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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

El País de las mochadas ¿Y qué?

25/04/2012 09:09 a.m.
“Si no transas, no avanzas”, suele escucharse con desparpajo en cualquier rincón de nuestro país.
 
El soborno en México se ha convertido en el pan nuestro de cada día, abrepuertas de mil trámites, de inscripciones escolares, de contratos de obra y de todo lo imaginable, claro con la absoluta complicidad ciudadana.
 
Es común que, convertidos en todos unos politólogos de sobremesa, critiquemos con cruenta acidez la manera en que la clase política de nuestro pueblo, estado o país, conducen el gobierno. Pero el problema no sólo tiene carta de identidad nacional.
 
Apenas en estos días, un nuevo escándalo internacional de corrupción de empresas transnacionales con negocios turbios en territorio mexicano —caso WalMart— lo conocimos —¡claro está!— a través de la prensa estadounidense.
 
El New York Times reveló cómo altos directivos de la empresa WalMart sobornaron con cientos, miles y hasta millones de dólares a funcionarios federales, estatales y alcaldes municipales para obtener permisos de construcción y cambios de uso de suelo, de manera rápida, violando en muchos casos leyes ambientales.
 
En el sur de Veracruz, como en todo el país, esta empresa con presencia mundial se expandió rápidamente convirtiendo a México en su mercado más importante. Pero no lo hizo sola. De acuerdo a reportes financieros, las acciones de lo que se conoce como Walmex es también propiedad en un 49 por ciento de empresarios mexicanos.
 
En Coatzacoalcos, hace unos meses, la tienda Walt Mart fue devorada por el fuego totalmente. Lógicamente, no contaba con las medidas de seguridad para evitar un siniestro de tal magnitud, producto supuestamente de un corto circuito.
 
En Las Choapas, una bodega Aurrerá, del mismo consorcio, se encuentra instalada en la colonia J. Mario Rosado, precisamente en una zona cuyo subsuelo es atravesado por ductos de Petróleos Mexicanos.
 
En Agua Dulce, Aurrerá instaló su bodega casi a orillas del río Agua Dulcita, una zona con altos niveles de riesgo por las frecuentes inundaciones. Peor aún, dicha empresa elevó el nivel del suelo donde construyó, lo que empeora las afectaciones a cientos de familias aguadulceñas, en tiempos de contingencia por las lluvias.
 
En términos de ley, WalMart no podría funcionar por sus constantes violaciones a la normatividad, a los reglamentos de construcción, al uso de suelo, a las restricciones en materia ambiental, a los lineamientos relativos a la protección civil.
 
Pero lo ha hecho porque la corrupción se los permite.
 
Como WalMart, cientos de empresas internacionales y nacionales y ciudadanos, recurren al pago bajo la mesa para sortear las trabas burocráticas de un sistema corrupto. Eso es más fácil que denunciar los chantajes.
 
WalMart habría persistido en su mecánica de violar la ley con la complicidad oficial, y lograr una expansión aún mayor, de no ser porque la revelación de un alto ex ejecutivo puso a flote cómo, con cuánto y a qué funcionarios mexicanos corrompieron para obtener licencias de funcionamiento, permisos de construcción y el disimulo ante sus trapacerías. Pagó por ello 24 millones de dólares.
 
El escándalo provocó la caída de WalMart en la Bolsa de Valores de México y un día negro para los inversionistas bursátiles que vieron caer el precio de sus acciones, lo que hizo presagiar una debacle financiera.
 
WalMart, como otras muchas empresas transnacionales, saben cómo se resuelve la tramitología mexicana: con un billete bajo la mesa o un regalo sustancioso en la casa del funcionario.
 
Esa es la mecánica nacional. La corrupción ha ido devorando las instituciones, avasallando el sentido de la honestidad, mutilando la ética y mediatizando a la sociedad. Gracias a la corrupción, los rezagos sociales persisten y la desigualdad cada vez es mayor.
 
México atraviesa por un caso de vergüenza mundial, gracias al evento de corrupción que protagoniza WalMart.
 
A los mexicanos nos queda rechazar la corrupción, el soborno, las prácticas insanas usadas para conseguir prebendas y privilegios, beneficios malhabidos.
 
Casos como el de WalMart merecen el repudio general, una condena unánime y una investigación exhaustiva. No hacerlo es consentir el deterioro de la moral pública.
 
Conducirse con espíritu crítico es atajar el deterioro de nuestros valores. Callar, ser indiferente, contribuye a devaluar a México y devaluarnos como mexicanos.
 
Entonces, si no se queja, no se queje.
 

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