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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

AMLO: La sombra del echeverrismo

13/06/2012 12:35 a.m.
Aduladores y detractores, todos por igual, tienen derecho a saber de dónde proviene y a dónde va Andrés Manuel López Obrador, si es un hombre de izquierda o un trapecista del poder, si es un falso Mesías o un profeta de bien, o si en su pasado hay vergüenza o pundonor.
 
“Soy Peje, pero no lagarto, y menos de cola larga”, ha dicho en son de broma, puntilloso, desafiante y hasta soberbio y retador.
 
Pero hay en su pasado, que pocos conocen, sobre todo los jóvenes, algo que lo liga con el Viejo PRI, vínculos y raíces con el ex presidente Luis Echeverría Alvarez, secuela del jurásico priísta, época dorada de la represión y la intolerancia en un México al que nadie quiere volver. López Obrador se asume de izquierda. Es el líder de un perredismo integrado por la izquierda moderada y por la mal llamada izquierda priísta, que no es otra cosa que los antiguos emisarios del echeverrismo.
 
Más que un izquierdista, El Peje es un lastre del priísmo anterior a la corriente salinista. Su trayectoria se liga con el echeverrismo, con el que se imaginó en la cúspide del poder. Y pudo haber sido una estrella, de no ser por que la tecnocracia, los economistas que implementaron el neoliberalismo a la mexicana, irrumpieron en el PRI y acabaron con todo lo que oliera a pasado, en los inicios de los años 80. Tras bambalinas, a Andrés Manuel López Obrador le puede su pasado priísta.
 
Dice ahora que su estadía en el PRI fue de sólo nueve meses y que si estuvo ahí fue para reformar al partido de la revolución traicionada, hasta que cayó en la cuenta que su empeño era un sueño inalcanzable. Sin embargo, su historial, consignado en Wikipedia, el resumidero curricular de personajes públicos, en textos biográficos, ubica su ingreso al tricolor en 1976, cuando se incorporó al equipo de campaña del poeta tabasqueño Carlos Pellicer Cámara, entonces candidato al Senado de la República.
 
Meses después, en el gobierno de Leandro Rovirosa Wade, ex secretario de Recursos Hidráulicos del régimen echeverrista, López Obrador ocupó la delegación del instituto Nacional Indigenista, en Tabasco, que a la postre, por inoperante, fue desmantelado. López Obrador ha sido un presupuestívoro consumado.
 
Con Enrique González Pedrero en la gubernatura de Tabasco, en 1982, alcanzó cierta notoriedad. Su máximo galardón fue la presidencia del comité estatal tricolor, y aunque siempre lo ha negado, al Peje se le atribuye la autoría del himno al PRI. De ahí salió confrontado con los grupos priístas y emigró a la ciudad de México, donde pudo incrustarse en la Profeco y en el Instituto de Capacitación Política del PRI. Nunca fue un priísta estelar.
 
Más bien fue un segundón. En 1982, cuando se imaginaba en los cuernos de la luna, fue testigo del quiebre del PRI: el rompimiento entre la vieja guardia priísta y la tecnocracia, provocada por la candidatura de Miguel de la Madrid a la Presidencia, el empoderamiento de los Chicago Boys, de los que sería líder a la postre Carlos Salinas de Gortari, la corriente que habría de desplazar para siempre al echeverrismo. Cinco años después, la postulación de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia de México habría de marcar la ruptura final.
 
Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez encabezaron el éxodo. López Obrador se mantendría en segunda fila del Frente Democrático Nacional y después, en 1989, en el PRD.
 
Quiso ser alcalde de Macuspana y el PRI lo aplastó. Luego vendrían los éxodos de petroleros despedidos, los barrenderos, los campesinos. Todos, encabezados por López Obrador, llegarían al zócalo de la ciudad de México; lo tomarían; asentarían ahí campamentos y finalmente negociarían soluciones a medias y “gastos del movimiento”.
 
Dos veces perdió la gubernatura de Tabasco. Primero con Salvador Neme Castillo y después con Roberto Madrazo Pintado. Dos veces alegó fraude y en la última lo demostró cuando exhibió el gasto descomunal realizado por el PRI para comprar medios de comunicación e inducir el voto de los tabasqueños. Pero, aún así, nada evitó la imposición de Madrazo Pintado. Su lucha, sin embargo, lo proyectó políticamente.
 
Llegó a la dirigencia nacional del PRD y de ahí a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. En 2006, contendió por la Presidencia de México. Fue el candidato a vencer. Mantuvo una ventaja de 15 puntos sobre Roberto Madrazo, del PRI, y sobre Felipe Calderón, del PAN, pero a la postre perdió medio punto, alegando fraude, guerra sucia y la intromisión de los medios de comunicación a favor del candidato panista. López Obrador desgastó su imagen con una serie de errores políticos.
 
Se asumió “presidente legítimo” e integró un gobierno fantasma que provocó la burla de propios y extraños; bloqueó las principales avenidas de la capital mexicana, generando un profundo malestar y la pérdida de respaldo en el principal bastión perredista, y ocasionó un choque de trenes entre las tribus del PRD, hasta perder el control del partido y teniendo que refugiarse en las siglas del Partido del Trabajo y Convergencia por la Democracia, hoy Movimiento Ciudadano.
 
Si bien López Obrador ha remontado en la lucha por la Presidencia de México y ha logrado acortar la distancia con el priísta Enrique Peña Nieto, lo cierto es que su candidatura es observada como el intento de la corriente echeverrista por desplazar a la tecnocracia salinista y consolidar su regreso al poder. Hay quienes idolatran y hay quienes lo odian.
 
Le reconocen sus aciertos y le condenan sus errores. Pocos, sin embargo, saben de su pasado priísta y sus ligas con el echeverrismo, una corriente que ejerció el poder a sangre y fuego, con intolerancia y represión. En ella se formó políticamente. El echeverrismo es la otra cara de López Obrador.

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