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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Scherer, Zambada, el diablo

08/04/2010 10:10 a.m.

Se trata de una obra de teatro del escritor francés Albert Camus, Los justos. Un grupo terrorista decide matar al gran duque Sergio de Rusia para abatir la tiranía y el despotismo. Luego de todos los preparativos, por fin se presenta la ocasión para consumar el atentado, pero de pronto, inesperadamente, el elegido para arrojar la bomba al paso del coche imperial, no lo hace pese a todas las exaltaciones revolucionarias que ha hecho. Reunido de nuevo el grupo, se pone en claro qué ha detenido todo: que quien debía cometer el ataque se contiene porque de pronto ve que en el carro van también dos niños. Se da entonces el siguiente diálogo:

STEPAN (uno de los personajes). ¡Niños! No se os cae esa palabra de la boca. No comprendéis nada. Por no haber matado Yanek (es quien debía arrojar la bomba) a esos dos, miles de niños rusos morirán de hambre durante varios años todavía. ¿Habéis visto morir de hambre a los niños? Yo, sí. Y la muerte por bomba es una delicia a su lado. Pero Yanek no los ha visto. Solo ha visto a los perrillos sabios del gran duque. ¿Acaso no sois hombres? ¿Vivís solo en el presente? Escoged entonces la caridad y curad el mal cotidiano, no la revolución que quiere remediar todos los males, presentes y futuros.

DORA. Yanek acepta matar al gran duque, porque su muerte puede anticipar el momento en que los niños rusos no morirán ya de hambre. Solo eso ya no es fácil. Pero la muerte de los sobrinos del gran duque no impedirá a un solo niño que muera de hambre. Incluso en la destrucción hay un orden y unos límites.

STEPAN. No hay límites. La verdad es que vosotros no creéis en la revolución. No creéis en ella. Si creyeseis en verdad, si estuvierais seguros de que por todos nuestros sacrificios y victorias llegaremos a construir una Rusia libre de despotismo, una tierra de libertad que terminará extendiéndose por el mundo entero; si no dudaseis de que, entonces, el hombre, libre de amos y de prejuicios, alzará hasta el cielo la cara de los dioses verdaderos, ¿qué valor tendría la muerte de dos niños?

KALIAYEV. Stepan, me avergüenzo de mí, y, sin embargo, no dejaré que prosigas. Yo he aceptado matar para derribar el despotismo. Pero eso último que has dicho, tras eso que acabas de decir, veo anunciarse otro despotismo que, si alguna vez se instaura, hará de mí un asesino, y yo trato de ser un justiciero.

Un maestro español especialista en ética periodística toma como ejemplo este diálogo para plantear un dilema ético: ¿Quién tiene la razón, Stepan o Dora y Kaliayev? ¿El fin justifica los medios? ¿Usted qué haría ante una situación similar?

Ante este dilema me ha puesto ahora la entrevista exclusiva del maestro Julio Scherer García al narcotraficante Ismael El Mayo Zambada, publicada el domingo en la revista Proceso.

Al día siguiente, el lunes, Héctor Aguilar Camín, en su columna “Día con día” (Zambada y Scherer) que publica en el diario Milenio, en forma reprobatoria escribió: “Si alguien conservaba alguna duda de que el narco sabe usar a la prensa y hay prensa que se deja usar por el narco, no tiene más que acudir al encuentro que Julio Scherer aceptó tener con Ismael El Mayo Zambada, capo número dos del cártel de Sinaloa, uno de los más buscados y temidos de México”. Agrega el doctor honoris causa por la Universidad Veracruzana: “En la foto aparece Zambada, con lentes y gorra que impiden precisar sus facciones, poniendo un brazo protector, a la vez amigable y prepotente, sobre el más bajo Scherer, quien ofrece a la cámara una sonrisa donde puede leerse a la vez deleite, atrevimiento, satisfacción, extravío”. “¿A cuántos periodistas habrán mandado matar El Mayo Zambada y El Chapo Guzmán? ¿A cuántos tendrán sentenciados, amenazados o en la mira? ¿A cuántos habrán silenciado o comprado?”, pregunta y señala que: “Zambada escogió a un vocero periodístico con autoridad. La autoridad del vocero confiere autoridad al que habla y el que habla, aunque habla poco, reconoce la autoridad de su vocero: ha leído sus libros y le parece que no miente”. Remata su comentario en tono sarcástico: “El Mayo Zambada escogió a un santón de la prensa mexicana, y el santón fue a su guarida, ‘un lugar no revelado’, derramando adrenalina, valentía, entereza periodística. Qué pena”.

Un día después, el martes, el maestro Miguel Ángel Granados Chapa, en su columna “Plaza Pública” (El narco y la prensa) que se publica en el diario Reforma, se preguntó: “¿Es válido, ética y periodísticamente, dar voz a los jefes del narcotráfico, como lo han hecho la revista semanal Proceso y su fundador Julio Scherer García, que aceptó ser trasladado hasta un lugar secreto en cualquier punto del país, donde el periodista lo entrevistó? Notoriamente, esa publicación y quien la dirigió durante 20 años contestan afirmativamente a esa pregunta”. Agrega que: “Al aceptar encontrarse con Zambada… Scherer no titubeó… Parece que tampoco resolvió para el efecto otros dilemas que atosigan a la prensa, sobre todo en el norte de México, algunos de cuyos miembros, por épocas, han optado por el silencio generado por el temor, y otros han resuelto publicar sólo la información oficial, que no siempre coincide con la realidad…”. “El viaje de Scherer y la publicación de sus resultados se inserta en un contexto cuyos componentes han sido enfrentados con valor por el reportero que no ha dejado ser desde que se inició en ese oficio hace 60 años”.

He ahí las dos posturas. En lo personal me hubiera gustado saber si el maestro Scherer hizo alguna condena ante el capo y los suyos por los reporteros que han mandado “levantar”, torturar y matar o desaparecer, que es lo mismo, y si hizo algún alegado a favor de los reporteros vivos pero amenazados que sólo han tratado de cumplir con su deber. Me asaltan algunas interrogantes: ¿Debió darle la mano a quien ha ordenado la ejecución de periodistas? ¿Debió dejarse abrazar como grandes amigos por quien es uno de los principales causantes del envenenamiento y muerte de miles de jóvenes, por quien es causante directo e indirecto de la muerte de miles de niños inocentes a causa de la violencia que provocan a diario?

A la polémica se sumó ayer el columnista Leo Zuckermann, quien en su columna “Juegos de Poder” (Bonita visita de Scherer al infierno) que publica en Excelsior apuntó: “Hay quienes han criticado severamente a Scherer por su decisión y hay quienes le han dedicado loas por su oficio. Pero creo que el debate no es si el fundador de Proceso debió haberse entrevistado o no con uno de los peores criminales de la historia nacional. Me parece que lo más criticable de la entrevista es su carácter anodino. Lo poco que aporta para conocer al personaje en cuestión”. Agrega: “Bonita la visita de Scherer al infierno. Encomiable que lo haya hecho por el peligro que entraña. Pero, en lo personal, esta entrevista no me deja más que la sensación de que el periodista perdió la oportunidad de cuestionarle cosas duras al diablo. Por ejemplo: ¿cómo tortura a sus enemigos?, ¿cuánto gana por las extorsiones?, ¿qué se siente secuestrar a alguien?, ¿cuántos policías ha corrompido en su vida o por qué mata a periodistas que se atreven a reportar cómo opera el crimen organizado en México?”.

Otro columnista de Excelsior, Jorge Fernández Menéndez, en su columna “Razones” (El diablo y don Julio)  de ayer miércoles señala: “Scherer no tiene nada que demostrar luego de su larga carrera en este oficio, es parte de la historia del periodismo nacional, pero en esta labor no puede haber intocables.

En lo personal, con toda la admiración que siento por su trabajo, me dio pena ajena verlo en la portada de Proceso, abrazado por El Mayo Zambada, y más pena me dio comprobar que publicara una pieza periodística tan fallida, que la entrevista no fuera tal, que se limitara a una suerte de recreación literaria de un diálogo con el narcotraficante en donde don Julio dejó constancias de las preocupaciones existenciales de éste”. Prosigue: “El debate no es si se debe entrevistar o no al diablo o a un narcotraficante, el punto es saber cuál es el objetivo periodístico, para qué es la entrevista, qué se pregunta.

 Y lo que hemos podido leer este domingo se convierte en una suerte de operación de relaciones públicas de un capo del narcotráfico… que termina legitimándose al presentarse abrazando a un respetado periodista, que va a buscarlo a dónde él quiere y que no duda en colocar en su texto los elogios que el capo hace de su trabajo, pero no le pregunta ni una vez sobre los enormes daños que ese personaje ha infligido a la sociedad”. Apunta que “… allí radica el mayor problema de la entrevista con Zambada.

Éste cumplió todos sus objetivos; el periodista, salvo tomarse la foto con el narcotraficante, ninguno” y cuestiona por qué no le preguntó qué siente un hombre que está en medio de una batalla tan cruenta, qué se siente cuando se tiene que ordenar la muerte de un adversario. “Scherer ha sido uno de los periodistas que siempre ha dicho que este oficio conlleva una responsabilidad social. ¿En qué se reflejó eso en esta entrevista?”, concluye.

Los editores me han de disculpar por lo amplio del texto, pero creo que el tema lo vale. Y una última cuestión: ¿En las escuelas o facultades de periodismo los maestros deben pedir a los jóvenes alumnos y futuros periodistas que tomen esta acción del maestro Scherer como un ejemplo a seguir? ¿Deben los jóvenes anteponer una “exclusiva” con el peor criminal a la solidaridad con sus compañeros de oficio víctimas de su “personaje”?


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