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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

La vida loca de Duarte y Los Mara

06/05/2013 08:37 a.m.
Mientras que los pandilleros de La Mara dan rienda suelta a su vida loca persiguiendo, secuestrando, explotando y matando a inmigrantes en su paso por Veracruz, los funcionarios del gobierno de Veracruz le dan rienda suelta a la vista gorda para ocultar y minimizar los hechos violentos en los que miles han muerto o desaparecido.
 
Por caminos diametralmente opuestos, el padre Alejando Solalinde Guerra y el gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, detonaron las denuncias de estos abusos en el plano nacional e internacional. Uno para bien, el otro para mal.
 
En el sur de Veracruz, el padre Alejandro Solalinde Guerra se dio a la tarea de hacer internacionales las denuncias que desde hace muchos años se han sabido, que revelan la complicidad de funcionarios de los tres niveles de gobierno en el jugoso negocio que representa la vía ferroviaria como canal de trata de personas y tráfico de drogas.
 
Para Solalinde, los migrantes constituyen su apostolado. Ve por ellos. Los protege y los ayuda. Alza la voz para denunciar que están en la mira del crimen organizado, que son sujetos de extorsión, que a las mujeres las prostituyen, que a los jóvenes los convierten en sicarios o en traficantes, que a los niños y a los ancianos, mejor los matan.
 
Habla por los migrantes y por sus derechos humanos. Crea albergues, les da refugio y les da de comer. Y, por supuesto, es la voz que denuncia la complicidad oficial, el contubernio de Migración y de las policías con las bandas de delincuentes que lo mismo exprimen al indocumentado, le quitan hasta el último centavo, que los agreden y asesinan para escarmiento de los demás.
 
Solalinde es el coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano, pero sobre todo, es el sacerdote que denunció que hay cientos de fosas clandestinas en Veracruz y que existe una abierta complicidad de las policías con el crimen organizado.
 
Por eso, por su lucha incansable a favor de los migrantes, al padre Solalinde se le concedió en el Premio Nacional por los Derechos Humanos. Y su voz se hizo escuchar en el plano internacional, con un llamado para preservarle la vida a miles de hombres y mujeres que dejan su país de origen en busca del sueño americano, sueño que termina siendo inalcanzable o una pesadilla terrible.
 
Duarte no es como Solalinde. Duarte no busca salvarle la vida a nadie. Duarte no enfrenta el problema de los migrantes; lo solapa y para colmo de fregaderas, lo estimula.
 
Por su intento de minimizar, casi de ocultar la infernal violencia que cotidianamente se vive en el lomo del llamado Tren de la Muerte que corre desde la frontera sur con Guatemala y atraviesa el estado de Veracruz de sur a norte, el gobernador Javier Duarte de Ochoa detonó de nueva cuenta el escándalo, al evidenciar el encubrimiento a una actividad delictiva que genera ganancias en cientos de millones de pesos al año.
 
El hecho se dio la noche del miércoles 1 de mayo. Un grupo de migrantes fue atacado por una banda de delincuentes mientras se transportaban en “La Bestia”, el tren que los lleva de Chiapas al norte. A machetazos, incluso a balazos, obligaban a pagar derecho de piso, la extorsión para dejarlos continuar su camino.
 
Les pedían 100 dólares por cabeza. Quienes se negaban o quienes no disponían de esa cantidad eran golpeados, heridos y arrojados del ferrocarril en marcha.
 
La escena tuvo su clímax en Barrancas, municipio de Cosoleacaque. Diez personas fueron despeñadas, una de ellas con herida de bala y un machetazo. Se habla de una niña de seis años y otros adultos desaparecidos.
 
Con el escándalo encima, cuando la información fluía por las redes sociales, el gobierno de Veracruz volvió a dar muestra de insensibilidad para enfrentar una crisis. “Fue una riña”, dijo el gobernador Javier Duarte, a priori, sin una investigación a fondo, sin peritajes, sin un testimonio fehaciente.
 
Con los testimonios de quienes fueron atacados se pudo reconstruir la historia. Un grupo de migrantes atacó a otro y quiso extorsionarlo. Se presume que era de La Mara Salvatrucha, la banda de delincuentes integrada por pandilleros de diversas nacionalidades centroamericanas, que opera sin freno en Veracruz.
 
“Fue una riña”, seguía diciendo el gobierno de Veracruz. Y no fue tal. No se enfrentaban migrantes contra migrantes, por diferencias personales o por rivalidad alguna.
 
Fue un ataque, supuestamente de La Mara, que opera en los trenes pero al servicio de Los Zetas, dedicada a la extorsión, a la trata de personas o al reclutamiento de migrantes para integrarlos a las filas del crimen organizado. Y cuando la ocasión lo amerita, que es casi siempre, los asesinan.
 
Esa es la realidad que quiso negar Javier Duarte y la bola de nieve se le convirtió en avalancha. La prensa volvió noticia el episodio de Barrancas y las redes lo hicieron Trend Topic, tendencia o tema del momento.
 
Del asunto, como siempre, el gobernador de Veracruz salió mal parado por esa proclividad a minimizar los hechos graves, o a trivializarlos, o de plano a negarlos.
 
Javier Duarte quiso enfrentar el episodio de Barrancas con una campaña de saliva, con declaraciones que nadie creyó y con un operativo de entrega de despensas y servicios de salud para los migrantes. Pero eso es como arar en el desierto o regar con una manguera el mar. O sea, se ahogó el niño, tapen el pozo.
 
El meollo está en la inseguridad en que transitan los migrantes. Veracruz es una trampa. Las rutas, los horarios en que se transportan, son de sobra conocidos por el crimen organizado y a lo largo del camino son atacados por Maras o por Zetas.
 
Fray Tomás González, responsable del albergue para migrantes en Tenosique, Tabasco, fue el primero en desmentir al gobernador Duarte. Le dijo que constantemente informa al gobierno de Veracruz la manera en que viene operando el crimen organizado con los migrantes, pero que el régimen duartista ignora las alertas.
 
Veracruz, por la indolencia de las autoridades, es una trampa para los migrantes. Y cómo no, si mientras el crimen organizado, vinculado a La Mara, extorsiona a los indocumentados, Javier Duarte sigue en la vida loca, negando los hechos y solapando el vínculo policías-criminales.
 

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