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Roberto Morales Ayala

Zona Franca

Réquiem por Goyo

12/02/2014 08:58 a.m.

Provoca la muerte de Gregorio Jiménez de la Cruz sentimientos que van de la frustración a una profunda tristeza, de la angustia al coraje reprimido, y del asombro a la ira, por lo injusto de su partida, por lo sorpresivo de su desaparición y por la brutalidad con que fue asesinado.

Desde aquel 5 de febrero en que muy de mañana fue sustraído de su hogar y arrancado de los suyos, Goyo Jiménez ocupó las ocho columnas de los periódicos, la nota de inicio en la radio, y minutos y más minutos en la televisión. Ni qué decir de las redes sociales, donde su nombre se convirtió en grito de muchos que demandaban su libertad y su vida.

Se hablaba de Goyo Jiménez porque a ciencia cierta pocos alcanzaban a explicarse cómo y por qué había sido levantado por sicarios o matarifes y mucho menos cuáles serían las razones para haberlo llevado con rumbo desconocido.

Gregorio Jiménez era un acucioso reportero que cubría información policíaca y que en los últimos meses reseñaba notas sobre cuerpos mutilados, ejecutados; sobre secuestros y extorsiones; sobre los más comunes sucesos derivados de la inseguridad.

Quizá Goyo nunca se vio ahí. Quizá nunca imaginó que algún día sería parte de esa estadística criminal, de aquellos que mueren de manera brutal y sus restos son hallados por los azares de la vida, en un lugar apartado, previamente maltratados y sometidos al miedo y ¿por qué no?, al terror de sus verdugos.

Gregorio Jiménez apareció en una fosa, en un predio perdido en la colonia J. Mario Rosado, en Las Choapas. Fue hallado este martes 11 cuando muchos anidaban la esperanza de verlo de vuelta, alegre, vacilador, juguetón, airoso, como un triunfador que vence al plagio, a sus captores, a sus métodos, a las palabras que suelen amedrentar a cualquiera.

Las redes sociales fueron el espectro en que se desarrolló la lucha por rescatar al periodista de Notisur, La Red y El Liberal, los tres medios para los que trabajara. En Facebook, en twitter, mediante correos electrónicos y a través de mensajes en whatsapp, sus compañeros reporteros lanzaban mensajes directos y contundentes a quienes lo tenían en su poder y al gobierno de Veracruz para que se aplicara a salvarlo.

Todos somos Goyo, Queremos a Goyo vivo, Hasta que Goyo esté con nosotros y decenas de expresiones más corrían en los medios, aparecían en los teléfonos móviles, en las PC, en las Tablet, en las laptop. Y entre ellas se distinguieron tres hashtags de Twitter: #HastaQueAparezcaGoyo #QueremosVivoaGoyo #DondeEstaGregorioJimenez.

Como si fuera una fiebre, Goyo encontró miles, cientos de miles de amigos que lucharon por su vida, que se unieron a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo en su demanda de libertad.

Vimos salir a las calles a los periodistas de Coatzacoalcos y a los del sur de Veracruz; a los de Xalapa y la zona conurbada Veracruz-Boca del Río; a los del centro y el norte de la entidad; a los del DF, que se plantaban en la representación del gobierno veracruzano; a los del norte del país y también a los del sur y a los de la costa del Pacífico.

No sólo los periodistas sino todos los que se identifican con la información pública, la que sirve para que las sociedades mejoren, pudimos ver la reacción en España, en Argentina, en Estados Unidos, en Centroamérica, en Chile, en Colombia, en Cuba, e incluso en otros países donde no se habla español pero que se identificaron con la lucha para rescatar a Goyo Jiménez de sus captores y ejercer presión sobre el gobierno de Javier Duarte.

Todos fuimos Goyo porque así demandamos respeto al trabajo periodístico.
Todos fuimos Goyo en las calles, con las cartulinas en las manos o en el video que llegó a todo el mundo y que hizo poner los ojos en Coatzacoalcos, en el riesgo con que se realiza el periodismo, no de todos porque algunos hacen periodismo light, periodismo rosa o periodismo oficialista; el riesgo es sólo para los que se atreven a informar y a documentar los hechos.

Las redes, las organizaciones de periodistas, las de derechos humanos y la sociedad en general, convirtieron a Goyo Jiménez en un ícono de la libertad de expresión. Permitió a muchos alzar la voz y reclamar respeto para su oficio de informar.

Cuesta redactar unas líneas cuando la incertidumbre nubla la razón. Goyo Jiménez murió a manos de sus captores. Lo hallaron en una fosa de la colonia J. Mario Rosado, junto con dos personas más. Supuestamente fue ultimado por la venganza de la dueña del bar El Mamey, en Villa Allende, donde él vivía, por diferencias personales, según la versión de la Procuraduría de Veracruz.
La supuesta autora intelectual, Teresa de Jesús Hernández Cruz, habría contratado los servicios de cuatro sicarios, quienes ya han sido aprehendidos.

Pero esa versión no es creíble. O cuando menos es cuestionable. Parece excesivo que por un conflicto personal, haya ordenado el levantón y muerte de Goyo Jiménez.

Leímos las declaraciones de su esposa, que pareciera fortalecer la hipótesis que sostiene la procuraduría, sin embargo, quienes conocen el temperamento de los veracruzanos ante el dolor, comprenden sus palabras.

La forma tan burda de realizar el plagio, y con el antecedente de que ella y el periodista habrían tenido un conflicto, lo menos que podría ocurrir era que la señora quedara involucrada.
Con el caso Goyo Jiménez el gobierno de Veracruz vuelve a quedar en entredicho. Ya el día que acudieron los integrantes del gabinete de seguridad de Javier Duarte —el secretario de Gobierno, Erick Lagos, y el procurador Felipe Amadeo Flores Espinoza— a reunirse con la prensa, el jueves 6, escucharon una sentencia: “no les creemos”. Ahora comienza a retumbar ese grito de reclamo: “no les volvemos a creer”.

La muerte de Goyo Jiménez sacude a los diferentes sectores de la población. Hace recordar que la libertad de expresión de los pueblos tiene un precio elevado y que a menudo lo pagan los periodistas.

Goyo Jiménez informaba sobre asuntos policíacos, hablaba de secuestros y de ejecutados. Pero esa, por lo que se ve, es la línea de investigación que no quiere seguir el gobierno de Veracruz.

Es un error de origen y es un error grave. Al desestimar que Goyo Jiménez haya sido asesinado por su trabajo profesional, o que pudiera ser víctima del crimen organizado, Javier Duarte está abriendo la puerta al escepticismo y a la incredulidad.

Por lo pronto, vale la pena derramar una lágrima por Goyo Jiménez. En cierta forma es derramar una lágrima por todos aquellos que luchan por la libertad de expresión.
([email protected])(@moralesrobert)


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