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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

El miedo de todos

04/02/2013 08:25 a.m.
Tratamos de llevar una vida normal, disimulamos, sociedad y gobierno, cuando sabemos que nuestra realidad es, por un lado, la de un pueblo cada vez más enfermo de pobreza, desigualdades e injusticias, y por el otro, que padecemos a políticos voraces, inmensamente ricos e impunes.
 
Ese escenario que no agrada a los victimarios y que lacera a los agraviados es la lo que hizo pensar de inmediato, en el imaginario colectivo, que la explosión en la Torre Ejecutiva de Pemex en la ciudad de México, se trató de un atentado, derivado de la cada vez más creciente inconformidad social.
 
Las causas que provocaron la explosión aún no se conocen, pero al margen de que se determine si fue un acto terrorista o no, lo que no desaparecerá de la percepción ciudadana es que de un momento a otro pueda estallar la violencia urbana o de grupos subversivos.
 
Nos sirve ese infausto suceso, la muerte de 35 o más mexicanos y los 120 heridos, para advertir que todo lo que vulnere a las instituciones, es atentado.
 
La explosión ocurrió poco antes de las 4 de la tarde, el 31 de enero. El registro oficial dice que fue a las 15:42. Los trabajadores administrativos de Pemex formaban filas para proceder a checar su tarjeta de salida en los relojes marcadores del área de Recursos Humanos. Caminaban por los pasillos y en el mezzanine del edificio B-2.
 
En un instante su vida cambió. Al producirse la explosión, cimbró las estructuras del edificio B-2 y los inmuebles adyacentes, incluso la Torre Ejecutiva de Pemex. Cuentan las crónicas que hubo un caos general, agolpándose todos en diferentes direcciones, poseídos por el miedo y el desconcierto. Unos yacían en el suelo, pocos de pie.
 
Hechas polvo, las paredes caían; los muros se fracturaban; miles de vidrios volaban por los aires como proyectiles mortales. Simultáneo al estallido, se produjo un apagón de luz, dejando sólo pasar la del exterior, en esa tarde aciaga de la que nadie quería acordarse.
 
Sobre muchos de ellos cayeron grandes trozos de plafón y los techos del mezzanine y del primer piso. Entre ellos, allá en el fondo, en el sótano, quedarían los cuerpos inertes de quienes se convertirían en la estadística mortal de aquel terrible accidente. También entre los escombros hubo heridos, salvados por la mano de Dios y por la ayuda de sus compañeros, primero, y de los rescatistas, después.
 
Casi desde un principio, se escucharon las voces de quienes descartaban el accidente y atribuían el percance a un atentado explosivo, un acto de terrorismo de los que hacía años no se hablaba. Esta vez, sin embargo, ocurría en la sede de Pemex, a unos metros de la Torre Ejecutiva, y eso daba a pensar en el sabotaje.
 
¿Qué nos hace pensar a los mexicanos en que todo accidente en instalaciones de gobierno es atentado? Quizá es parte del ambiente de tensión en que vivimos, la desigualdad y el resentimiento porque tenemos un gobierno rico y un pueblo sojuzgado. El gobierno lo constituye una inmensa minoría —los ricos, los políticos y los abusivos— y una gran mayoría de pobres, de pobres pobres y de pobres miserables.
 
Los gobiernos suelen mentir. Le dicen al pueblo que no hay recursos suficientes para atender las mayores demandas de la población, pero los que ejercen el poder viven en jauja, derrochan el dinero del pueblo, roban el erario y abusan del pobre y usan su influencia para encarcelar, perseguir y matar. En ese estado de tensión vive México.
 
A lo largo de un siglo, quizá más, México ha llevado su vida institucional en la zozobra y en el miedo. La Revolución fue un período violento, de toma y presta del poder; caudillos y apóstoles; dictadores y tiranos. Luego llegaron los partidos. Pero los partidos, surgidos para hacer realidad la democracia, sólo sirvieron para repartirse el poder. Las disidencias eran aplastadas. Las luchas guerrilleras fueron perseguidas, pero no dejaron de actuar desde la clandestinidad. Frente al poderío del gobierno, el atentado, reivindicado o no, fue y ha seguido siendo la respuesta de los violentos que no creen en las instituciones.
 
Cuando ocurrió la explosión en el edificio B-2 de Pemex, la sospecha de un acto terrorista brotó en la imaginación de casi todos. El gobierno, que pudo cerrarse a esa posibilidad, como siempre lo ha hecho, la aceptó de inicio y ofreció esclarecer las causas del percance. Pero ahí dejó la duda. ¿Por qué?
 
Es parte de los miedos de todos. El gobierno teme, la sociedad también. Juntos son mezcla explosiva a partir del ambiente de desigualdad. Nadie quiere reacciones violentas, vengan de donde vengan. Eso lo han propiciado los grupos en el poder por su resistencia a ver que los pueblos sometidos, sumidos en la pobreza, sin opciones de una mejoría en las condiciones de vida, algún día encuentran una válvula de escape.
 
Es factible que la explosión en las instalaciones de Pemex haya sido un accidente; las autoridades lo tendrán que acreditar y sustentar. Pero en la conciencia de la gente quedará la seguridad de que fue un atentado, y que después vendrán más.
 
De ahí que el miedo nos invada a todos.
 

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