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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Panistas de Veracruz ponen en ridículo al Presidente

02/08/2010 08:33 p.m.
Además de desacralizada, la figura presidencial ha caída ahora hasta el descrédito total. Nunca antes se llegó a tanto y quizá lo que está pasando explique por qué al titular del Ejecutivo federal ya nadie lo ve con el liderazgo que requiere el país en momentos críticos significados por la violencia debida al crimen organizado.

La acción que emprendieron el ex candidato panista al gobierno del estado Miguel Ángel Yunes Linares y la dirigencia estatal del PAN de tratar de que se anule la elección del 4 de julio, acudiendo para ello ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (Trife), si bien es un recurso legal válido, políticamente significa un severo golpe para la imagen presidencial.

Tiempos hubo en México en que la palabra del Presidente, era la palabra del Presidente, válgase la perogrullada; no estaba a discusión; lo que decía prácticamente era una sentencia inapelable. Era la voz del pueblo. Era la voz de Dios.

Pero ahora resulta que el presidente Felipe Calderón, por una mala decisión política que tomó, porque no le correspondía, optó por calificar los resultados de las elecciones en los distintos estados en los que hubo comicios para elegir gobernador, adelantándose y arrogándose atribuciones que sólo corresponden a las autoridades electorales estatales respectivas.

Por eso mismo, y además porque seguramente en el fondo deseaba que los resultados lo avalaran, horas después de las votaciones sólo felicitó a unos y dejó en suspenso a pocos, en especial al virtual –entonces– ganador de los comicios en Veracruz, cuya derrota deseaba a toda costa, para lo cual su administración no escatimó un solo recurso, uno solo, para favorecer a su partido y a su candidato, el que él personalmente impuso. Él solito se entrampó.

En realidad, aunque de por sí estaba fuera de toda legalidad, se vio mal que de alguna forma intentara intervenir en el proceso, porque aun no terminaba, ya que las autoridades electorales en todos los estados no calificaban la validez y por lo tanto no proclamaban oficialmente al ganador.

Pero Felipe Calderón lo hizo tratando de influir en el resultado final y con ello se colocó en una posición incómoda, ya que no podía continuar manteniendo su mutismo en el caso de Veracruz, sobre todo cuando la autoridad electoral dio su veredicto final y proclamó Gobernador Electo. Y no le quedó más que llamar para felicitar y con ello reconocer al nuevo gobernador del estado.

Era, se trataba de palabra de Presidente, del Presidente de México. Indiscutida en otros tiempos. Indiscutible ahora si no se mostrara blandengue con los mismos militantes de su partido, se supone sus subordinados, que le deben respeto y disciplina. Si no ellos, quién.

¿Por qué el presidente Calderón y jefe de su partido llamó para felicitar a Javier Duarte de Ochoa? Es de suponerse –lamentablemente con este presidente tiene uno que caer en las suposiciones porque no hay certezas con él– que como jefe político de la nación es el hombre más y mejor informado de México y que cuando dio el paso, sus asesores ya le habían tratado de hallar todas las cuadraturas al círculo haciendo acopio de todo tipo de información y consultas con los expertos y todos le habían dicho que la suya era causa pérdida, definitivamente.

No se entiende de otra manera que el jefe político de su partido, el presidente de los mexicanos, se expusiera al ridículo en que lo están poniendo ahora el candidato perdedor en Veracruz, su personal recomendado, y los dirigentes de su partido en el estado, poniendo en duda, en entredicho, su palabra.

Porque eso es ni más ni menos lo que han hecho cuando, según informaron ayer, el domingo acudieron ante la autoridad electoral federal para pedir la anulación de la elección. Por lo que se advierte, ni ellos mismos creen ya en la palabra del Presidente, su presidente, y mucho menos respetan su figura. No les importa lo que diga y haga. No le dan ningún valor. Al optar por seguir adelante en su propósito, lo descalifican a la vista de todos, lo devalúan, lo han devaluado. No importa lo que él diga, importa lo que yo quiero.

Llama la atención, además, que el demandante ya no habla de que ganó la gubernatura, sino que pide la anulación de la elección, es decir, quiere que se repita el proceso eleccionario, lo que no hace más que confirmar que, como priistas y panistas de Xalapa saben, los resultados en las actas legalmente registradas, no le favorecen. No tiene con qué demostrar que los números, las cifras, le son favorables. Pero de eso se tendrá que ocupar el Trife, aunque por lo pronto, de que el Presidente está haciendo el ridículo, los panistas  veracruzanos se están encargando de exhibirlo.

Y a otra cosa.

En su columna “Al Estilo Mathey”, que me hizo llegar el sábado el colega y amigo Gustavo Cadena Mathey, narra un sucedido chusco, si así se le quiere  ver, de la maestra y dirigente sindical magisterial actualmente diputada local Acela Servín Murrieta. «Su labor en el congreso es demasiado titánica pues es la actual secretaria de la mesa directiva y a ella le corresponde la ingrata tarea de informar de la asistencia de los diputados, hacer recuento de votaciones, y leer la correspondencia que en ocasiones es kilométrica y acaso con alguna malévola travesura del maestro Loyo Ramos, le llega con letra chiquita. Es por ello que en ocasiones la maestra Acela confunde apellidos, como la sesión de ayer (del viernes) en la que registró la asistencia “del diputado Tomás Ruiz”, por la de Tomás Rubio, ¿o acaso lo hizo a propósito y con visión futurista?»

¿Es el subconsciente, perdón, el inconsciente de la maestra Acela? Yo, después de que desde que tengo uso de razón política la maestra, como el dinosaurio de Tito Monterroso, ha estado ahí, no dudaría en que ya está tirando línea ¡para dentro de seis años! He ahí porque ha sobrevivido con éxito a todos los gobernadores desde la segunda mitad del siglo pasado.
 
 

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