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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

¿De qué México habla Peña Nieto?

04/09/2013 10:18 a.m.
Se requiere ser un iluso para creerle a Enrique Peña Nieto. Se requiere no vivir en la realidad, cerrarle los ojos a la miseria, ser indiferentes a la inseguridad y a la violencia del crimen organizado, al desastre de la economía, a la falacia del combate a la pobreza, a las policías comunitarias, a la impunidad de los criminales de estado o al riesgo de un estallido social.
 
Peña Nieto nos quiere vender un país que no existe. México no es el que el Presidente intenta posicionar a partir de su primer año de gobierno, en el umbral, según él, de ingresar, no al primero sino al mejor de los mundos, con las reformas estructurales que ha venido enarbolando pero que todos, unos porque las sienten cortas y otros porque las sienten excesivas, cuestionan.
 
El México de Peña Nieto es uno que todavía no existe, un México nonato pero que pinta a ser un gran país, pujante, con mejores leyes laborales, un reluciente sistema educativo, con los capitales privados en Pemex. Esa es su idea de país.
 
Su mensaje relativo al primer año de gobierno reflejó al país-boceto, unos cuantos trazos del gran mural que puede ser; México aún en diseño, quizá una maqueta, un croquis o unos cuantos garabatos de la potencia económica que, dice el Presidente, competirá en círculo de las naciones con mayor desarrollo. El México de Peña Nieto es un sueño del que no quisiera despertar.
 
Peña Nieto no tenía mucho que decir. Ha transcurrido un año político —en realidad nueve meses desde que tomó posesión— y no termina de construir los cimientos del gobierno que le tocó encabezar. Se dio su mensaje precedido de la incertidumbre por el clima de animadversión, las marchas de maestros, el rechazo a la ley laboral, el repudio a la reforma energética.
 
Peña Nieto cumplió el rito de la entrega de su informe en el Congreso. Envió a su secretario de Gobernación con el documento. Un día después habló a la nación. No lo hizo en palacio nacional, quizá por sentirse al alcance de los grupos anarquistas que destrozan cuanto hallan a su paso, ni en el Campo Marte, una zona militar inexpugnable, pero que hacía traslucir los niveles de temor. Lo hizo en Los Pinos, en la residencia oficial, bajo lonas de evento social, entre invitados especiales, lejos de las interpelaciones y de los odiosos detractores.
 
Su primer informe no es de logros sino de ofertas. Es la suma de lo que quiere pero aún no se puede hacer. El combate a la pobreza está en proyecto, suscribiendo acuerdos con los gobiernos estatales. La reforma laboral, ya aprobada, no termina de cuajar entre los empresarios y menos entre los trabajadores. La reforma educativa está en la olla de presión, a altísima temperatura, suscitando el rechazo del magisterio, dejando a millones de niños sin clases, a punto de la parálisis como nunca antes se habría imaginado. La reforma energética, aún sin entrar a debate legislativo, ya es golpeada por la izquierda y satanizada por un sector amplio de la sociedad por su carácter privatizador.
 
Proceso, como otros medios independientes y las redes sociales, se han encargado de desnudar la realidad de un país que no es la fantasía tropical que con montañas de dinero, complicidades y negocios sucios trata de vender el sistema corrupto que nos gobierna y que preside el analfabeta Enrique Peña Nieto.
 
En su gobierno cínico, a golpe de propaganda y guerra sucia, inyecta en la mente débil de millones de mexicanos que el lema “La Patria es Primero” es en verdad su interés genuino, pero la dura realidad es muy diferente.
 
El negocio es primero, los contratos con Pemex, la asociación con el capital privado, las utilidades compartidas por la extracción de petróleo y gas. El negocio es primero en la construcción de refinerías. El negocio es primero en el transporte de combustibles. El negocio es primero cuando se le quita al Estado la exclusividad sobre los recursos del subsuelo y se flexibiliza la entrada de capital privado, nacional o extranjero, en el sector de los energéticos.
 
Proceso y otros medios críticos han documentado el reciclaje de los capos del narcotráfico frente a la estrategia de Peña Nieto, que ha sido sólo la continuidad de la que empleara Felipe Calderón Hinojosa y que los priistas con tanto desparpajo le criticaran porque, dicen, en un sexenio representó la escandalosa cifra de 60 mil muertos por causas violentas. Matan o apresan a los líderes pero la mafia permanece.
 
Según el semanario Zeta, de diciembre a la fecha se han registrado 13 mil 775 muertes vinculadas al crimen organizado, una cifra escalofriante, pues de mantenerse esa tendencia, Peña Nieto pasará a la historia como el presidente de los 100 mil muertos violentos.
 
No se sabe de dónde sacará sus cifras Peña Nieto, pero presume que los asesinatos han disminuido un 20 por ciento. Ha de ser porque muchos optan por no denunciar o porque los muertos son desaparecidos de la estadística por decreto. Como sea, el tema se presta al escarnio popular: o la violencia disminuye o a los capos se les acabaron las municiones.
 
Otra estadística siniestra es la de los secuestros. Va a la alza. Aumentó en un 20 por ciento con respecto al año 2012, según cifras del Consejo Ciudadano de Seguridad Pública.
 
La bandera del PRI y de su candidato Peña Nieto fue la seguridad. Se acabaron a Calderón porque, decían, era un inepto, pero el gobierno actual anda en las mismas. La violencia irrefrenable fue factor para que el PAN perdiera la presidencia de México. Pero la violencia hoy es el callo más doloroso del gobierno priista.
 
Peña Nieto creó falsas expectativas y un buen número de mexicanos, muchos de ellos jóvenes sin idea de lo que tenían enfrente, y muchos adultos y viejos sin memoria, le dieron su voto. Hoy están cosechando el fruto de su irresponsabilidad.
 
La pobreza sigue ahí y es comprensible que nadie, ni el más pintado de los presidentes, la puede abatir en tan sólo nueve meses. Pero la fórmula de Peña Nieto es una incongruencia de raíz. El Presidente dice que el error de los gobiernos panistas fue destinar demasiados millones a los programas asistenciales, sin que eso atacara los orígenes de la pobreza. Dice que para acabar con las condiciones de miseria es necesario generar desarrollo económico.
 
Entonces estamos peor. El gobierno de Peña Nieto es un fracaso en materia de economía. Las expectativas anuales no se lograron. El crecimiento se quedó corto. El peso se devaluó frente al dólar. La Bolsa de Valores va de pérdida en pérdida y esta semana los bancos debieron ofertar títulos para equilibrar el mercado. La fuga de capitales está en todo su esplendor, y no porque los pobres saquen su dinero del país, porque no lo tienen, sino porque los ricos, los neoliberales, los supuestos aliados de Peña Nieto, los salinistas, los políticos pudientes, los empresarios, los líderes sindicales, decidieron que había llevarse su dinero y que al país se lo lleve el diablo.
 
Sin mucho que decir, Peña Nieto le habló a la nación. No habló de logros porque no los tuvo. Habló de planes, de reformas, de proyectos, de deseos, pero no de la realidad del México actual, el de la pobreza, el del bache económico, el del estallido social, el de las guardias comunitarias, el de la corrupción vigente, del México que todos los mexicanos sí podemos ver.
 
Quisiéramos creerle a Peña Nieto, pero no podemos. Su déficit de credibilidad es alarmante. Sus palabras no convencen. Sus deseos son sueños, fantasía tropical y, por qué no, un artilugio para engañar.
 
Un año perdido no se le desea a nadie, pero es de lo único que Peña Nieto puede informar.
 

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