policíacos son tolerantes con el vendedor de droga, pero inflexibles con el joven alcoholizado, a quien se le detiene con cualquier pretexto, unas veces por participar en riñas o simplemente por mirar a su alrededor.
 
Cada fin de semana la historia se repite. La cárcel preventiva es atestada de jóvenes detenidos en el malecón por consumo de bebidas embriagantes, cuya libertad está sujeta al pago de una multa administrativa.
 
En otros casos, los detenidos son levantados por la policía en sus patrullas, paseados por la ciudad y obligados a pagar una mordida para evitar pisar la cárcel. Luego se les deja en libertad. Son extorsionados.
 
El malecón es territorio del crimen organizado y también de una policía corrupta, que esquilma a una juventud extraviada, ávida de diversión pero mal encaminada y peor orientada, producto fallido de una sociedad estancada y en cierta forma, decadente.
 
Otras ciudades, Campeche, por ejemplo, debieran darnos vergüenza. Disponen de un malecón que sí es un paseo familiar. Ahí se prohibe el consumo de bebidas alcohólicas, so pena de que quienes infrinjan la norma pasen horas en prisión y cubran una multa administrativa. Esa medida inhibe la perversión de la juventud y los aleja de los vicios.
 
Por el contrario, entre el Ayuntamiento de Marcos Theurel y la policía intermunicipal se maneja un negocio de muchos millones, con ingresos subterráneos, con disimulo y complicidad.
 
Existen leyes y reglamentos que en teoría debieran impedir que el malecón sea una virtual zona de tolerancia. No se respetan. Ni siquiera la autoridad evita que en los depósitos de licores y tiendas de autoservicio se venda alcohol a menores de edad, que son quienes con mayor frecuencia son extorsionados por la policía.
 
Marcos Theurel resulta, así, el reverso de la moneda de lo que el DIF, sólo en el discurso, propone para mejorar a la juventud.
 
Marcos y Lupe Félix manejan una doble moral. En el juego de los deberes y las obligaciones, el DIF expresa un discurso falso, de mejoramiento de la sociedad, mientras el Ayuntamiento de Coatzacoalcos permite y auspicia la proliferación de vicios y conductas que degradan a la juventud.
 
Andan mal y algo hay que hacer.

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