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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

Urge que el voto nulo sí valga

28/05/2012 10:10 a.m.
¿Cómo qué el voto nulo no vale? ¿Cómo qué el desprecio de millones de ciudadanos a un sistema político incapaz de ofrecer propuestas serías y elegibles, no tiene validez? ¿Acaso no es por esa falta de leyes electorales que hagan válido el voto nulo —tachar más de un emblema de partidos políticos o la boleta completa—, es que muchas veces la inasistencia a las urnas rebasa el 50 por ciento? ¿A fuerzas hay que validar con nuestro voto la “basura” política que nos ofrecen con candidatos que no traslucen confianza, que no tienen trayectorias sociales y políticas que los avalen, y que en el peor de los casos, como ocurre hoy en día, más bien su historial los descalifique? Me llama la atención que analistas que en las elecciones intermedias del 2009, como Denise Dresser, exhortaban al voto nulo, porque no era decente votar por “frutas menos podridas”, y consideraban que mejor se exigiera al “tendero” —partidos políticos— que nos ofrecieran mejores frutas, hayan dado un viraje, un golpe de timón.
 
Hoy, Denise Dresser ya no promueve el voto nulo, porque argumenta que favorece al PRI. A Dresser solo le falta decir que ella votará por Andrés Manuel López Obrador, el candidato de las izquierdas, para justificar su argumento, y sería válido y honorable. Sin embargo, insistimos, el voto nulo debiera estar contemplado en las leyes electorales, lo que serviría para darle voz a quienes no están de acuerdo con el sistema político y que su inconformidad no se confunda con la irresponsable apatía de quienes no  asisten a las urnas.
 
Mentes de reflexión profunda, como el poeta Javier Sicilia, coinciden en proponer que “por dignidad” y para castigar a la incapacidad de los partidos políticos para atender los problemas sociales, la opción es votar en blanco en las elecciones presidenciales del próximo 1 de julio. Dijo Sicilia en marzo pasado, a la agencia francesa de noticias EFE: “Si la ciudadanía tuviera un poquito de dignidad votaría en blanco, que aunque no está contemplado en ninguna ley, al menos sería un sufragio moral y eso es algo que no nos pueden quitar”.
 
A las urnas es deber moral asistir, pero quienes no creen en el sistema político y sus candidatos, debieran tener la libertad de votar en blanco, para que esa sorda protesta, se convierta en un reclamo en los resultados electorales. En algo coincide Sicilia con Denisse Dresser: Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI, es el peor de todos los candidatos. No obstante, Sicilia, por dignidad, propone votar en blanco, porque no se trata la elección del menos malo de un sistema podrido de corrupción, en plena decadencia moral. 
 
El voto nulo debe validarse. La reprobación del sistema político es una realidad que debiera ser legal y tuviera consecuencias. A eso le temen quienes viven de los recursos públicos. Tácitamente, en los hechos, el nivel de abstencionismo que se registra en cada elección es un parámetro del hartazgo al que ha llegado la sociedad. En cada elección, si acaso vota el 50 por ciento de quienes se hallan inscritos en el padrón electoral.
 
O sea, la mitad de la población envía un mensaje claro y reprobatorio al gobierno y al sistema de partidos. Escuchar voces que se ufanan de decir que se venció al abstencionismo, por el hecho de que se logró una votación apenas por encima del 50 por ciento, es deprimente, condenable y preocupante. Refleja el desinterés social, el convencimiento de que unos son tan malos como los otros y que juntos, PRI, PAN, PRD, Verde, PT, MC y Panal son un peligro para México. Como dice Javier Sicilia, el voto nulo es expresión de rechazo y debiera ser una figura jurídica válida, consignada en el código electoral.
 
Expresa el rechazo de las mayorías a las propuestas de los partidos políticos, los candidatos podridos por los que quieren que el pueblo vote, y pudiera tener tal peso moral que si en una elección el voto nulo es superior a los porcentajes obtenidos por los partidos políticos, reflejaría la falta de legitimidad de quien resulte electo.
 
Hoy, la realidad es que entre los abstencionistas y quienes anulan su voto se conforma un ejército de inconformes con el sistema político. Es el rechazo a los partidos, al dispendio oficial, a la falta de resultados del gobierno en turno, al juego de poder, a los malos candidatos, al desprestigio de dirigentes partidistas y funcionarios, a la corrupción, al abandono de grupos sociales y al régimen de privilegios del que gozan los de arriba.
 
El sistema electoral mexicano es sumamente oneroso. La democracia en México es 18 veces más cara que en cualquier otro país de Latinoamérica. En 2012, el voto de cada ciudadano, según cifras oficiales, será de 239 pesos; o sea más de mil 600 millones de pesos considerando los 79 millones 240 mil ciudadanos empadronados.
 
Es el gasto programado en sólo medio año. En 2010, el presupuesto para sistema electoral fue de 2 mil 910 millones de pesos, sin que ese año hubiera elección federal. En 2011, la cifra ascendió a 3 mil 119 millones, sin elección de por medio. A estas alturas, cuando resta un mes de campañas, se multiplican las voces que advierten que ningún candidato los convence.
 
La cifra de indecisos declarados es de 22 por ciento y muchos de los que aseguran tener segura su preferencia, quizá no acudan a las urnas, lo que aumentará el abstencionismo. Quiérase o no, el voto nulo tiene un peso moral. Así como el referéndum y el plebiscito se convirtieron en figuras jurídicas; así como el mandato revocatorio se halla en vías de ser legislado; así como el fuero constitucional habrá de extinguirse; así el voto nulo debe tener validez ilegal e incidir en cada elección. Los mexicanos inconformes lo reclaman. Es su forma de decir NO.

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