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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

Nuestra desgracia

08/06/2012 04:10 a.m.
Es reclamo generalizado culpar al putrefacto sistema político que nos gobierna de todas nuestras desgracias.
 
Habrá quienes salen a las plazas públicas y manifiestan su descontento, y eso está muy bien, pero hay quienes se quejan entre dientes, viven frustrados, pero jamás ejercen sus libertades, su derecho a replicar. Dejan hacer, dejan pasar. Esos están mal, y en nuestra sociedad son una gran mayoría.
 
Y hay cierto especimen en nuestras sociedades, que en busca del poder que el ciudadano le otorga, salen a las calles y utilizan el discurso que miles callan. Se presumen honrados, o diferentes o capaces de lograr un cambio, cuando sus antedecedentes los descalifican.
 
Es el caso de los tres candidatos a la Presidencia de la República: Andrés Manuel López Obrador, Josefina Vásquez Mota y Enrique Peña Nieto. Gabriel Cuadri es la desfachatez de la desfachatez.
 
Pero los que están peor, son quienes adulan al poder para poder recibir migajas, o a la espera de tener la oportunidad de ser cómplices de los negocios turbulentos con recursos públicos, los que hacen millonarios a la clase política mexicana.
 
Pero en este artículo, no importan las culpas ajenas, sino interesa hablar de las culpas propias, las que hacen a las sociedades más desgraciadas.
 
La politicocracia que padecemos hoy en día es solamente el cáncer social, que deriva de nuestra apatía ciudadana.
 
En Sonora, con el incendio de la guardería ABC, 49 bebés sufrieron una muerte terrible y dolorosa, bajo las llamas del fuego. Sus familias viven el peor de los sufrimientos. Sin embargo, la lección de fondo, más allá de la justicia que debería de aplicarse contra los culpables de esta tragedia. ¿La hemos aprendido lo suficiente?
 
¿Cuántos padres de familia, nos preocupamos siquiera porque las condiciones de seguridad de nuestras escuelas sean las aceptables, las que las leyes marcan? ¿Dejamos hacer? ¿Dejamos pasar?
 
Entendemos la tragedia. Nos conmueve su dolor. Nos arrebata el coraje al ver las imágenes de aquellos pequeños en trance, sus cuerpos abrasados por el fuego, sus pielecitas inflamadas, ahogados por el humo que finalmente destruyó su vida.
 
Sin que suene a reproche, ¿no se habría evitado esa tragedia si aquellos padres hubieran revisado las instalaciones de la guardería ABC; si se hubieran percatado que las salidas de emergencia se hallaban bloqueadas; si hubieran sabido que carecían de sistemas detectores de humo y sistemas para activar regaderas contra el fuego; si hubieran reparado en que a un lado funcionaba un taller con manejo de sustancias inflamables, y enfrente una gasolinería?
 
Es válida la protesta de los padres, su exigencia de justicia para esos 49 angelitos, pero es necesario, justo asumir corresponsabilidades en una tragedia que pudo evitarse si todos, absolutamente todos, hubieran actuado con sensatez.
 
En San Salvador Atenco, las fuerzas represoras del gobierno estatal mexiquense, que entonces encabezaba Enrique Peña Nieto, golpearon a muchos y violaron a 23 mujeres que protestaban en contra del abuso del poder, cuando pretendían comprarles sus tierras ejidales a precio de ganga, para construir un nuevo y moderno aeropuerto.
 
Fue un hecho sangriento que no se gestó de la noche a la mañana. Semana tras semana, desde que unilateralmente el gobierno federal decidió expropiar las tierras, tasándolas a precio ínfimo, se fue conformando una espiral de violencia, de reclamos, de protestas, de acoso policíaco, de intervención de zapatistas, de asedio político, de reacción del pueblo igualmente violenta, hasta que la represión estalló.
 
¿Qué hicieron las organizaciones no gubernamentales (ONG), las comisiones de derechos humanos, los partidos políticos, los defensores de los derechos de los indígenas, ante un conflicto que escalaba el riesgo de un final sangriento, como a la postre ocurrió?
 
Salvo las manifestaciones en la zona del conflicto, ¿en los estados, los grupos sociales se movilizaron lo suficiente para obligar que el Gobierno Federal y Estatal asumieran su responsabilidad y fueran sancionados?
 
¿Hubo tibieza, desinterés, egoísmo de una sociedad que fomenta el individualismo y se olvida el bienestar de todos, el bien común?
 
Solemos culpar de nuestros males al aparato político, a las instancias judiciales, a “las instituciones”, a los entes privados, pero difícilmente reparamos en las culpas propias, nuestra negligencia, nuestro valemadrismo que trae perjuicio y atrae desgracias.
 
Ser autocrítico ayuda a corregir los pasos perdidos del individuo y a construir una mejor sociedad.
 
Si no empezamos por aceptar libremente nuestra desgracia, para enfrentarla y remontarla, jamás podremos ser una sociedad libre, que ejerza sus derechos y que reclame la aplicación de sus leyes.
 
Los politicos, en cambio, están más que puestos para reclamar, pero salen muy caros, porque no cumplen, y solo se vuelven inmesamente ricos.
 
Es el momento de la sociedad. La solución está en sus manos.
 
 

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