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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

Pelea de perros

25/06/2012 08:16 a.m.
La lucha por el poder deja al desnudo las bajas pasiones que dominan a quienesaspiran a gobernar un país inmerso en corrupción y resentimientos.
 
En la mesa, a la vista de todos, presentaron un costoso banquete de palabras ymensajes de amor, de perdón, de cambio verdadero, de diferencia, paraseducirnos o cuando menos, en la medida de quien se promovió más a golpes millonariosde propaganda, dejar inyectado en el subconsciente de las masas quién tienemayor presencia y por ende más "popularidad".
 
De bajo de la mesa, la realidad de las cosas: los amores perros, las bajas pasiones, luchasin cuartel en la que no importa difamar o sacrificar a inocentes, paradenostar al adversario.
 
Ya en vísperas de las elecciones a los candidatos a la Presidencia de la Repúblicao a un escaño en el Congreso, la pelea debajo de la mesa se les sale decontrol, se desborda por doquier, y de esa manera nos enteramos de los flujosilegales de recursos para las campañas electorales de Peña Nieto y de LópezObrador.
 
Las elecciones ya están judicializadas, de tal manera que la lucha electoral irá másallá de los comicios del 1 de julio.
 
De nada sirve que se comprometan a respetar las elecciones, si en lasprocuradurías judiciales y electorales se cruzan muy graves denuncias entre losequipos de los tres candidatos con posibilidades de ocupar la Presidencia.
 
México no tiene una democracia ejemplar. Es cara e imperfecta. Mejor dicho, esterriblemente costosa y fraudulenta. Instrumento de poder de los partidospolíticos que usa al pueblo, a la sociedad, sólo en un momento, en un momentocrucial, el día de la jornada electoral, con un sólo fin: legitimar a loscandidatos.
 
Antes y después, la democracia está en poder de los dueños de lospartidos. Antes y después, el pueblo no cuenta, no designa candidatos, losórganos electorales están infiltrados por los grupos políticos y en cuantoculmina la elección, los partidos se trenzan en el conflicto poselectoral. Elpueblo, en cambio, ve los toros desde la barrera.
 
El proceso electoral 2012 ha sido una decepción. El PRI, con su candidato EnriquePeña Nieto, se presentó como la panacea de México, bálsamo de sus males yalivio de sus grandes problemas. Falso profeta, Peña Nieto blasfemó de suesencia: el viejo PRI. Conminó al priísmo a romper con el pasado, con la eradinosáurica de su partido, el que lo engendró y finalmente lo parió, un ardidpropagandístico que a nadie convenció.
 
Peña Nieto es un engañabobos profesional. Ofrecedor de obras y acciones políticasque suele incumplir o cumplir a medias, o barnizar sus mentiras conmercadotecnia.
 
A JosefinaVázquez Mota le falta bagaje político, presencia, discurso, profundidad deideas. Su flanco débil fue el régimen panista al que perteneció, primero conVicente Fox, siendo secretaria de Desarrollo Social, y con Felipe CalderónHinojosa, titular de Educación Pública. Fue frágil ante los señalamientos a laguerra contra el crimen organizado, los 60 mil muertos y el desempleo. No tuvoqué contestar. Su pasado no es sucio ni vergonzoso, pero la vorágine decorrupción en que incurrió la casta divina azul, su ostentación, las ganas delucrar, el enriquecimiento explicable, mientras el número de pobres crecía,ciertamente con la ayuda de los gobiernos estatales priístas, merma lasexpectativas de la señora Vázquez Mota.
 
Andrés Manuel López Obrador fue una simulación de sí mismo. Pretendió venderse como unpolítico arrepentido de su pasado violento; de la alevosía con la que secuestróla vida de los defeños, en 2006, porque no le otorgaron el triunfo en laelección presidencial y no supo cómo aterrizar la derrota, si no fuerabloqueando las principales avenidas de la capital mexicana; de aquella locuraen que se impuso la banda presidencial y se proclamó “presidente legítimo”, quehizo dudar de su equilibrio mental; de la anarquía que desató en la Cámara deDiputados, tomando cuantas veces la tribuna, a través de los diputados que leeran leales.
 
López Obrador se vistió con piel de oveja, pero lobo se quedó. Inauguró la Repúblicadel Amor, su nuevo proyecto, para hacerle creer al electorado que habíacambiado, que había aprendido de sus errores.
 
No lo soportó, sucumbió a la esencia de Los amorosos, tal como los describe elpoeta Jaime Sabines en su obra.
 
A la postre sacó las garras y enseñó los colmillos. Volvió a hablar de la mafiaen el poder, de los enemigos de México, del complot cuando se le detectaronrecursos ilegales y del pase de charola de 6 millones de dólares, una vez queel audio llegó a los medios de comunicación y quedó exhibido ante elelectorado.
 
Su ascenso en las preferencias electorales vinieron a menos, frenó su embate y loúnico que le quedó fue alardear que era el puntero de la contienda, sin nadaque lo sustente, siempre en segundo o tercer lugar en las encuestas de opinión.
 
A no ser por el movimiento estudiantil #yosoy132, que enarboló un rechazo abiertoa Enrique Peña Nieto, y en el que después se montaría López Obrador, lascampañas eran por demás aburridas. Tras el suceso de la Universidad Iberoamericana,en que Peña Nieto salió por piernas, vino el despegue.
 
La descalificación en spots televisivos suplantaron a las propuestas de loscandidatos. El electorado olvidó quién realizó la mejor oferta política; olvidóquién es el menos sucio; olvidó quien tiene la mayor ética; quién tiene elmejor equipo de trabajo; quién tiene las mejores intenciones; quién le sirvemejor a México.
 
Al principio bajo la mesa, después a la vista de todos, los candidatospresidenciales, al Senado y a la Cámara de Diputados, se enfrascaron en unaguerra sin cuartel, batidos todos en el lodo de las campañas, en un espectáculoque México y los mexicanos no merecen.
 
Al final, aunos días de la jornada electoral, terminó siendo una pelea de perros.

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