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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

De Solón y la felicidad

29/09/2009 08:48 p.m.
Es una bella cuanto reflexiva historia de la Historia. La narra Heródoto, historiador, geógrafo y etnógrafo griego, llamado también el Padre de la Historia, en su libro Historia o Los nueve libros de la Historia, según de la editorial que se trate.
Creso fue el primer rey de los bárbaros (en la época antigua todos eran bárbaros, del pueblo que fueran, mientras no fueran griegos) del que se sabe que sometió a los primeros pueblos griegos. Llegó a ser tal su poder que convirtió su territorio, Sardes, en un emporio de riqueza, lo cual lo llevó a pensar y creer que por eso era el hombre más feliz de la Tierra, aunque no se contentaba con pensarlo y creerlo, sino que deseaba que alguien reconocido se lo dijera. Centro de poder Sardes, llegaron entonces todos los sabios de la época, entre ellos el más famoso, Solón el ateniense, justo lo que necesitaba Creso, de tal forma que no dudó en hospedarlo en el palacio real e indicarle a sus servidores que lo llevaran a recorrer todos los tesoros que poseía, hecho lo cual entonces el rey  bárbaro le preguntó: “Huésped de Atenas, aquí nos ha llegado fama de ti por tu sabiduría y por tus viajes, ya que en tu amor a la sabiduría has visitado muchos países para conocerlos. Ahora a mí me ha entrado el deseo de preguntarte si has visto a algún hombre que sea el más feliz de todos”. Creso preguntaba creído de que el hombre más feliz era él mismo por su riqueza. Pero Solón no lo aduló en absoluto, antes bien con la verdad le respondió y le citó casos y nombres de hombres que habían sido verdaderamente felices (las historias completas están en el libro), porque habían tenido un feliz término en su vida. No le gustó a Creso que no lo incluyera a él y con desdén le replicó: “Huésped ateniense, ¿despreciáis mi felicidad hasta tal punto que me colocas incluso por debajo de estos hombres, simples particulares?”. Solón no se quedó callado e hizo una larga disquisición tomando como base el tiempo. Le dijo que él situaba el límite de la vida en setenta años y los multiplicó para sumar cuántos días eran en la vida de un hombre, y argumentó: “De todos estos días… cada uno de ellos no nos aporta nada que coincida exactamente con el día anterior. De modo que, Creso, en el hombre todo es puro azar. No niego que me pareces muy rico y que eres rey sobre muchos hombres, pero lo que me preguntas yo no te lo contestaré antes de saber que has concluido tu vida con felicidad. Pues el muy rico no es más feliz que el que dispone de lo que necesita para el día, a no ser que el destino le tenga dispuesto que pueda morir felizmente, en posesión de todo lo bello. Muchos hombres ricos no son más que unos desgraciados, y muchos que gozan de una hacienda moderada son afortunados. Cierto: el que es muy rico, pero infeliz, aventaja en dos aspectos al que es sólo afortunado, pero éste aventaja en muchos al rico infeliz. Éste goza de más medios materiales para satisfacer sus apetencias y soportar alguna gran desgracia que se le eche encima, pero he aquí las ventajas del otro sobre él. Es indudable que no tiene los medios materiales para soportar la desgracia ni para satisfacer sus apetencias, pero mientras el muy rico tiene lejos de sí la buena suerte, al otro las cosas le marchan bien pues no está enfermo, no tiene problemas, tiene hijos, en fin, es un hombre satisfecho. Si además termina su vida felizmente, éste es el merecedor de lo que tú me pides, ser llamado feliz. Pero antes de su muerte debemos reservarnos, y no llamarle ‘feliz’, en todo caso ‘afortunado’”. Solón hace otras consideraciones y concluye: “El que pase su vida en posesión de la mayor cantidad y luego la concluya felizmente, éste es para mí, oh rey, el que merece ostentar este nombre. Pero en cualquier caso es preciso atender al final, a ver hacia donde marchará. Pues a muchos el dios les ha hecho entrever la felicidad para luego hundirlos de raíz”. Todo lo que escuchó no le gustó a Creso que, como se dice ahora, prácticamente echó a patadas al sabio ateniense “juzgándole muy ignorante, pues le había prescindido de los bienes del momento para fijarse en el final de cualquier cosa”. Pasado el tiempo, por una mala interpretación de la señal de los dioses, Creso se enfrentaría a otro grande persa (bárbaro) de la historia, Ciro, también conocido como Ciro El Grande, quien lo derrotaría, lo capturaría vivo, lo haría prisionero y lo enviaría a la hoguera y estando sobre ella maniatado “de pie ya encima de la leña, le vino a la memoria aquello de Solón (y entonces creyó que se lo había dicho por inspiración divina), que nadie de entre los vivientes es feliz. Recordándolo recobró por completo la lucidez y gimiendo casi como en un éxtasis gritó tres veces: ‘¡Solón!’”. Al oírlo Ciro mandó a los intérpretes a que le preguntaran quién era aquel a quien invocaba y Creso les platicó toda la historia y añadió “… que la referencia no era a él personalmente, sino a la humanidad entera y principalmente a aquellos que se creen a sí mismos felices”. Como ya habían prendido fuego a la hoguera, Ciro dio marcha atrás, pensando que él mismo era hombre y mandaba arder vivo a otro hombre que en tiempos había sido no menos feliz que él. Lo terminaría nombrando una especie de su consejero. Sin duda es discutible aceptar que sólo se es feliz si se muere en paz o si la felicidad sólo se alcanza al final, pero también es cierto que muchas formas de morir no son precisamente como para desear terminar mutilado o descuartizado o quemado vivo hoy muy de moda a causa de las acciones del crimen organizado (los casos de hoy día encajan bien en la historia del Padre de la Historia, porque los narcos viven como reyes o mejor que como reyes y tal vez podrían creer o pensar que por eso son muy felices, porque llegan a alcanzar lo que de otra forma nunca en su vida obtendrían, sin pensar en cómo van a terminar sus días, muchos de ellos sin cabeza). En fin.
Pero de  esta historia que narra Heródoto, que además tiene muchas lecturas incluso hoy en el terreno político, me acordé al enterarme del fallecimiento, el martes 22 de septiembre en su domicilio particular de Coatzacoalcos, de mí paisano el periodista Mussio Cárdenas Cruz. Sin duda, tocado por la mano de Dios, Mussio, de la dinastía de los Cárdenas Cruz: Francisco “Pancho”, Emilio y Paulino, todos dedicados con éxito al periodismo y a la comunicación social, dejó de existir mientras dormía plácidamente. Digo que tocado por la mano de Dios porque en octubre del año pasado, cuando se le declaró la enfermedad que causaría su deceso, una fibrosis pulmonar, los médicos habían advertido a la familia que en sus últimos días se le presentarían serias complicaciones en su organismo y tendría que terminar lleno de mangueritas, agujas, qué sé yo, en algún hospital. Pero no. La noche previa platicó –como lo hacía habitualmente– con su hijo Mussio Cárdenas Arellano, periodista también, a quien a determinada hora aconsejó que se fuera a descansar, que él haría lo mismo y que al día siguiente proseguirían. Solón lo habría clasificado, por la muerte que tuvo, entre los hombres felices. Habrá que esperar a ver cómo terminamos nosotros y si nos lo merecemos. A Mussio lo traté con más asiduidad cuando el señor Rubén Pabello Acosta me envió a fundar el Diario del Istmo de Coatzacoalcos a finales de los años 70. Simultáneamente, en esa época, la familia Cárdenas inició su propio proyecto con el diario Matutino, y aunque no obstante que fuimos competencia, pusimos por encima la relación personal e incluso se llegó a dar el caso de que cuando necesitaron algún insumo, sin ningún reparo los apoyamos, por ser el nuestro un proyecto más grande y con más recursos. Nunca se perdió la relación y aunque él era considerado muy especial por su proclividad a dejarse ver muy poco y a llevar una vida casi de ermitaño (en realidad era muy hogareño y disfrutaba de estar con los suyos), siempre hubo acceso para mí e incluso después, no obstante la distancia, la comunicación siguió por teléfono. Sé que hasta sus últimos días me guardó consideración y sólo tuvo palabras de reconocimiento para mi persona y de elogios para mi trabajo. Siempre lo recordaré con gratitud y hago extensivo mi abrazo a toda su familia. A Mussio chico y a toda su familia les reitero mi solidaridad.

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