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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Germán Dehesa, ahora sí, en el Papaloapan

23/05/2011 10:14 a.m.

Ocho meses después, el maestro Germán Dehesa vio cumplida su última voluntad: reposar para siempre en el río que como a Agustín Lara le fue entrañable, el Papaloapan, desde el cual y desde el más allá –seguramente– seguirá cantando a la tierra de su padre pero que él adoptó como propia, al grado que se consideraba tan veracruzano acaso como La Bamba.

Aún lo recuerdo la última vez que estuvo en la fiesta de La Candelaria en Tlacotalpan cuando lució pantalón blanco, guayabera blanca y un paliacate rojo al cuello cual el más reluciente jarocho.

Lejos estaba de imaginar –y con él nosotros también– que meses después le detectarían cáncer, del que nos platicó en su columna “Gaceta del Ángel” el 25 de agosto pasado y que lo llevo a la muerte el 2 de septiembre. Qué cosas de la vida. El viernes pasado en sus cenizas regresó a Xalapa, un lugar que disfrutaba (a veces venía a descansar, si es que podía descansar por tan inquieto que era), para ser testigo de cómo su biblioteca quedó a buen resguardo en la USBI de la Universidad Veracruzana, un bello, acogedor espacio con suficiente luz y rodeado de una vegetación que admira a propios y extraños.

El jueves, mi compañera editora y periodista Liliana Calatayud me fue a invitar para que fuéramos a la ceremonia de la donación de la biblioteca a la UV, pero le recordé que la entrega era hasta el otro día.

El viernes diversas ocupaciones nos impidieron asistir pero estoy seguro que hubiera hecho a un lado todo –y yo con ella también– si hubiéramos sabido que las cenizas ahí estarían porque, según narró su hija Juana Inés en una crónica que publicó ayer en el diario Reforma, cargaban con ellas desde que salieron de la Ciudad de México hasta que las depositaron en el Papaloapan el sábado por la tarde.

Al maestro lo recuerdo cuando en una travesía por el Caribe a bordo de un crucero acompañado por el más pequeño de sus hijos, El Bucles algún tiempo, tuvo problemas con su insulina, que dejó olvidada antes de zarpar en territorio norteamericano.

Para su fortuna a bordo de la nave un médico le consiguió y se la entregó con la gran recomendación de que la mantuviera en frío para que no se le echara a perder, máxime con el sofocante calor del clima que los acompañaba. Llegando a Cozumel, donde hicieron escala, se dio a la tarea de buscar un termo que nunca pudo hallar en alguna tienda hasta que alguien le regaló uno ya usado.

Por ese entonces yo había encargado de Europa dos bolsas especiales para portar insulina (son pequeñas, no estorbosas, como para llevar lápices, fabricadas en Inglaterra con una tela y un gel especial que mojadas en agua fría se activan y demoran mucho y son reutilizables) y cuando volvió a México le envié una. Se mostró muy agradecido y así me lo hizo saber en unas líneas que me escribió.

Nunca dejó de responderme mis correos. La verdad me gustaba su estilo y sentía gran admiración por él. Creo que ya en mi etapa de madurez reaprendí con él que había que tomar la vida con sentido del humor por muy mal que le fuera o le estuviera yendo a uno, cosa que trato de practicar y de mantener hasta la fecha con gran éxito.

Descubrir a algunos autores que no había leído nunca, como George Steiner, uno de los intelectuales franceses de influencia internacional más relevantes del siglo pasado y hasta la fecha, es una de las herencias que me dejó y que siempre le agradeceré.

Cuando falleció en septiembre pasado iniciaban ya las inundaciones en Tlacotalpan y las calles estaban anegadas. Entonces el gobernador Fidel Herrera Beltrán, queriéndole rendir el homenaje que se merecía como veracruzano, ofreció que sus cenizas reposaran en la Rotonda de los Veracruzanos Ilustres en el Cerro del Macuiltépec, cosa que la familia agradeció pero dijo que se esperarían para cumplir con su última voluntad.

Yo fui uno de los que creyó que en las pasadas fiestas de La Candelaria el Gobierno del Estado a través de su Secretaría de Turismo y Cultura, en medio del rebumbio de la jarana, el arpa y el requinto, que a él le gustaba mucho, le rendiría el homenaje que se esperaba y se merecía, pero quién sabe qué pasó que no fue así.

Cualquiera que haya sido el motivo, nada le ha impedido ver cumplida su última voluntad. El sábado se adentraron en el río sus cuatro hijos, su hermana, Max Peniche (un hombre que era como un hermano para él), Pancho su chofer (su auriga, decía él), Rosa Elvira, Janet, la Chivis y Fita, sus secretarias y auxiliares que llegaron a ser unos personajes en su columna, llevando en una “maletita color cobalto marca Pierre Cardin” lo que quedaba de Germán Dehesa.

Narra su hija Juana Inés: “El viaje… fue, a un tiempo, extenuante, gozoso, triste y reconfortante… el sábado 14 de mayo a las tres de la tarde… ya nos estaba esperando Vitico con bastantes cervezas, un grupo de jaraneros y, atracado, El Mi.

Zarpamos todos, después de amarrar a la cubierta una foto de mi papá… y una bandera de los Pumas… navegamos un trecho y una vez que surcamos el Papaloapan, el incontestable Vitico hizo un gesto con su índice derecho y proclamó «aquí»… Pensé, de verdad, que ya había terminado de llorar a mi papá… Nunca pensé que verlo caer en copos por las aguas verdes del Papaloapan me iba a dar tristeza”.

Casi me atrevo a asegurar que Turismo y Cultura del Gobierno del Estado ni se enteró. Para lo que hizo falta.
No dejó de ser estimulante ver algunas caras conocidas para mí ayer durante la presentación del libro Estanzuela.

Lecciones de vida de una comunidad de la doctora Alicia Dorantes Cuéllar en la que participé al lado del maestro José Luis Martínez Suárez y de Itzel García Senado como moderadora. Aunque poco tiempo seguramente por sus ocupaciones pero ahí estuvo el periodista Joaquín Rosas Garcés, director general del portal www.alcalorpolítico.com, y nos escucharon los escritores y poetas José Homero, Jorge Lobillo y Roberto Peredo, la promotora cultural Rebeca Bouchez, Magno Garcimarrero, que no necesita mayor presentación, el doctor Enrique Osorno, la maestra Guadalupe Flores Grajales, la señora Estrella Dorantes y muchos más.

A todos, de verdad, muchas gracias. Todo sea por la lectura, por nuestra editorial y por nuestra máxima Casa de Estudios.


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