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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

AMLO: "Ir a la chingada"

17/02/2012 10:22 a.m.
El amor que pregona Andrés Manuel López Obrador es mero discurso, trás el que oculta la frustración en la -que reconoce- habrá de caer si el voto popular no lo respalda
 
 
Si Andrés Manuel López Obrador, fracasa en su aspiración a la Presidencia de la República, ha tomado la categórica decisión de irse "a la chingada”. Así lo reconoció en una reunión con empresarios y así está grabado.
 
En entrevista posterior, cuestionado por los reporteros con respecto al tema, jugó con las palabras, aseguró que no repetiría la palabra “chingada”, que —denotando ignorancia como su igual, Enrique Peña Nieto— no sabía si estaba en el diccionario, y terminó diciendo que se iría a una finca que heredó de sus padres. Quizá se llama “La Chingada”.
 
Que se vaya a… su finca, o no, es lo de menos, pero haber dicho que se iría a la chingada si no obtiene la complacencia del pueblo en las próximas elecciones, devela la farsa que lleva a cabo con su llamada “República amorosa”, porque nada de amor hay cuando ello depende de un sí o de un no, de la aceptación en las urnas o del absoluto repudio.
 
Chingada proviene del verbo chingar, y quien se va a la chingada, se va frustrado rumiando coraje, sentimientos de venganza.
 
Es la condición de muchos. Alientan deseos de éxito, sed de triunfo y se colman de esperanza, pero luego viene la decepción, y con ello, la depresión, la fatiga moral.
 
López Obrador es de esos. Ante un grupo de empresarios inmobiliarios, a puerta cerrada, expresó la frase más cáustica de la jornada, ya en día de veda electoral, cuando los candidatos no pueden promoverse ni promover las plataformas de sus partidos.
 
“Tengo más experiencia ahora que antes —refería en un ambiente de confianza el candidato de las izquierdas—. Tengo menos vigor, eso sí, porque ya estoy muy cansado, pero yo creo que así va a ser…”
 
El caudillo del Partido de la Revolución Democrática, postulado también por los partidos hermanos, del Trabajo y Movimiento Ciudadano, precisaba:
 
“¿Te acuerdas en tu casa cuando dije que si la elección era limpia y libre, me iba yo a ir, y si perdía, me iba yo a ir a la chingada? ¿Te acuerdas? Sí, ahora sí”.
 
No se percató López Obrador que el micrófono estaba abierto y que sus palabras eran grabadas por la prensa.
 
Mostró sorpresa ante el embate de los periodistas que pedían, punzaban, regateaban una explicación de su tour a la chingada. Negó López Obrador haberlo dicho. “Está grabado”, le replicaron. “Se supone que era una reunión cerrada”, dijo el tabasqueño sin ánimo de reiterar el término. “No publicamente”, dijo.
 
Y de ahí se enfrascó en un distractor. Que si chingada figuraba en el diccionario de la Real Academia de la lengua Española; que si no.
 
Sí está. Es importunar, pelear, molestar, practicar el coito, beber con frecuencia vinos o licores, cortar el rabo a un animal, salpicar, tintinar, colgar disparejamente la orilla de una tela, embriagarse, frustrarse, fracasar, no acertar, fallar, equivocarse.
 
Lo medular del episodio no está en la parte semántica, en el significado, sino en el cansancio esbozado por López Obrador, quizá cansancio político, y en la consecuencia de su segundo intento por ser Presidente de México.
 
2012 no es 2006. Andrés Manuel López Obrador llega a la justa electoral en desventaja, masacrado por el sistema y desgastado por sus errores y sus locuacidades. Nadie había mandado al diablo a las instituciones, ni había bloqueado las principales avenidas de la ciudad de México, ni se había proclamado “presidente legítimo”, ni había intentado impedir la toma de posesión del Presidente Constitucional.
 
En su campaña presidencial, en 2006, había adoptado un lenguaje retador y rijoso. Prometió quitar a los ricos lo que han robado a los pobres; acabar con el régimen de privilegios y revertir el México del gobierno en la bonanza y el pueblo en la miseria. Espantó, por ello, a los grupos en el poder.
 
Así se ganó la etiqueta que lo exhibía como “un peligro para México”, un ardid publicitario que resumía sus fragilidades. En un pestañeo, perdió su capital político. Se convirtió en una sombra de sí mismo.
 
Seis años después, su “República amorosa” es la negación del proyecto que siempre enarboló. En un giro de 180 grados, suavizó el discurso y ofreció la reconciliación. Pocos le creyeron. Inició su campaña presidencial con un 18 por ciento de intención de voto y dos meses después prosigue estancado en ese 18 por ciento.
 
Andrés Manuel López Obrador trasluce poco amor y mucho rencor. Reveló en esa reunión con inmobiliarios que tras la elección de 2006, traía un 40 por ciento de rechazo; que no sólo querían sus enemigos impedirle llegar a la Presidencia sino borrarlo del escenario político. Por eso continuó la campaña en su contra.
 
Amoroso, no es. La República amorosa es sólo una máscara, que únicamente convence a los lopezobradoristas. Su discurso tampoco funciona. Y peor aún: la única opción para reposicionar su candidatura sería volver al Peje envalentonado, crítico de los poderes fácticos, agitador de masas, caudillo de los desposeídos, el líder que millones de pobres quisieran ver y escuchar.
 
Lo cierto es que a menos de cinco meses de la elección, el tiempo ya no le da.
 
De ahí su cansancio político, el deterioro de su oferta al electorado y la resignación anticipada.
 
Si pierde el Peje, como parece que va a ocurrir, se va a ir a la chingada.
 
Ya lo profetizó.
Recuadro comillota
2012 no es 2006. Andrés Manuel López Obrador llega a la justa electoral en desventaja, masacrado por el sistema y desgastado por sus errores y sus locuacidades.

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