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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

La otra guerra del narco

14/03/2012 10:29 a.m.
Es la guerra de la que pocos hablan. Un amplio sector de la sociedad la soslaya. Oculta su frustración y se fuga de la realidad.
 
La lucha contra las drogas que se viven en millones de hogares, es una guerra sin cuartel, donde las víctimas –padres, hermanos, esposos, hijos, amigos…- son desolladas en vida por el sufrimiento, día tras día.
 
Es una guerra dolorosa, inaceptable la derrota cuando el ser amado se rehusa tajantemente a abandonar el consumo, aunque en ello se extinga su vida y sus valores.
 
A través de la prensa, conocemos de sus vergonzosos saldos. Adultos, jóvenes y niños, en las cárceles, o en camas de hospitales, víctimas de accidentes o de agresiones, o en una fría lápida del panteón.
 
El Gobierno olvida que la mejor lucha contra las adicciones es la prevención, con el fomento a la cultura y el deporte, porque fortalecido el espíritu, el consumo a las drogas se rechaza, o no pasa de ser una mala experiencia, o un tema distante en muchos individuos.
 
Tener un adicto en casa, es un infierno. A menudo, los miembros de una familia suelen negar los problemas que genera la presencia de uno de sus integrantes con proclividad a consumir drogas. Evaden su realidad un tanto por el complejo de culpa y otro por el qué dirán.
 
Ver a un familiar bajo los efectos de los estupefacientes, reducida su existencia a una miseria interna, provoca sentimientos variados. Motiva a formular un análisis del pasado, detectar errores cometidos en la formación de los hijos o hermanos, y se trata de encubrir a través del suministro de “algo” de droga para mitigar la ansiedad del enfermo.
 
En la mayoría de los casos, uno de los cónyuges oculta la adicción de los hijos a su pareja, u oculta a sus hijos que su pareja es adicta a las drogas.
 
Esa evasión agrava el problema. Propicia que el adicto sea solapado y encubierto aumentando el daño a su salud. La familia, por su parte, se vuelve codependiente y la droga comienza a controlar a sus integrantes.
 
Esa evasión también es social. A nadie le agrada ser señalado por la sociedad, excluido de ella, ser marginado por tener entre sus integrantes un adicto.
 
La familia atraviesa por tres etapas: la negación del problema, el encubrimiento y la codependencia. Cuando esto ocurre, ya no es el adicto quien requiere tratamiento médico y psicológico, sino todos los integrantes del núcleo familiar, afectado emocionalmente, antes que otros miembros de la familia se vean involucrados en el consumo de drogas.
 
Hay otros aspectos que complican el desarrollo de la familia. El adicto es asediado por los “proveedores” de droga, que lo ven como cliente y rehén de su negocio. La familia, pues, está en la mira del traficante, ya sea porque intente impedir que se acerque o porque otros miembros de la familia sean vistos como clientes potenciales.

A medida que avanza la enfermedad, a la alza el consumo de droga, el deterioro físico y mental comienza a causar estragos en el adicto. Se ve afectado, convertido en una piltrafa humana, muchas veces un muerto en vida.
 
Consumir droga es, también, oneroso. La droga cuesta y si la frecuencia de consumo aumenta, el enfermo se obliga a disponer de grandes cantidad para saciar su deseo. En múltiples casos, el adicto roba a sus familiares o vende algún objeto valioso para poder adquirir el estupefaciente.
 
Estar inmerso en el infierno de las drogas es una experiencia que no se le desea a nadie, que únicamente se puede evitar con la prevención, no dejando llegar el problema, estableciendo una verdadera comunicación con los hijos y pareja, y una vigilancia del entorno social en que se mueven.
 
Hablar de legalizar las drogas para inhibir sus efectos, nos conduce a un falso debate. Se abate, ciertamente, el tráfico de estupefacientes, su aspecto económico, su costo, y en dado caso, el margen de violencia e inseguridad social, al quietarle de las manos a las mafias un negocio de millones de pesos.
 
Sin embargo, se dispara el problema de salud. Aumenta la adicción y, con ello, se degrada la calidad de vida y aumenta la desintegración familiar.
 
Pese a este panorama adverso, hay grupos de personas que enfrentan con éxito la terrible enfermedad del alcoholismo, de las adicciones –esa perversa enfermedad del alma, le llaman-, y lo hacen de manera anónima.

Nadie los obliga, ni los encierra, asisten por voluntad propia, derrotados absolutamente por un flagelo del cual solo se puede salvar  con la ayuda del prójimo que también la enfrenta. Unos a otros, tomados de la mano, caminan juntos.
Los hay para adictos –Alcohólicos Anónimos (AA)- y también para quienes son dañados por el familiar o amigo adicto –Al Anom-
Hacia el interior del hogar, en familias con adictos, se vive una auténtica guerra, su propia guerra, otra guerra del narco.

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