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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

La rebeldía de las mujeres

24/11/2009 08:05 p.m.
El 19 de agosto de este año, el cuerpo de Gloria Jiménez Vázquez, de 40 años de edad, muerta de una enfermedad renal, fue velado, tristemente, en plena vía pública por sus compañeras sexoservidoras del puerto de Veracruz.
 
En su momento,  en este espacio me ocupé del caso porque la diputada local Margarita Guillaumin Romero, del PRD y presidenta de la Comisión de Derechos Humanos y Atención a Grupos Vulnerables, reaccionó hasta días después haciendo una declaración periodística tratando de culpar a las autoridades municipales del puerto jarocho de la falta de apoyo para un velatorio digno.
 
Aquí le reproché que con tanto dinero que gana como diputada quisiera repartir culpas en lugar de asumir la responsabilidad que le tocaba por el ostentoso cargo que ocupa en el Congreso local y que siquiera por honrar la comisión que preside no hubiera movido un dedo para despedir de mejor forma a esa mujer que murió sin dinero y sin familia (tampoco en ese entonces movieron un dedo ni el Instituto Veracruzano de las Mujeres ni las oenegés ni los colectivos feministas, etc.).

Para mis adentros pensé que, sin embargo, así como hay quienes hipócritamente y al calor de algún cargo se vuelven defensoras de las  mujeres, también ha habido quienes con el o los recursos que han tenido a la mano, sin necesidad de ninguna representación, no sólo se han ocupado de ellas sino que incluso, así sea a la más modesta sexoservidora ya muerta, le han cantado bellamente hasta exaltar su valor como ser humano, como lo hizo Walt Whitman, el poeta norteamericano por excelencia, el llamado padre del verso libre. Cuando supe el caso de Gloria Jiménez Vázquez, me acordé de un poema conmovedor, delicado y a la vez muy crudo, pero que es un monumento de exaltación a la mujer.
 
De Hojas de hierba, copio uno de los poemas más conmovedores que he leído y al que vuelvo con periodicidad:

EL DEPÓSITO DE CADAVERES

A la puerta del depósito de cadáveres de la ciudad, cuando me alejaba de la algazara de la multitud, me he detenido con curiosidad, pues traen el cadáver proscrito de una pobre prostituta, lo depositan, nadie lo reclama, allá yace sobre el piso de húmedos ladrillos, mujer divina, su cuerpo, yo no contemplo sino su cuerpo, contemplo esa casa que albergó a la pasión y a la belleza; del resto, nada me importa; ni el silencio, ni el frío, ni el agua que corre de las espitas, ni las emanaciones morbíficas; ¡Sólo esa casa – esa casa prodigiosa – esa casa frágil y perfecta – esa ruina!
¡Esa casa inmortal vale más que todas las moradas del mun-
do!.

Más que el Capitolio de blanca cúpula con su estatua       majestuosa, más que las viejas catedrales de altas torres,
Esta pequeña casa vale más que todas ellas – ¡pobre casa 
deshabitada!, ruinas hermosas y terribles – morada de un alma – alma  ellas mismas, casa vitanda, nadie te reclama – acepta el aliento de mis labios trémulos, acepta la lágrima que brota  de mis ojos mientras me alejo  pensando en ti,
Casa muerta del amor – casa de locura y pecado, desmoro-
          nada, destruida, casa de la vida, no ha mucho parlera y reidora – pero, ¡ay!  pobre casa, muerta ya aun entonces,
Casa ataviada y bulliciosa durante meses, durante años         pero muerta, muerta, muerta.

Todo este largo preámbulo lo he hecho a propósito de la polémica que se desató por la aprobación en el Congreso local de la llamada ley antiaborto. Mi postura personal es que la mujer decida en total libertad sobre su cuerpo lo que más le convenga, convenza o beneficie y por lo tanto estoy en contra de que se castigue o penalice una decisión que debe ser tomada en la intimidad y con plena conciencia. Esa es mi postura personal.

Las posturas públicas en pro y en contra se han fijado ya. Por eso creo interesante resaltar un ángulo para  mi todavía más importante que el efecto de esta ley polémica: la nueva actitud de la mujer, de las mujeres, de Veracruz y del país.
 
Consciente de que puedo sufrir algún día las consecuencias, no puedo dejar de celebrar que la mujer ya no se deje, que alce su voz, que reclame, que se rebele, sobre todo que defienda palmo a palmo, sin concesiones, lo que es suyo, y nada les pertenece más y tanto como su propio organismo.

Entiendo que la Iglesia Católica repruebe el aborto porque su actitud se sustenta en uno de sus grandes dogmas, el de no matarás, revelado a la humanidad a través del decálogo de Moisés, pero no justifico que ya en el reino terrenal y como institución no presione para, por ejemplo, intensificar una campaña a favor de la vasectomía a los varones, origen del embarazo muchas veces no deseado. O sea, porqué cargarle todo a las mujeres.

Pero, insisto, me gusta, celebro la rebeldía de las mujeres. Me da gusto que, por ejemplo, hayan saltado ya de las páginas de sociales de los periódicos a las primeras planas, a las secciones de opinión, a las columnas políticas, que sean noticia porque defienden algo en lo que creen, que les pertenece, a lo que tienen derecho y no por exhibir sus vanidades a través de las tradicionales fotos del club de amigas jugando canasta uruguaya, matando el tiempo en té o cafés “de caridad”, entreteniéndose como que hacen poesía o literatura, justificando sus horas de ocio con supuestos fines altruistas.
 
Qué bueno que  ahora se muestran ante la opinión pública tomando tribunas, irrumpiendo en actos oficiales, haciendo declaraciones tronantes en defensa de sus derechos, rebelándose a una malentendida disciplina partidista.
Son signos de los nuevos tiempos que los varones debemos ir atendiendo y entendiendo por las buenas si no queremos correr el riesgo de que nos hagan entender por las malas.
 
Lo mismo vale para las instituciones así sean la Iglesia Católica o las cristianas evangélicas, los partidos políticos de todo signo o los gobiernos también de cualquier origen partidista.
 
Así como nosotros criticamos que se sojuzgue a las mujeres afganas obligándolas a portar el burka, que como máscara de luchador les cubre toda la cabeza y les oculta el rostro, así nos deben ver y criticar en los países de primer mundo donde de verdad hay igualdad de género, cuando les queremos imponer ataduras a sus decisiones.

La historia nos recuerda cómo en 1973, en Chile, la gota que provocó el derrocamiento del presidente Salvador Allende estuvo en aquella marcha de las cacerolas que protagonizaron mujeres, a quienes bien supo manipular la derecha retrógrada, protesta callejera que mostró hasta dónde puede llegar el efecto de su rebeldía.
 
En Veracruz, en especial nuestros dirigentes políticos, no pueden, no deben olvidar que las mujeres son mayoría y que ya no se dejan. Hasta ahora, no advierto que ningún partido tenga una política definida hacia ellas o que las tenga en cuenta y las coloque como las protagonistas.
 
 Aguas. A mí para nada me va a extrañar que en el futuro inmediato, algo así de lejano como para el proceso electoral en puerta, ya no sean los varones los que repudien a algún candidato bañándolo de miel, emplumándolo, subiéndolo a un burro y sacándolo del pueblo, sino que un buen día las mujeres encueren a cualquier pretencioso y lo bañen en plena plaza pública, para que aprenda. Aguas.

Por cierto y a propósito, mi solidaridad con todas por la celebración, este miércoles 25 de noviembre, del Día Internacional de la no Violencia Contra las Mujeres. Un abrazo a todas y les dejo el chiste que publicó Catón este martes en Reforma en su columna “De política y cosas peores” sobre cómo evitar la violencia contra las mujeres: Libidiano Pitonier, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, llegó al bar de costumbre, y muy orgulloso les contó a sus amigotes que había logrado evitar una golpiza y una violación. "¡Extraordinario! –exclamó uno, admirado–. ¿Cómo le hiciste?" Responde Libidiano: "La convencí".
 

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