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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Yunes lee a Sergio Pitol

26/07/2017 08:15 a.m.

“La palabra libro está muy cerca de la palabra libre; sólo la letra final las distancia: la o de libro y la e de libre. No sé si ambos vocablos vienen del latín liber (libro), pero lo cierto es que se complementan perfectamente; el libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres. Libres de la ignorancia y de la ignominia, libres también de los demonios, de los tiranos, de fiebres milenaristas y turbios legionarios, del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez. El libro afirma la libertad, muestra opciones y caminos distintos, establece la individualidad, al mismo tiempo fortalece a la sociedad, y exalta la imaginación”.

En tan pocas líneas dice tantas cosas del libro (y de la lectura por extensión, así lo entiendo, y, por qué no, hasta del poder, un instrumento del hombre para propiciar la libertad o la tiranía) nuestro Premio Cervantes 2005, siempre admirado y querido, Sergio Pitol, ahora lamentablemente bastante afectado en su salud.

El texto que he transcrito al inicio es parte de la presentación que el maestro Pitol hizo a la colección “Biblioteca del Universitario” de la Universidad Veracruzana, creada por la casa de estudios para abrirle al estudiante las puertas del conocimiento y también así mismo, según explica.

El Premio Cervantes está considerado como el equivalente al Premio Nóbel de Literatura, nada más que en este caso de las letras castellanas, y Pitol no obtuvo ese galardón gratuitamente. En el párrafo en mención nos dice que debemos leer para ser libres, libres de varias cosas que apunta, como de los demonios, demonios que a veces llevamos dentro nosotros mismos, esto es, que en ocasiones nosotros somos nuestros propios demonios o somos el demonio en persona, opino yo.

Leer a Pitol es un privilegio, una necesidad, una obligación. Por eso me pareció un buen detalle que el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares haya comprado el sábado pasado, cuando visitó la Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil que tiene lugar en el Colegio Preparatorio de Xalapa (termina el próximo domingo), el libro El mago de Viena de Sergio Pitol, y que haya decidido comprar textos también para sus nietos. Nada es más saludable que propiciar la lectura, la buena lectura. Y qué bueno, además, que la primera autoridad de Veracruz haya optado por uno de nuestros consagrados. 

MI ejemplar del libro me lo autografió el maestro. Es del Fondo de Cultura Económica Colombia, 2006, una segunda edición, porque la primera que llegó a la Ciudad de México se agotó de inmediato. La segunda alcanzó a llegar a Xalapa.

Algunos subrayados que hice entonces, cuando lo leí por primera vez (cuando puedo vuelvo a él):

El libro realiza una multitud de tareas, algunas soberbias, otras deplorables; distribuye conocimientos y miserias, ilumina y engaña, libera y manipula, enaltece y rebaja, crea o cancela opciones de vida.

Quienes odian los libros odian la vida.

Hay quienes leen para matar el tiempo. Su actitud ante la página impresa es pasiva: se afligen, se divierten, sollozan, se retuercen de risa; las páginas finales donde todos los misterios se han revelado ya les permitirán dormir con mayor tranquilidad… los lectores adictos a ese combate de buenos versus malvados acuden al libro para entretenerse y matar el tiempo, nunca para dialogar con el mundo, con los demás ni con ellos mismos.

Releer a un gran autor nos enseña todo lo que hemos perdido la vez que lo descubrimos.

Como el baño en el río de Heráclito, la relectura de un clásico jamás será la misma,  a menos que el lector sea un auténtico papanatas.

Shakespeare, en los dramas históricos, presenta a sus espectadores una radiografía de los procedimientos del poder absoluto (narra que un amigo suyo después de su undécima lectura se convenció de que Hamlet era una tragedia política).

Uno no advierte el proceso que lo conduce a la vejez. Y un día, de repente, descubre con estupor que el salto ya está dado.

Y hasta ahí porque se supone que estoy de descanso, de vacaciones. Vale la pena leer el libro. Al gobernador, que disfrute su lectura y que le sea de buen provecho.

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