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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

El pacto de las calles, indestructible

10/12/2012 10:04 a.m.
Para los bandoleros de la política de nuestro país, México ha sido su paraíso, su dictadura perfecta; pasaba todo y, hasta hace apenas unos ayeres, no pasaba nada. Los mexicanos no estamos ajenos a la dinámica social en el mundo y los ciudadanos del globo tampoco a lo que pasa en el mal llamado hermano mayor de latinoamérica.
 
La represión que ejerce el gobierno hoy contra quienes levantan la voz, no encuentra la complicidad de las sombras de la infamia como en 1968 o en 1971. De poco sirve ahora el control de una prensa comprada, porque el ciudadano con sus propios medios en las redes sociales levanta la voz y en el mundo conocen una visión más acertada de nuestro país.
 
Hay un Pacto de las Calles al que se unen miles porque tiene sus raíces en las convicciones sociales, en los ideales, en el ¡ya basta! a que en todo el mundo se nos tilde de flojos y transas por unos cuantos parias que tienen el poder en las manos.
 
 Son dos proyectos de país: el de la cleptocracia, los cachorros de la Revolución, los rateros de abolengo y las izquierdas de café, frente a las grandes masas sociales, los desposeídos a quienes se les ha negado todo y que organizados o no, toman la calle y se expresan, usan los Facebook, Twitter y otros instrumentos de comunicación para gritar su verdad.
 
Quienes habitan en el país de las maravillas, los dueños del gobierno, de los partidos políticos, de las grandes empresas, de los sindicatos, del sistema educativo y del sector podrido de los medios de comunicación, se ufanan de un México próspero y prometedor; estable y fértil para las grandes inversiones, nacionales y extranjeras; del México seguro porque a ellos la delincuencia no los toca porque para eso disponen de recursos para pagar derecho de piso, o se cuenta con escoltas y matarifes que garantizan protección.
 
El otro México es el de los otrora “sin voz” que ahora, paradójicamente, hablan y repudian a un sistema político-financiero que ha provocado desigualdad; que ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres; que entrega los grandes recursos naturales a los ladrones de cuello blanco; que expropia selvas y bosques a sus dueños originales, nuestras etnias, y los pone en manos del capital privado, sea de mexicanos mal nacidos o de extranjeros peor paridos.
 
México no anda bien, así lo digan los jilgueros de Televisa o los aplaudidores de TV Azteca, el duopolio de la comunicación. Cien millones de pobres, 60 en condiciones de extrema pobreza, 40 con miseria alimentaria, hablan de un país atrapado en sus grandes rezagos. La clase media cada vez más agobiada por sus carencias, sabedora que el salario que percibe sirve a medias y cuando ya no alcanza para lo necesario, entra en crisis. En la cúpula, sólo una casta social, la de los políticos y los grandes empresarios, ve incrementarse su riqueza, trepada en los hombros de los de abajo. Ese es el México lamentablemente real.
 
Era previsible, por lógica, que el reclamo social rebasara los controles del grupo gobernante, cifrado éste en el control de la prensa vendida, llámense Televisa-TV Azteca, los Universales, los Milenios, los Excélsior y la radio, cuya encomienda era ocultar la verdad, distorsionar la realidad, justificar los desatinos del gobierno, mediatizar las voces de protesta, las condenas y el airado y justificado repudio hacia esa cúpula de poder.
 
Esos “sin voz”, como los definiera en su momento Rafael Guillén Vicente, el Subcomandante Marcos de la guerrilla zapatista, hoy hablan y actúan con el dolor en la piel, motivados por las condiciones de miseria en que las esferas gobernantes, los suscribientes del Pacto de las Mafias, mantienen al pueblo.
 
En dos vías, por medio de las redes sociales y en las calles, los de abajo han ejercido su derecho a la protesta ante el deterioro del sistema educativo que produce mexicanos reprobados y sin perspectivas para forjar un futuro; la pobreza que tiene su origen en el empleo mal pagado y el incremento en el precio de los alimentos básicos, donde se llega al punto en que lo se tiene en el bolsillo no alcanza para comprar nada; el mediocre sistema de salud, que no da cobertura a la generalidad de los mexicanos y la que da es de ínfima calidad; la corrupción de los cuerpos policíacos y del sistema judicial, que por disimulo, incapacidad o complicidad con el crimen organizado, han sentado las bases para la crisis de seguridad que ha hecho de México un país que espanta a cualquiera, un paraíso del crimen, del levantón, del secuestro, de la extorsión, un camposanto gigante, como lo definiera el poeta Javier Sicilia.
 
Los mexicanos de a pie enfrentan hoy a un sistema de gobierno, y a sus aliados entre los adinerados, que imaginaron que con la complacencia de los medios de comunicación corruptos se podría ocultar la realidad mexicana. Y peor, todavía, que creyeron que la visión de México en el extranjero sería del país ideal para las inversiones porque el eslogan era “aquí pasa todo y no pasa nada”.
 
Pues no. Pasa de todo. La sociedad pujante y contestataria pudo romper el cerco informativo, la distorsión de las Televisas y las Tv Aztecas, los Milenios, los Universales, los Excélsior, y todos aquellos medios que se prestaban a maquillar la dramática realidad social de México, un país en permanente conflicto y en un eterno reclamo de justicia social.
 
En esa evolución de la sociedad mexicana, tiene cabida la protesta organizada e incluso la no organizada. Toman las calles, argumentan, elevan la voz, denuncian, exhiben y finalmente provocan sentimientos de solidaridad y respaldo.
 
El Pacto de las Calles se permite reclamar la existencia de un gobierno rico y un inmenso pueblo pobre; advertir la insultante contradicción de tener al hombre más rico del mundo frente a 100 millones de mexicanos empobrecidos por un sistema neoliberal que ya caducó sin generar resultados, pero sobre todo, estimulando la desigualdad; señalar la indignante corrupción del gobierno, de los partidos políticos, de los empresarios metidos a políticos y de los políticos metidos a empresarios, todos sirviéndose del dinero público.
 
Frente a la represión del gobierno, el uso del tolete y las balas de goma, y la descalificación de las razones sociales en la prensa corrupta, el Pacto de las Calles ha mantenido una cohesión no sólo de grupo sino de ideas, para obligar al monolítico aparato de poder a escuchar, ceder y conceder. Frente a las embestidas mediáticas, ha sostenido su verdad. Frente a la tergiversación informativa, e incluso frente al silencio de la prensa, esa sociedad ha persistido en hablar y hablar, y hacerse escuchar.
 
Los cercos informativos, hoy en día, son inútiles. Las redes sociales permiten llegar a millones de destinatarios en cuestión de segundos. El arsenal de mensajes va y viene sin límite. Se convierten en hashtags, frases que repetidas mil veces sirven de conexión entre los usuarios de las redes. De igual forma, las redes sociales permiten observar decenas, cientos o miles de imágenes simultáneamente entre los usuarios, cargadas todas del sabor de la protesta.
 
Con la magia de la comunicación de su lado, los grupos sociales, concentrado en ese Pacto de las Calles, han abatido los controles mediáticos de los grupos gobernantes y han logado permear sus ideas y, sobre todo, sus denuncias entre otras capas de la sociedad, sin barrera alguna, trasponiendo las fronteras nacionales, donde sirven para decir que México no es como se los han querido contar.
 
Las redes sociales han dado muestra de su potencialidad. En Egipto comenzó el ciclo de revueltas sociales que llevó a la caída de dictadores en países árabes. En los países de occidente, han sido el instrumento de comunicación de Los Indignados, las grandes masas sociales que, cansados de un sistema económico que sólo genera desempleo, pobreza e incertidumbre, reclaman un golpe de timón y el cambio de paradigmas.
 
Aquí, en Veracruz, el gobierno de Javier Duarte ha pretendido venderle al mundo que el paraíso no lo concibió Dios en Medio Oriente sino este solar jarocho; que somos el destino manifiesto de las inversiones; que tenemos una economía sólida; que la seguridad es de diez, y obvio que tenemos al gobernador ideal.
 
La faramalla no le sirve de mucho. Así gaste millones en promoción y autopromoción; así calle a medios de comunicación estatales y nacionales con un chayote; así salga a engañar a periodistas en el extranjero, la realidad es que Veracruz, en el régimen duartista, vive sus peores días.
 
Por eso diversos sectores sociales desconfían tanto de su gobierno, que de origen es producto de un fraude electoral, como de ese sector corrupto de los medios de comunicación, la prensa acrítica, que pasa por su peor momento de credibilidad, por haber abdicado de su compromiso de informar a cambio de un plato de lentejas o 50 denarios.
 
Quizá los gobernantes no han percibido que el Pacto de las Calles, en Veracruz y en México entero, avanza y anida en una sociedad que demanda un cambio de rumbo en las políticas económicas; que se organiza o simplemente sale a protestar; que usa las redes sociales como instrumento de comunicación, y que a medida que se sabe cohesionada, se envalentona.
 
Quizá, los señores del poder algún lo entiendan: el Pacto de las Calles es indestructible. Y eso es irreversible.
 

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