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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

Debate: ¡Fuera máscaras!

23/04/2012 07:44 a.m.
 Pese a sus deficiencias, los dos debates organizados por el Instituto Federal Electoral (IFE) a los que están obligados a participar todos los candidatos a la Presidencia de la República, son una herramienta valiosa para la decisión que habrán de tomar los ciudadanos a la hora de emitir su voto el próximo 1 de julio.
 
En los debates, los ciudadanos pueden escucharlos y verlos, cara a cara, confrontar sus ideas y enfrentar las críticas.Autorizada por el IFE, pero ajena al rigor burocrático que hace tediosa una discusión pública tan importante, la periodista Carmen Aristegui promueve un debate entre candidatos a la Presidencia, para el miércoles 25 de abril del 2012.
 
No obstante, a este interesante ejercicio democrático, el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, se muestra renuente y no había confirmado hasta el pasado viernes su asistencia al debate que ya han aceptado Josefina Vásquez Mota, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri.
 
Sus corifeos argumentan a través de los medios, que en su calidad de puntero, no tiene porque asistir al debate organizado por Aristegui. Legalmente nada lo obliga. Quizá Peña Nieto no asista al debate organizado por MVS, el canal de noticias donde se transmite el programa de Carmen, lo que sería peor para él, ya que la lección recibida por Andrés Manuel López Obrador en el 2006, al no haber asistido al primer debate, dejó en claro que los electores castigan la soberbia de quienes creen “que la elección ya está decidida”, obviamente a su favor.
 
Peña Nieto, ya navega con la bandera de la tibieza. Exhibido como un candidato que no cumple y que además miente con obras inconclusas y chuecas, teme al debate porque se sabe un “chico plástico”, popularidad inflada, que de ser sometida a la confrontación de ideas y críticas, podría desinflarse escandalosamente. Mucho se ha criticado que los debates, tal como los plantea el Instituto Federal Electoral, se sujetan a un formato rígido.
 
Que si una ronda para plantear propuestas; que si otra ronda para replantear su propuesta; que si no se puede replicar de forma directa al candidato rival; que si no se puede llevar material gráfico para explicar la propuesta.
 
Es, tal como se ha planteado y criticado por líderes de opinión, un show de bajo perfil, a modo para Peña Nieto, quien podría así evadir la discusión de los temas nacionales. Más allá del qué haría para salvar a México, el elector quisiera saber cómo enfrentaría Peña Nieto los problemas torales: la inseguridad, la violencia, el desempleo, la agudización de la pobreza, el deterioro de la educación, el resurgimiento de la enfermedades sociales, la corrupción, de la que el PRI es el principal impulsor. Peña Nieto es un candidato hueco.
 
Viene sostenido por un aparato propagandístico que lo presenta como la efectividad hecha persona y como la solución de todos los males que aquejan a México. Pero en los hechos, el candidato presidencial del PRI es un producto político de mediana calidad.
 
Carece de preparación intelectual; endeudó gravemente al Estado de México; en su gestión creció la criminalidad; la pobreza se agudizó. Su mayor capital, los 608 compromisos suscritos ante notario público en su campaña por la gubernatura de aquella entidad, han sido cuestionados, al grado que el Partido Acción Nacional asegura que 135 de ellos fueron incumplidos y 17 de ellos circulan en internet evidenciando el fraude peñista.
 
Peña Nieto sabe sus carencias. Sus limitaciones lo hacen vulnerable. Es un político que si se sale del guión, lo destrozan. De ahí que el PRI le cuide qué dice y qué hace. Lo obligan a administrar su ventaja, a sabiendas que una frase mal dicha, un nuevo agravio a los de la prole o la vinculación con el grupo salinista, pudieran acabar con el lugar de preferencia que mantiene entre los electores.
 
Los debates sirven para medir de qué están hechos los candidatos. Lo ideal sería que los promovidos por el IFE tuvieran un formato flexible en que un candidato u otro se pudieran replicar y contrastar sus proyectos.
 
Sólo así se podría saber que tan consistente es cada uno de ellos. Esa es la propuesta de la periodista Carmen Aristegui. MVS ya cursó invitaciones y el único que la desdeñó fue Peña Nieto, sabedor que en un cruce de propuestas pudiera salir maltrecho, o que se exhibiera incapaz de sostener su proyecto ante los cuestionamientos de López Obrador, Vázquez Mota y Quadri de la Torre.
 
Oficialmente, el IFE organizará dos debates. Sin embargo, cualquier particular, sean medios de comunicación, cámaras de servicios, organismos no gubernamentales, etc., pueden convocar a los candidatos y celebrar ese contraste de propuestas de gobierno.
 
Peña Nieto debe evaluar entre asistir o no, y sobre todo sus consecuencias. A Andrés Manuel López Obrador, en 2006, cuando se sentía sobrado para ganar la elección por llevar una cómoda ventaja en la intención de voto, su inasistencia le costó un 5 por ciento de las preferencias. López Obrador fue soberbio y al final perdió la elección por 0.56 por ciento de la votación.
 
Si hubiera acudido a aquel debate, otra hubiera sido la historia. Pero no. Pudo más el ego de quien se sentía Presidente Constitucional antes de la elección y terminó siendo un “Presidente Legítimo” de caricatura.
 
Los debates, aún aquellos de formato rígido, permiten a los electores conocer la consistencia de sus candidatos, sus alcances y limitaciones. Son la radiografía en vivo de quienes aspiran a gobernar.
 
Por muy estrictas que sean la reglas, dibujan a los candidatos sin máscara, sin retoque, sin gel o sin disfraz. Motivan a los electores indecisos a definir su voto; reafirman el voto de quienes ya saben por quién sufragar, y provocan un cambio de óptica en quienes se percatan que aquel candidato en el que creían no es, en los hechos, la solución para el país.
 
Así, con ese ejercicio democrático, se podrá saber qué aspirantes a la Presidencia le sirven a México y cuáles no.

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