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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

No hay libertad sin ética

10/06/2013 01:11 p.m.

Hay periodistas sanos y hay periodistas enfermos. No de lo físico sino de su alma, de su moral, de su ética, de sus principios, de su yo interno.
 
Estaban sanos, pero enfermaron, los que tuvieron un inicio limpio; los que veían la tarea de informar como un compromiso social, como un apostolado; los que se rajaban el cuero y se partían en dos si se trataba de traer la noticia, redactarla, darle forma, y verla en letras de molde en la edición de la mañana.
 
Estaban sanos cuando le daban voz a los pobres y a los agredidos, a los disidentes en un partido político o en un sindicato; al ama de casa que trina contra la carestía de la vida, que se queja porque el servicio de limpia pública no funciona, o cuando relataban las vicisitudes de los estudiantes con el transporte público.
 
Estaban sanos cuando desnudaban al corrupto y lo confrontaban con la sociedad; cuando encontraban la doble moral del político que se enriquece mientras sume al pueblo en la miseria; cuando denunciaba la arbitrariedad del gobernante, el uso de la policía para reprimir, la creación de grupos de choque, de golpeadores,  usados para acallar toda protesta.
 
Enfermaron cuando cancelaron su compromiso con la sociedad; cuando se acercaron tanto al sol que los rayos desintegraron su escudo moral. Enfermaron del alma cuando les gustó el dinero extra, el embute o el chayote; cuando sucumbieron a la tentación, a la vida holgada que brinda el personaje público o la institución de gobierno.
 
Enfermó el periodista que comenzó a escribir, no movido por los reclamos de la sociedad sino por la orden del político, el funcionario, el dirigente sindical, el agente del ministerio público, el jefe policíaco, el líder empresarial, todos ávidos de que se lea su versión de los hechos y no la versión de la realidad.
 
Enferma de ética, una parte del gremio periodístico refleja en sus líneas de texto la versión mentirosa de la comunicación social. Si el gobernador es cuestionado por los estudiantes universitarios, si casi le meten un camión urbano en el patio del palacio de gobierno y lo obligan a dialogar, escriben que el gobernador conminó a los estudiantes a sostener un diálogo de altura, intenso, por el bien de Veracruz. Y eso es faltar a la verdad.
 
Si el alcalde de un lugar importante u olvidado se exhibe ostentoso, enjoyado, con autos de lujo, con mansiones fastuosas, y todavía lo presume, lo retratan como un personaje trabajador, con una riqueza producto del sudor de su frente y de la herencia de la pariente anónima. Y eso también es faltar a la verdad.
 
El periodista enfermo de valores, miente y cambia la realidad. Escribe para su beneficio personal y para gozar de las dádivas que otorga el personaje que a la postre se convierte en su mecenas, el que le financia el trago, una buena camisa, un paseo o una excursión, la botana y la cerveza y una que otra vez un güisqui.
 
La corrupción del gremio periodístico es una enfermedad con dimensiones de epidemia. Ataca a todos, pero sólo la libran quienes se aplican la vacuna, los que se inmunizan, los de principios férreos y compromiso con el lector; los que asumieron el compromiso de darle voz a quienes tienen derecho a hablar, a todos los actores de la sociedad.
 
Lo curioso es que periodistas sanos y periodistas enfermos enarbolan por igual la libertad de expresión, como si fuera patrimonio exclusivo de un gremio y no derecho de toda la sociedad.
 
Y así llegamos, como cada año, al Día de la Libertad de Expresión, de origen indigno porque fue instituido para que los dueños de los medios de comunicación agradecieran al presidente en turno su disposición a dejarlos editar, publicar y circular.
 
Hoy, en muchos confines de México, el gobierno homenajea a los periodistas, los premia, les reconoce méritos, les dice que son el espejo del poder, les agradece sus críticas, los colma de elogios; que sin la voz de la prensa no se concibe un gobierno sensible a los problemas de la sociedad; que si son el canal entre el pueblo y los que ejercen los cargos públicos; que los periodistas iluminan el camino de los políticos y como los buenos marinos ayudan a su capitán a llevar a puerto a la nave en medio de la tempestad.
 
Hoy es día de palabras y de acciones. Hoy, 7 de junio, festejan los gobernantes que lucran desde sus espacios públicos y la prensa sumisa, los periodistas enfermos que buscan agradar a sus mecenas.
 
Hoy, esa prensa come gratis, bebe a cántaros, recibe automóviles, viajes, grabadoras, cámaras fotográficas y hasta memorias USB.
 
Hoy se otorgan premios, los menos a los periodistas críticos y a los analistas certeros, y los más a los aliados del régimen, los que escriben por encargo, los que golpean a los enemigos del político poderoso, los que ensalzan sin medida, sin límite y sin decoro.
 
Hoy se reparten diplomas, estatuillas y medallas para dejar claro que el gobierno y los grupos en el poder tienen prensa, la escuchan, la leen, la observan y le dan su lugar. Mañana la volverán a usar, a manipular, a financiar para así venderle a la sociedad una verdad que no corresponde a la realidad.
 
El verdadero premio no está en lo que otorga el político, el líder sindical, el funcionario, el alcalde, el cacique, sino en el que concede el lector, el que escudriña entre líneas, el que dice “estoy de acuerdo” o el que refuta con un sonoro “no”.
 
El verdadero homenaje a la libertad de expresión lo construyen todos los días del año la sociedad y los periodistas críticos, los que les dan voz a quienes sufren el despojo y las agresiones.
 
Se enaltece la libertad de expresión cuando la información periodística sacude a la sociedad, la hace pensar, la lleva a reflexionar y forma opinión; cuando un lector expresa su concordancia o su discrepancia, pero al fin su derecho a coincidir o a disentir. Pero eso no lo hacen los periodistas enfermos de ética.
 
El verdadero premio está en que la sociedad entienda su realidad, reaccione al abuso, a la arbitrariedad, al atropello de sus derechos y tome conciencia de que la libertad para pensar nos lleva a la libertad para expresarnos.
 
Ahí radica el verdadero premio a la libertad de expresión.

([email protected])(@moralesrobert)


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