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Pablo Jair Ortega

Columna Sin Nombre

Dos años, don Cesar (saluda al fumador camaleón)

12/01/2016 08:58 a.m.

​Otro año. La nostalgia se agudiza porque horas antes Ziggy Stardust partía de este mundo a su planeta natal. Se despidió de la familia que hizo en la Tierra, en medio de la celebración por sus 69 años terrestres y su nuevo hijo “Blackstar”. Tomó su lata de metal, la misma del Mayor Tom, y despegó…

Ziggy tocó la “lira”, hizo poesía y vestía extravagante (glam, le dicen los terrícolas).

En estos días donde es inevitable pensar en la muerte, uno piensa en el tiempo. De hecho, la única petición que he hecho es que “Time” --la de Pink Floyd-- sea la rola que más se repita mientras estoy en mi propia lata de metal, preferentemente de café de Coatepec, para que las cenizas huelan rico.

Pero Ziggy diría: “El tiempo no ha extendido sus alas todavía”, así que todavía --valga la redundancia-- no es tiempo… So, let’s dance, baby… Ponte esos zapatos rojos y bailemos el blues para celebrar al hombre que cayó a la Tierra, al que vendió el mundo. Al Poncio Pilatos de los ojos jodidos. Al vampiro Juan que envejece repentinamente. Al rebel-rebel.

A estas alturas, Don César sonreiría diciendo en tono de broma: “Oye, pinche Pablo, ¿qué fumaste, compañero?… Estás muy kafkiano”.

Es en estos primeros días del año, las primeras semanas de todos los meses enero, es inevitable también acordarse que la vida es un instante que se desperdicia si uno no se divierte, se le sonríe, se le agradece; que es muy rápida para tener enemigos innecesarios; que puede ser todo como la novela de El Padrino o sencillamente aplicar muchas de las enseñanzas que Don César nos heredó, como cuando decía que cuando uno está triste, había que comer algo dulce, un chocolate.

Pero ahora entiendo, por ejemplo, lo que se siente cuando el hijo prodigioso y rebelde de Minatitlán escribía sobre su maestro tuxpeño cada año.

Y es que Don César está presente todos los días, como su chacoteo, sus lecciones. Los comentarios sobre el acontecer estatal, que era su pasión, su otro vicio: informarse de todo lo que pasaba en Veracruz.

Por algo decían que usted era un policía. Y sí lo era: de la historia.

Debo decir que tampoco fue ineludible acordarse de usted en diciembre, porque en esas fechas usted decía que ya no había nada qué celebrar, aunque todavía se sentó en la sencilla mesa donde cenamos en Navidad los que estuvimos más cerca de usted, porque en Año Nuevo lo quería pasar solo con su Magda, Zarina y Julio comiendo palomitas.

Fue necesario extrañarlo, sentarse junto a sus cenizas para brindar con whisky (su última bebida favorita) y salir al balcón de las escaleras a fumar unos cuantos cigarrillos, como ocurría en los viejos tiempos que se añoran.

Hoy, por ejemplo, me acordé que había que abrir las ventanas de la casa para que no se sintiera tanto frío adentro. Y eso me lo enseñó usted, Don César, cuando llegué a Coatepec y veía que su chalán sureño de lujo estaba temblando por el congelamiento por no estar acostumbrado a este clima.

Sinceramente no sé qué decirle a dos años de su partida. Tengo mucho guardado, pero a la vez quisiera que ahí se quedara, como el legado más preciado.

Donde quiera que esté, estoy seguro que estará con su papá Palemón y sus hermanos que fueron a acompañarlo, por lo que me supongo que está feliz, muy sonriente como cuando era el pequeño César, el hermanito que nunca dejó de serlo; pero a la vez está pendiente de los suyos, de lo que están en Xalapa, Coatepec y Mina.

Porque si algo me consta es que nunca abandonó a nadie, como buen soldado, como buen policía, como el mejor amigo y maestro.

Se le extraña mucho, Don César, pero eso usted ya lo sabe… Y así será hasta que tenga mi último festín en vida con rocanrol, whisky y mujerzuelas.

P.D. Porfa, salúdeme a David Bowie; es un vato estrafalario que no es gringuito, pero habla inglés, con ojo azul y otro negro. Acaba de llegar por ahí. Chido.



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