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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

El chico plástico se desinfla

16/05/2012 12:01 p.m.
A las televisoras y a los grandes saqueadores del País se les desinfla su candidato, su chico plástico. Enrique Peña Nieto y sus soldados de las televisoras no hallan, ni hallarán, como detener el tsunami ciudadano que a través de las redes sociales de internet exhiben la realidad de las cosas; el sublime serial de limitaciones del candidato del PRI; sus miedos, reflejados en el gesto de angustia, los ojos desorbitados, en un rostro descompuesto que ya no lo abandonará pues servirá aquella estampa para el poster, la caricatura o el relato periodístico, aún el literario, sobre un hombre de poder perdido en el maremagnum de la protesta estudiantil.
 
Si a alguien le quedaba dudas del por qué el ex gobernador del Estado de México elude enfrentar auditorios independientes, ajenos a su control, lo que pasó en la Universidad Iberoamericana, es un ejemplo de ello. Ahí, lo estudiantes se conectaron con millones de mexicanos, al expresar repudio a la falta de respeto del candidato que día a día, por donde quiera, monta escenografías que lo proyecten como un político exitoso. Hombre de mentiras, cuando se arriesga a caminar por senderos de la libertad, la verdad lo derrumba.
 
El candidato del PRI llegó con una muralla de guardaespaldas y un contingente de porristas y porros acarreados para llenar las primeras filas del auditorio. Iba acuerpado por la élite priísta, su ejército de achichincles, el grupo de “ectivistas” pagados para aplaudir, lanzar porras y exhibir cartulinas de mal augurio —“Contigo hasta Los Pinos”—, suplantadores de estudiantes “iberos”, cuya misión era simular que al joven candidato presidencial se le quiere hasta donde apesta. A pesar de todo, lo recibieron y lo escucharon, pero no pudo irse impune y el reclamo estalló.
 
Quiero convencer a todos, dijo Peña Nieto, pero si no lo logro, no pasa nada. Y sí pasó algo. Lanzó su discurso y cuando le reclamaron su actuación en San Salvador Atenco, la represión y el encarcelamiento, sus manos manchadas de sangre; cuando exhibieron retratos a mano del ex presidente Carlos Salinas de Gortari; letreros con la leyenda “Peña Miente”; tuvo el mal tino de asumir la “responsabilidad” sobre aquella acción policíaca sobre ciudadanos que lo único que esgrimían era su derecho a defender su tierra, a negarse a que se las arrebataran para la construcción del nuevo aeropuerto internacional.
 
Enrique Peña Nieto dejó aquel auditorio entre gritos y abucheos, reclamos y condenas. Presa del miedo, reacio al enfrentamiento, a que sus guaruras lo sacaran por la fuerza, se estacionó a las puertas de un baño, mientras los jóvenes iberos gritaban consignas de todo tipo y de todo tamaño. Las voces que se identifican con el candidato EPN critican la actitud de los jóvenes de la ibero como intolerantes, aleccionados e incluso que desconocen la realidad el país.
 
Nada más falso. Los estudiantes que asistieron al encuentro con el candidato priista eran en su mayoría del área de humanidades –Comunicación y ciencias políticas, entre otras-, por lo que la historia política del pasado inmediato del país es materia de estudio. Para cualquiera, el que ser corrido de una casa, invitado o no -siempre y cuando se llegue y se esté en ella de manera educada- es una grosería. Pero Enrique Peña Nieto cometió una grave falta de respeto a la casa de estudios a la que fue invitado cuando ordenó que sus acarreados ocuparan las primeras filas del salón donde llevaría a cabo el encuentro con los estudiantes. Eso fue un agravio y lo pagó caro.
 
El tema de Atenco fue la gota que derramó el vaso, tanto para el candidato priista, como para los estudiantes de la Ibero. Peña Nieto confundió la cordialidad del silencio, tolerancia total ante el abuso suyo de llevar acarreados a una plática con estudiantes de una escuela que se distingue por su alto nivel académico, precisamente en el área de humanidades. Ante su soberbia.
 
El enojo contenido de los estudiantes, estalló y el grito se generalizó: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! Peña Nieto quiso contar su historia. Pudo amordazar a un sector de los medios de comunicación y matizar el bochornoso episodio. No lo logró. Si acaso dictó línea para que cierta prensa, radio y televisión dijeran que fue a la Ibero y provocó aplausos y reclamos, pero salió tablas.
 
No contaba con que lo peor estaba por llegar. Una vez más las res sociales se encargaron de hacer añicos el cerco informativo, tan común en el pasado inmediato, y a través de testimonios y videos se conoció en cada rincón del país la verdad de lo que sucedió en la Ibero. Y es ahí, donde Peña Nieto se desmorona rápidamente.
 
Es ahí donde enfrenta su realidad, donde se sabe de plástico, inflado para que se eleve. El grito de ¡Fuera! ¡Fuera! de los estudiantes de la Ibero hizo empatía en todo el país. Es el hartazgo, es el ¡Estamos hasta la madre! de Javier Sicilia; es el grito de justicia de los periodistas mexicanos por los crímenes contra quienes dicen la verdad. Peña Nieto es la máscara bonita de la intolerancia. Pero nada más.

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