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Pablo Jair Ortega

Columna Sin Nombre

No creo en Lennon

08/12/2010 08:07 p.m.
Tengo entendido, me lo platicaron las primeras veces, porque no me acuerdo muy bien y quizás sea porque entonces mi memoria era como de un mega o porque tenía como año y medio de edad.
 
En ese entonces, ese 8 de diciembre de 1980, estaba más preocupado por aprender a caminar bien, pelearme por juguetes con el Jerónimo, comer chayotes rellenos, tirar juguetes desde lo alto del departamento, tocar la batería (bueno, hacía como que tocaba) de El Mesón de los Pájaros, y quizás más sobrevivir por comer y vivir.
 
En ese entonces, la influencia musical de mis padres estaba en su apogeo: por el lado maternal, la música disco y baladas románticas de los setentas: Barry White, KC & The Sunshine Band, The Carpenters, Carole King; por el lado paterno, Creedence Clearwater Revival, Santana, y demás pachequeces.
 
Lo que sí me acuerdo que de ley en la casa eran Los Beatles. Eso sí, a la de blanquillos. Hasta Don Nico, hoy viendo la vida en el techo, me comentó en alguna ocasión que le gustaba “Yellow Submarine”.
 
Hubo un tiempo donde luego los Beatles desaparecieron porque, coño, el natural proceso de crecer lleva a escuchar música istmeña, música guapachosa, a Chico Ché que era poco menos que un verdadero Mesías tropical (no como otros que no quiero mencionar pero se sienten el último pozol de Macuspana), y muchos otros ritmos que son parte de la vida cotidiana en Minatitlán.
 
Don Nico entonces también se encerraba a escuchar tangos y música de cantina, que al parecer ponían celosa a Doña Chelo, pero eso hoy no tiene la menor importancia.
 
A Los Beatles redescubrí a inicios de los 90 cuando el buen Ricardo, vecino de años y regresado de un exilio en Tabasco, me presumía su colección de buena música entre los que destacaban unos cassettes con grabaciones inéditas de Rockdrigo González echándose un toquín en algún café de la jungla defeña.
 
Me acuerdo entonces la primera canción que recordé, y que automáticamente salió de la vieja memoria fue “Yesterday”; así como cuando uno memorizó algo y se olvida, pero basta escuchar dos o tres palabras, notas, y entonces vuelve todo como de sopetón… “All my troubles seemed so far away…”
 
Luego entonces, pude robarme los discos de vinil de mi madre --pero nomás un ratito porque los guarda con mucho recelo-- para escuchar a The Beatles con los álbum “Love Songs” (compendio altamente recomendado para cortarse las venas); el “1967-1970” (que vendría siendo excelente para introducir a los novicios al mundo del cuarteto de Liverpool); y finalmente el “Rarities” (donde se pueden escuchar versiones en alemán de “Komm, Gib Mir Deine Hand” o “Sie Liebt Dich”, o la ecléctica “You know my name (look up the number)” como un chiste melodioso).
 
Entre los que me pude llevar por un ratito también estaba el vinil original de “Imagine”, el disco más representativo de John Lennon, ya como solista o mejor dicho líder de la Plastic Ono Band.
 
“Imagine” (una canción anárquica, según Pepe Márquez) tiene hasta una versión en tropical mal llamada “Imágenes”; es también una de las rolas que son de a cajón para aprender a tocar el teclado.
 
“Imagine”, supongo porque no me tocó la época, debe haber sido un himno por el contexto mundial de 1971. Es considerada una de las mejores canciones de todos los tiempos en diversas listas; es tal su influencia que la línea “Above us only sky” es utilizada como lema en el aeropuerto de Liverpool, donde nacen los Beatles.
 
Tiempo después, este disco en particular (el segundo en la discografía de Lennon como solista) lo escuchaba más seguido que el de los Beatles que poco a poco conseguía prestados, comprados, robados o pirateados en cassettes. Incluso había un álbum de los Beatles de Reader Digest, propiedad de mamá, que todavía debe andar escondido por ahí.
 
Pero ya entonces John Lennon, a poco más de 10 años de su muerte, era --según Pablo Jair seudohippie-- una gran influencia en mi vida. Al ver el documental llamado también “Imagine”, donde se retrata en filme la biografía de Lennon, no pude evitar chillar en esa parte donde caen los lentes redondos al suelo, se estrellan, se rompen; los pedacitos de cristal vuelan en cámara lenta con el final de de “A day in the life” de sendo crescendo orquestal y acorde sostenido de piano.
 
Uno de los hombres más odiados en este mundo, acababa de disparar a John Lennon a las afueras de su departamento en Nueva York. La secuencia revive el momento y las secuelas de gente llorando a los alrededores de donde vivía el liverpooleño, cantando “All you need is love”.
 
En ese entonces quizás estaba viendo la tele, jugando o sólo durmiendo. No me acuerdo, carajo. A lo mejor fue tan traumática la experiencia en la casa donde se adoraban a los Beatles, que no quiero ni recordar. Coño, tenía un año y medio de edad, casi dos.
 
Ya en plena pubertad, atrás de la casa de mi madre se había construido un altar en honor a San Judas Tadeo, santo patrono de la casa donde tanta trinche bronca hubo. Ahí mi hermana y su servidor de vez en cuando pusimos el disco “Imagine”, cuya portada era una foto de John Lennon amarillenta, desvanecida, como entre humo de cigarro y niebla verdosa. Le poníamos su velita también, hasta que mamá nos jalaba las orejas por andar “jugando” con su altar.
 
Todavía, de vez en cuando, rayo alguna libreta, papel, servilleta, pared, esa silueta de John Lennon que está hecha de 6 colores y 7 trazos, y que era la portada del soundtrack del documental antes mencionado. Los mesa bancos de la secundaria Justo Sierra son más que testigos.
 
Ahí, en esa recopilación, viene lo que --para su seguro y más humilde servidor-- es la mejor canción de John Lennon, llamada “God”. Rebelde, subversiva, antireligiosa, atea, despreciativa… “I don’t believe in magic / I don't believe in I-ching / I don't believe in Bible…”
 
Un 8 de diciembre, quien diría que tampoco creo en John Lennon.

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